Marcia Borjnerud, geóloga y escritora: “Las rocas son portales a otros mundos”
La especialista en geología estructural publica ‘Escuchar a las piedras’, una original autobiografía en la que el hilo conductor son las rocas que ha estudiado a lo largo de su carreraHemeroteca - El núcleo de la Tierra no solo ha reducido su velocidad: también está cambiando de forma Para quienes la hemos leído y disfrutado, Marcia Bjornerud es la geóloga con cámaras time-lapse en los ojos. La científica estadounidense tiene un superpoder que le permite observar el paisaje de una manera muy diferente al resto de nosotros y reconstruir el movimiento de las montañas, las placas y los continentes como si los viera pasar a cámara rápida. Esta profesora de Geociencias de la Universidad de Lawrence en Wisconsin aplica sus amplios conocimientos sobre el tiempo profundo para trasladar a sus lectores una imagen del planeta como “un palimpsesto en continua evolución”. Un escenario en el que se suceden los procesos geológicos de manera indefinida y en el que eso que a los demás nos parece un decorado inerte resulta ser el motor incansable que moldea nuestras vidas. En su nuevo libro, Escuchar a las piedras (Crítica, 2025), la geóloga y escritora de ascendencia noruega teje su propia autobiografía con la historia de las rocas que ha estudiado a lo largo de su carrera. Desde las areniscas de su Wisconsin natal a los basaltos del lago Superior o a las diamicitas y eclogitas que analizó en las islas Svalbard. En cada uno de estos capítulos aprendemos algo nuevo sobre nuestro pasado y sobre el suyo, sobre el fascinante proceso que le llevó a comprender mejor la larga historia del mundo y la multitud de interconexiones entre la vida y la geología. En las páginas de este nuevo libro, Bjornerud nos habla de un proceso de reciclaje continuo en el que las placas de subducción introducen agua del océano y dióxido de carbono en el manto y estos residen allí durante decenas de millones de años antes de volver a ser expulsados por los volcanes y completar el “ciclo de respiración planetario”. Un proceso en el que participan la inhalación y exhalación estacional de la biosfera, la acumulación de los caparazones y esqueletos de millones de seres vivos que levantan montañas y acantilados y por el que se renuevan la corteza terrestre, el manto y las aguas oceánicas de un modo que no hemos detectado en ningún otro rincón del universo. ¿Qué ve usted que los demás no podemos ver cuando mira una montaña? La geología es, sobre todo, una cosmovisión. En mi campo, la geología estructural, vemos las rocas como fluidos en estado sólido. Con el tiempo, las montañas crecen porque las rocas pueden cambiar de forma. Es casi como una forma cinematográfica de ver el mundo, como se vería en una película, y también un hábito mental. Me doy cuenta, tras más de 30 años enseñando, de que ese es el verdadero reto para los estudiantes. No se trata solo de aprender los nombres de las rocas y los minerales, sino de aprender a ver de esa manera, en cuatro dimensiones, cómo el mundo cambia lenta y constantemente hacia otra versión de sí mismo. Cuando se habla de las revoluciones científicas, se suele hablar de Copérnico o Newton, pero descubrir el “tiempo profundo”, como hizo James Hutton en 1788, es un hito equiparable y no tan conocido, ¿verdad? Absolutamente. Y creo que se debe a varias razones. En mi libro anterior, Conciencia del tiempo, cuento cómo, a principios del siglo XIX, el público estaba fascinado por este nuevo descubrimiento del tiempo profundo, y la geología se tenía en la misma estima que hoy tiene la exploración espacial. Pero perdió popularidad y, desafortunadamente, creo que ha tardado otro siglo y medio en recuperarla. Ahora la geología está en otra época dorada, está resurgiendo con las herramientas analíticas, los marcos conceptuales y, por supuesto, la monitorización del planeta en tiempo real desde los satélites. De niña le enamoraron las piedras de basalto y luego descubrió que eran “registros de mundos más antiguos”, ¿cómo fue ese momento? Bueno, sí, solo recogía piedras pensando ingenuamente que eran bonitas. Y fue en la universidad cuando, durante una excursión, empecé a darme cuenta de que las rocas eran portales a otros mundos. Están siempre con nosotros e incluso definen nuestra existencia. No son simplemente irrelevantes. Estas rocas interactúan y conversan con el mundo presente. Para mí fue una especie de epifanía, un momento de comprensión. Las rocas están siempre con nosotros e incluso definen nuestra existencia. No son simplemente irrelevantes. Interactúan y conversan con el mundo presente En su campo uno de los mayores pecados es el animismo, sin embargo ya no tiene miedo a admitir que las rocas y las montañas le hablan como si estuvieran vivas e incluso sugiere que la Tierra actúa como un ente hiperconsciente, ¿qué ha cambiado? E

La especialista en geología estructural publica ‘Escuchar a las piedras’, una original autobiografía en la que el hilo conductor son las rocas que ha estudiado a lo largo de su carrera
Hemeroteca - El núcleo de la Tierra no solo ha reducido su velocidad: también está cambiando de forma
Para quienes la hemos leído y disfrutado, Marcia Bjornerud es la geóloga con cámaras time-lapse en los ojos. La científica estadounidense tiene un superpoder que le permite observar el paisaje de una manera muy diferente al resto de nosotros y reconstruir el movimiento de las montañas, las placas y los continentes como si los viera pasar a cámara rápida.
