María Velasco arremete contra el 'expediente x' de su generación: la incapacidad de amar
La directora y autora teatral, Premio Nacional de Literatura Dramática, utiliza la ufología para reivindicar el enamoramiento a partir de los 40Un festival con Bananarama, C.C. Catch y Samantha Fox: una fantasía ochentera María Velasco le ha dado un manotazo a su teatro, a sus demonios, a su dramaturgia llena de fantasmas del pasado y a su puesta en escena ritualista y de tiempos lentos. Y esa maravilla se llama Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos (hasta el 11 de mayo en Nave 10 de Matadero, Madrid). Una pieza que es un soplo de vida. Y para ello, Velasco, Premio Nacional de Literatura Dramática, ha hecho todo lo que le dijeron que no tenía que hacer. Tanto teatral como vitalmente. Primero, enamorarse a los cuarenta. Segundo, levantar una obra sobre el amor romántico en estos tiempos donde parece haberse apartado todo misticismo de cualquier forma de querer. La pieza comienza con un primer “eso no se hace” en teatro: no se comienza con un 'temazo' y menos con el Space Oddity de David Bowie; cualquiera puede tacharte de efectista. Pero Velasco decide ponerlo entero (5:18 minutos), a todo trapo. Toda una declaración de intenciones. Se trata de volver a disfrutar de aquello que nos hizo vibrar, de permitirse lo que hemos ido censurando con el tiempo, una canción o un sentimiento, por ejemplo. Y cuando suena la voz de Bowie con escasos 23 años en esa grabación de 1969 y Tat Meager va golpeando los platos de la batería, la obra se abre invitando al espectador a volver a disfrutar con esa canción que lleva años oyendo como banda sonora de cualquier mercadería espuria. Pura metáfora de uno de los núcleos centrales de la nueva propuesta de Velasco: ser capaces de poder volver a escuchar, a disfrutar, a emocionarse, a sentir, a amar. 'Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos', una obra de María Velasco En la obra, Velasco se rebela contra su propia generación y contra sí misma. La autora y directora de la pieza nació en Burgos en 1984. En este caso es importante la fecha. Velasco está dentro de la denominada generación Y, o milenial, aunque con un pie en la anterior, la generación X. Dice en un momento de la pieza: “El desamor era el germen de mi generación”. Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos es una reacción a eso mismo y también se pregunta cuantas cosas que creemos hemos decidido por voluntad propia no son un imperativo de la época. Pero la rebelión también es teatral. Una mujer tirada en una cama nos cuenta su proceso de separación. La estructura parece la de un monólogo teatral al uso, tradicional, incluso psicológico. Está deprimida, aplastada por los años. Pero, poco a poco, la obra irá desmenuzándose en un poema escénico donde la trama se verá relegada y el monólogo confesional se convertirá en una cantiga futurista de ciencia ficción donde cabrá la apropiación de géneros y formatos. Ayuda el paralelismo entre el amor y el universo de la ciencia ficción que se hace en la obra. La obra entra en una concepción del amor mística, platónica. Pero el vocabulario será otro. Se hablará del amor como un ovni, de enamorarse como una abducción, de simbiontes y ufonautas. La autoficción da paso a la ciencia ficción, la razón a lo mágico, a lo imposible, al “I want to believe” del agente Mudler de Expediente X en el que Velasco, como una Scully entregada, será contactada y abducida.

La directora y autora teatral, Premio Nacional de Literatura Dramática, utiliza la ufología para reivindicar el enamoramiento a partir de los 40
Un festival con Bananarama, C.C. Catch y Samantha Fox: una fantasía ochentera
María Velasco le ha dado un manotazo a su teatro, a sus demonios, a su dramaturgia llena de fantasmas del pasado y a su puesta en escena ritualista y de tiempos lentos. Y esa maravilla se llama Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos (hasta el 11 de mayo en Nave 10 de Matadero, Madrid). Una pieza que es un soplo de vida. Y para ello, Velasco, Premio Nacional de Literatura Dramática, ha hecho todo lo que le dijeron que no tenía que hacer. Tanto teatral como vitalmente. Primero, enamorarse a los cuarenta. Segundo, levantar una obra sobre el amor romántico en estos tiempos donde parece haberse apartado todo misticismo de cualquier forma de querer.
La pieza comienza con un primer “eso no se hace” en teatro: no se comienza con un 'temazo' y menos con el Space Oddity de David Bowie; cualquiera puede tacharte de efectista. Pero Velasco decide ponerlo entero (5:18 minutos), a todo trapo. Toda una declaración de intenciones. Se trata de volver a disfrutar de aquello que nos hizo vibrar, de permitirse lo que hemos ido censurando con el tiempo, una canción o un sentimiento, por ejemplo.
Y cuando suena la voz de Bowie con escasos 23 años en esa grabación de 1969 y Tat Meager va golpeando los platos de la batería, la obra se abre invitando al espectador a volver a disfrutar con esa canción que lleva años oyendo como banda sonora de cualquier mercadería espuria. Pura metáfora de uno de los núcleos centrales de la nueva propuesta de Velasco: ser capaces de poder volver a escuchar, a disfrutar, a emocionarse, a sentir, a amar.
En la obra, Velasco se rebela contra su propia generación y contra sí misma. La autora y directora de la pieza nació en Burgos en 1984. En este caso es importante la fecha. Velasco está dentro de la denominada generación Y, o milenial, aunque con un pie en la anterior, la generación X. Dice en un momento de la pieza: “El desamor era el germen de mi generación”. Vendrán los alienígenas y tendrán tus ojos es una reacción a eso mismo y también se pregunta cuantas cosas que creemos hemos decidido por voluntad propia no son un imperativo de la época.
