Negacionistas y afirmacionistas
Hablamos mucho en estos días de la polarización de la vida pública española, pero el camino que nos ha llevado hasta ella no es otro que el de la hiperbolización del debate político

Hasta hace un tiempo todavía reciente, el término 'negacionismo' se usaba única y exclusivamente en relación con el histórico exterminio de seis millones de judíos llevado a cabo por la Alemania de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Negacionista era aquel que negaba el Holocausto y negacionismo el hecho de negarlo. Desde hace unos años, sin embargo, ese término se esta utilizando para cualquiera que manifiesta la menor reserva al cambio climático o a la doctrina ideológica que lo rodea, así como para aquellos que no deseaban vacunarse contra el covid o mostraron alguna objeción a esas vacunas. Este nuevo uso del neologismo resulta claramente desproporcionado desde una perspectiva ética: no es igual de grave moralmente negar o cuestionar un fenómeno meteorológico ni la eficacia o el carácter beneficioso de un producto farmacéutico que negar un genocidio que constituye el capítulo más negro del siglo XX como es el de la Shoa.
La pregunta obligada es qué se pretende exactamente con esa tácita, sobrentendida y extemporánea homologación de hechos, actitudes, posicionamientos y planos categoriales tan distintos, dispares, incompatibles y ajenos, desde un punto de vista conceptual y moral, a toda comparación posible. ¿Se está intentando descalificar, intimidar, culpabilizar y estigmatizar a unos ciudadanos comparándolos con los más viles asesinos del mundo contemporáneo solo porque no responden a un patrón social uniforme o se está tratando de banalizar el Holocausto por la vía de la frivolidad ya que no hay valor para negarlo explícitamente desde el bando ideológico del antisemitismo? ¿Se están pretendiendo ambos objetivos o responde toda esa mezcla y esa confusión de categorías conceptuales y morales a la pura ignorancia, a la irresponsabilidad, al fanatismo y al deseo de manipular e imponer a los otros "mis convicciones" o las consignas de "mi grupo", "mi secta", "mi partido"…? ¿Hay un pensamiento progresista que en medio siglo ha pasado de la antipsiquiatría y del "¡abajo los manicomios!" a considerar loco a todo el que no encaja con "mis ideas" y las de "los míos"? ¿No serían en este caso tanto o más peligrosos que los mal llamados 'negacionistas' los que compran todo el paquete de un credo político a precio de saldo y sin ningún tamiz crítico? ¿Es que a los forofos del "todo a cien" ideológico habrá que empezar a llamarlos 'afirmacionistas'?
Hablamos mucho en estos días de la polarización de la vida pública española, pero el camino que nos ha llevado hasta ella no es otro que el de la hiperbolización del debate político y de los términos empleados en él. Pensar que las vacunas contra el Covid llevan un chip de Bill Gates para controlarnos es, ciertamente, una incursión en el realismo mágico del populismo, pero igualmente populista es la hipérbole léxica del negacionismo, que implícitamente compara ese flipe con Auschwitz.
Tengo una amiga farmacéutica que ha estado, lógicamente, a favor de la vacunación desde el primer día pese a tener la convicción de que ésta le costó la vida a su propio padre, que padecía una afección cardíaca desde hace años. Tengo amigos que no niegan el cambio climático, pero apagan la tele cada vez que ven teorizar a un iletrado que vive de ello y que ajusticiaría al mismo Galileo. Creo que no son ni negacionistas ni afirmacionistas. No encajan en ese simplón reparto.