Esta profesora de Geociencias de la Universidad de Lawrence en Wisconsin aplica sus amplios conocimientos sobre el tiempo profundo para trasladar a sus lectores una imagen del planeta como “un palimpsesto en continua evolución”. Un escenario en el que se suceden los procesos geológicos de manera indefinida y en el que eso que a los demás nos parece un decorado inerte resulta ser el motor incansable que moldea nuestras vidas.
En su nuevo libro, Escuchar a las piedras (Crítica, 2025), la geóloga y escritora de ascendencia noruega teje su propia autobiografía con la historia de las rocas que ha estudiado a lo largo de su carrera. Desde las areniscas de su Wisconsin natal a los basaltos del lago Superior o a las diamicitas y eclogitas que analizó en las islas Svalbard. En cada uno de estos capítulos aprendemos algo nuevo sobre nuestro pasado y sobre el suyo, sobre el fascinante proceso que le llevó a comprender mejor la larga historia del mundo y la multitud de interconexiones entre la vida y la geología.
En las páginas de este nuevo libro, Bjornerud nos habla de un proceso de reciclaje continuo en el que las placas de subducción introducen agua del océano y dióxido de carbono en el manto y estos residen allí durante decenas de millones de años antes de volver a ser expulsados por los volcanes y completar el “ciclo de respiración planetario”. Un proceso en el que participan la inhalación y exhalación estacional de la biosfera, la acumulación de los caparazones y esqueletos de millones de seres vivos que levantan montañas y acantilados y por el que se renuevan la corteza terrestre, el manto y las aguas oceánicas de un modo que no hemos detectado en ningún otro rincón del universo.
¿Qué ve usted que los demás no podemos ver cuando mira una montaña?
La geología es, sobre todo, una cosmovisión. En mi campo, la geología estructural, vemos las rocas como fluidos en estado sólido. Con el tiempo, las montañas crecen porque las rocas pueden cambiar de forma. Es casi como una forma cinematográfica de ver el mundo, como se vería en una película, y también un hábito mental. Me doy cuenta, tras más de 30 años enseñando, de que ese es el verdadero reto para los estudiantes. No se trata solo de aprender los nombres de las rocas y los minerales, sino de aprender a ver de esa manera, en cuatro dimensiones, cómo el mundo cambia lenta y constantemente hacia otra versión de sí mismo.
Cuando se habla de las revoluciones científicas, se suele hablar de Copérnico o Newton, pero descubrir el “tiempo profundo”, como hizo James Hutton en 1788, es un hito equiparable y no tan conocido, ¿verdad?
Absolutamente. Y creo que se debe a varias razones. En mi libro anterior, Conciencia del tiempo, cuento cómo, a principios del siglo XIX, el público estaba fascinado por este nuevo descubrimiento del tiempo profundo, y la geología se tenía en la misma estima que hoy tiene la exploración espacial. Pero perdió popularidad y, desafortunadamente, creo que ha tardado otro siglo y medio en recuperarla. Ahora la geología está en otra época dorada, está resurgiendo con las herramientas analíticas, los marcos conceptuales y, por supuesto, la monitorización del planeta en tiempo real desde los satélites.
