Reseña: El ángel de piedra, de Margaret Laurence
Un clásico de la literatura canadiense

La literatura canadiense siempre guarda alguna sorpresa. Frente a firmas ampliamente difundidas como las de Alice Munro y Margaret Atwood, el nombre de Margaret Laurence (1926-1987) es para el lector en español poco menos que un enigma, aunque se trate en realidad de un clásico del país del norte. Cuentista y autora de media docena de novelas, su obra tiene –como ocurre con otros pares canadienses– un sutil simbolismo religioso.
El ángel de piedra (de 1964) es su novela más importante y, como ocurre en sus libros, está situada en la imaginaria localidad de Maniwaka, en el centro de Canadá. La protagonista es una nonagenaria, Hagar Shipley, que recuerda su compleja y larga vida a la espera de que su hijo la traslade –algo que ella entiende como sinónimo de muerte– a una residencia.
Como el ángel de piedra que presidía el pueblo donde se crió –con esa descripción comienza la historia–, Hagar ha tenido que hacerse dura para atraversar las diferentes etapas de su vida. Su carácter es intransigente, como prueba su casamiento a pesar de los deseos paternos en contrario. Esa ruptura de lazos y la separación posterior –ya con hijos– del marido, la lanzan a nuevos desafíos. La muerte de su crío menor la convierte en símil de aquel ángel que no expresa sus emociones.
Intercalando el pasado con el presente de la historia (en los años sesenta), se despliega así toda una vida, que todavía guarda sin embargo una fuga hacia los bosques, un encuentro inesperado y, al final, una suerte de redención. La novela es sobria y potente.
El ángel de piedra
Por Margaret Laurence
Libros del Asteroide. Trad.: M. Temprano García
336 páginas, $ 30.000