La fuerza de las palabras
Soy una firme convencida de que las palabras crean realidades. Quien me conoce bien sabe que siempre digo que hay que escoger las palabras con la misma sensibilidad...

Soy una firme convencida de que las palabras crean realidades. Quien me conoce bien sabe que siempre digo que hay que escoger las palabras con la misma sensibilidad y el mismo cuidado con el que elegimos las cosas más importantes de la vida. Porque las palabras no son inocuas: pueden hacer que una persona se crea algo que realmente no es, pueden iluminar o ensombrecer una situación, e incluso pueden cambiar nuestro estado de ánimo en un instante. Un simple “te quiero” puede transformar una amistad, al igual que un “lo siento” puede dar un giro a toda una vida.
Si somos conscientes de este poder, ¿cómo no vamos a prestarle atención en nuestra comunicación diaria, especialmente cuando hablamos de inclusión y diversidad? Las palabras importan. Muchísimo. Por tanto, utilizarlas con precisión y respeto no es solo una cuestión de corrección, sino una responsabilidad. En el ámbito de la comunicación social, este principio se vuelve fundamental.
Cuando hablamos de lenguaje inclusivo, nos referimos a representar realidades de manera justa y equitativa, combatiendo estereotipos y promoviendo un cambio real. Por ejemplo, cuando decimos “persona con discapacidad” en lugar de “discapacitado o discapacitada”, estamos haciendo una distinción clave: la discapacidad es una condición, no una identidad absoluta. Por lo tanto, estamos reconociendo su individualidad más allá de si existe o no una discapacidad. Por no hablar de términos como “inválido” o “disminuido” que no solo son obsoletos, sino que refuerzan prejuicios y barreras sociales.
De la misma forma, deberíamos de dejar al lado palabras que generan un sensacionalismo que tampoco suma. Evitemos, por tanto, hablar de que alguien “sufre” una enfermedad o que “padece” una discapacidad para decir, simplemente, que la “tiene”. Y, por supuesto, dejemos del lado expresiones tan dañinas como “condenado a una silla de ruedas”, que esconden casi un castigo en lugar de describir una condición.
Podría extenderme muchísimo, pero quizás sea mejor informar de que existen varias guías que se pueden consultar, realizadas por profesionales con mucha experiencia y vinculados a organizaciones que trabajan diariamente en el ámbito de la discapacidad. Gracias a ellas se avanzar mucho en este sentido.
Porque las marcas y los profesionales que trabajamos en comunicación debemos ser plenamente conscientes de que nuestras palabras y las imágenes que escogemos para ilustrarlas influyen en la forma en que la sociedad entiende la realidad. Como comunicadores, tenemos por tanto la responsabilidad de utilizar un lenguaje que no solo describa, sino que también construya un mundo más equitativo y accesible para todas las personas.