De niña le enamoraron las piedras de basalto y luego descubrió que eran “registros de mundos más antiguos”, ¿cómo fue ese momento?
Bueno, sí, solo recogía piedras pensando ingenuamente que eran bonitas. Y fue en la universidad cuando, durante una excursión, empecé a darme cuenta de que las rocas eran portales a otros mundos. Están siempre con nosotros e incluso definen nuestra existencia. No son simplemente irrelevantes. Estas rocas interactúan y conversan con el mundo presente. Para mí fue una especie de epifanía, un momento de comprensión.
Las rocas están siempre con nosotros e incluso definen nuestra existencia. No son simplemente irrelevantes. Interactúan y conversan con el mundo presente
En su campo uno de los mayores pecados es el animismo, sin embargo ya no tiene miedo a admitir que las rocas y las montañas le hablan como si estuvieran vivas e incluso sugiere que la Tierra actúa como un ente hiperconsciente, ¿qué ha cambiado?
Este es un territorio peligroso para un científico, pero quiero recalcar que trabajo con un estándar y rigor científico muy altos y no digo esto con un enfoque tipo “new age”. He llegado a esto porque creo que, ignorando el hecho de que la Tierra tiene todos estos hábitos de renovación e interconexión tan extraños y únicos en nuestro Sistema Solar, si negamos que hay algo realmente asombroso en ello, nos estamos negando a ver uno de los atributos más importantes del planeta.
Ignorar todos estos hábitos de renovación e interconexión tan extraños que se dan en la Tierra es negarse a ver uno de los atributos más importantes del planeta
En el libro hablo un poco sobre la idea de Gaia, que James Lovelock propuso por primera vez en los años 70 y que al principio fue muy impopular, especialmente entre los biólogos, porque creían saber qué es la vida y la Tierra no respondía a esos criterios. Y tampoco fue muy aceptado por los geólogos. Pero ahora, de hecho, la mayoría de los geocientíficos aceptan el concepto de biogeoquímica y todos estos ciclos y que la Tierra sólida, la atmósfera, la hidrosfera y la biosfera también están entrelazadas. Apenas podemos entender cómo separarlas. E incluso algo así como el 40% de todos los minerales de la Tierra son, de alguna manera, biogénicos, creados indirecta o directamente por formas de vida. Así que no hay un límite claro. Diría que la Tierra se encuentra en una especie de espectro entre lo no vivo y lo bien vivo.
¿Podría describir ese “ciclo de respiración planetario a cámara superlenta” del que habla en el libro?
Consideramos el ciclo del carbono como el crecimiento de los árboles, la caída de las hojas y la descomposición de la materia orgánica. Pero, a escalas de tiempo geológicas, existe este sistema de inhalación y exhalación en el que los volcanes expulsan dióxido de carbono presente en la atmósfera, este cae sobre los continentes y disuelve las rocas, y los materiales disueltos terminan en el océano. Así, tenemos calcio y otros iones junto con el carbonato, y se combinan para formar caliza, principalmente por corales y microorganismos. Y luego, esta caliza se dispersa como tal, y esa es la forma en que la Tierra almacena carbono a largo plazo.
No hay un límite claro. Diría que la Tierra se encuentra en una especie de espectro entre lo no vivo y lo bien vivo
Y también funciona como un termostato, en el sentido de que la meteorización es más intensa en épocas de clima cálido. Por lo tanto, cuando hace calor, se produce más meteorización. Se retiene más CO2 en la caliza. Y, con el tiempo, esa es la forma en que la Tierra mantiene el clima prácticamente estable.
Estaba pensando en otro proceso, el que hace que la corteza se regenere. Porque la Tierra se transforma constantemente, aunque la veamos como un gran trozo de roca inerte, ¿no?
Su interior es embravecido y cambiante. Tenemos esa constante agitación de la corteza oceánica, que se recicla a sí misma y transporta agua y componentes atmosféricos de vuelta al interior mediante la subducción. Así se comunican corteza y manto. Pero, al mismo tiempo, tenemos una corteza oceánica que se renueva y una corteza continental que sobrevive mucho más tiempo. Así que creo que lo peculiar de la Tierra son estos dos reinos y la dinámica entre ambos. Uno es rápido y el otro lento, ese tipo de ying y yang es realmente único en la Tierra.