Pero la rebelión también es teatral. Una mujer tirada en una cama nos cuenta su proceso de separación. La estructura parece la de un monólogo teatral al uso, tradicional, incluso psicológico. Está deprimida, aplastada por los años. Pero, poco a poco, la obra irá desmenuzándose en un poema escénico donde la trama se verá relegada y el monólogo confesional se convertirá en una cantiga futurista de ciencia ficción donde cabrá la apropiación de géneros y formatos.
Ayuda el paralelismo entre el amor y el universo de la ciencia ficción que se hace en la obra. La obra entra en una concepción del amor mística, platónica. Pero el vocabulario será otro. Se hablará del amor como un ovni, de enamorarse como una abducción, de simbiontes y ufonautas. La autoficción da paso a la ciencia ficción, la razón a lo mágico, a lo imposible, al “I want to believe” del agente Mudler de Expediente X en el que Velasco, como una Scully entregada, será contactada y abducida.
Ese vocabulario popular, puro siglo XX, acerca y facilita. El montaje, además, apoyado en ese imaginario, vira sin dificultad a un estilo pop, híbrido y juguetón que le va a la perfección para reivindicar el amor como arma disidente o lo cursi como el nuevo punk; y, al mismo tiempo, denunciar lo mucho que tiene la alta cultura de machirulismo impuesto, de rigidez racionalista. Se crea así un espacio, un imaginario en escena, donde la libertad de géneros y formatos que se utilizan tiene más sentido que nunca.
Para esta aventura la directora se ha protegido y llamado a dos cómplices para habitar la escena. La primera, una de las fuerzas vivas de la experimentación y la actuación en Argentina, Maricel Álvarez, alter ego de Velasco en escena. El segundo, un sorprendente Carlos Beluga, actor, músico y bailarín y una irrupción de talento y presencia tremenda.
Ambos están estupendos y dotan la escena de una libertad que ensancha la obra. Beluga está de hombre orquesta, canta, baila y actúa, es metáfora al igual que personaje y no parece preocuparle. Y hace dos versiones de pura raza callejera, una del rumbero dramático por excelencia, Bambino; y otra que ni la mismísima Rigoberta Bandini, qué maravilla de El amor, de Massiel, que se canta. Maricel Álvarez, esta actriz, tan larga como ancha, da una clase sutil de cómo ir rompiendo la ficción de un personaje, de cómo ir deconstruyéndolo ante los ojos del espectador y estar fuera y dentro de esa mujer con una sutilidad insospechada. La implicación y el aporte de ambos hará que la escena bascule de la representación al happening de una manera heterogénea, bastarda, sin estar en un lado ni el otro.
Y ahí, en ese espacio renovado, seguirá percutiendo el texto de Velasco, acerado, lleno de humor amargo y de reflexiones certeras. Porque una de las virtudes de esta autora es que sus textos son inteligentes y saben leer con pertinencia nuestro tiempo. Frases como “hablo de amor y me miran como una terraplanista” o “jibaricé mi amor a medida del mercado. Lo volví conveniente, acomodaticio, como un político de centro”, son bombas de neutrones dirigidas contra toda una época.
Bombas contra una época que ha sustituido el discurso amoroso por un mundo lleno de nuevas realidades que definimos a través de anglicismos como ghosting, zombing o sexting: “¡De cuánta realidad nos protegen los anglicismos! Documentábamos la mayor crisis de la heterosexualidad de la historia de la humanidad como relato heredado”, dice la autora en la pieza.
Velasco también se muestra insurgente, aunque esto no es nuevo, lleva tiempo con esa guerra, contra una academia teatral que le dice que debe ser profunda, nunca caer en la ñoñería del amor y que además debe doblegarse ante el imperativo de la trama, del argumento como base del arte escénico. En esto la autora lo tiene claro, Maricel gritará en escena: “Y ahora que me llamen cursi, que digan que falta trama, y se vayan a mamarla”. Pero esta vez su enfrentamiento es diferente que en anteriores ocasiones.
Velasco llevaba dos obras, Talaré a todos los hombres de la faz de la tierra (2019) y Primera sangre (2024) luchando en escena con su pasado, un pasado lleno de pasajes oscuros, de relaciones tormentosas, donde con quien primero se enfrentaba la artista era consigo misma y su tendencia a autoinfligirse dolor, a culparse. Su teatro tenía buenas dosis de exorcismo. Eran obras frontales, combativas al mismo tiempo que introspectivas.
Pero en sus dos últimas obras hay un cambio, un golpe de timón, tanto en Amadora (2023) como en esta reconfortante Vendrán los extraterrestres y tendrán tus ojos. En Amadora ese cambio era más incipiente, aunque el asunto acabase con un estupendo experimento en forma de concierto de la cantante Tulsa. Pero en esta última pieza ese camino se afianza y Velasco consigue quitarse muchos fardos para mirar al futuro con una libertad muy estimulante.
Lo que no ha cambiado, ahí el teatro de esta burgalesa es cabezón, es el empeño de seguir experimentando en los cruces de lo posdramático con las convenciones teatrales más tradicionales. María Velasco es en cierto modo la otra cara de la moneda de Lucía Carballal, autora y directora que acaba de pasar por el Centro Dramático Nacional con Los nuestros. Si Carballal intenta en su teatro descabalgar una propuesta textual más tradicional hacia territorios posdramáticos, Velasco, partiendo del otro lado, intenta que en sus propuestas quepan concepciones teatrales que muchas veces el último teatro desdeña como demasiado canónicas.
Ambas tironean desde su territorio, estiran el modelo para ver qué da de sí. Experimentan, arriesgan. Las dos han nacido en el 84, las dos son dramaturgas que han comenzado a dirigir sus textos. Y si bien ninguna ha dado con la cuadratura del círculo de su teatro, las dos son de lo más interesante que uno puede ir a ver.