Dice usted que la Tierra es “un cocinero muy versátil” que ha aprendido a mezclar, destilar y recombinar los ingredientes de que dispone de un modo que ningún otro consigue. ¿Sin esta condición no habría habido vida?
Absolutamente. Creo que la gente no aprecia el hecho de tener la amplia gama de rocas y minerales que tenemos. Los planetas no están predestinados a eso. La luna solo tiene como 300 minerales y tal vez seis tipos de rocas. La tierra tiene 6.000 minerales y cientos de tipos de rocas, y eso refleja la variedad de procesos. Si no sucede nada y no hay oportunidades para que los elementos se encuentren entre sí o se combinen de nuevas maneras, no obtendrás ninguna nueva mezcla.
No apreciamos el hecho de tener una gama tan amplia de rocas y minerales. La luna solo tiene como 300 minerales y tal vez seis tipos de rocas. La tierra tiene 6.000 minerales y cientos de tipos de roca
¿Esto tiene implicaciones en la búsqueda de vida en el universo? ¿Por qué la tectónica de placas hace posible la vida?
Creo que lo que hace a la Tierra tan creativa son tres cosas: el agua, la tectónica de placas y la vida. La tectónica, a través del vulcanismo, puede concentrar elementos como el fósforo, que de otro modo serían muy escasos. La tectónica también renueva la topografía. Si un planeta tiene agua, con el tiempo esa agua podría erosionarlo todo, pero el sistema tectónico lo rejuvenece constantemente. Reabastece el manto con agua y otros volátiles y es como una gran cuenta bancaria que mantiene el interior del planeta en funcionamiento. La tectónica mantiene los procesos vitales de un planeta, sin ellos probablemente se volvería inactivo y habría dificultades para que surgiera la vida.
Volviendo a la idea de la cocina, ¿el basalto es la base de esta ‘pizza planetaria’?
Todos los planetas interiores tienen abundante basalto. Y todos empezaron con la misma materia prima. Pero la Tierra, supongo, ha aprendido a cultivar, o a destilar, otras cosas a partir de esa base.
En su libro Conciencia del tiempo tiene un apéndice con los tiempos con los que el sistema se renueva, ¿recuerda algún dato que nos permita visualizar el proceso?
La mayor parte del libro trata de comprender lo que yo llamo la proporción temporal entre los procesos. Por ejemplo, la escala temporal de la subducción sería de unos 150 a 200 millones de años. Esa es la vida útil de la corteza oceánica. Surge en la dorsal medio del océano. Después se enfría y se vuelve lo suficientemente densa como para hundirse de nuevo en el manto. Pensando de nuevo en el ciclo del carbono a largo plazo, el carbono almacenado en las calizas probablemente pueda permanecer allí cientos de millones de años. Es una excelente manera de retener el carbono a largo plazo. Mientras que el carbono en los suelos probablemente esté ahí durante una década o menos.
En ese libro menciona cómo las tortugas marinas verdes se están reproduciendo desde la época de los dinosaurios en una playa que se ha movido 1.100 km desde entonces, ¿cómo ha pasado esto?
No se dieron cuenta porque el proceso era muy lento. Cada año la playa original se movía solo unos centímetros. Pero con el tiempo se alejó, así que se han vuelto cada vez mejores nadadoras, supongo. Y, también con el tiempo, el Atlántico se cerrará. Así que tal vez en el futuro estas tortugas tendrán que nadar cada vez menos (risas).
La interacción entre la geología y la vida ha moldeado el planeta, ¿cómo sería si la vida no hubiera empezado a esculpirlo?
Es un experimento mental interesante. Podemos observar a Marte, por ejemplo. Es solo un planeta desnudo donde el único proceso activo fue el vulcanismo, y eso también ha terminado. No hay nada allí. Hay buena evidencia de que en la Tierra primitiva los ríos se comportaban de manera muy diferente antes de que las plantas llegaran a la tierra, porque no tenían restricciones. Probablemente no estaban canalizados, simplemente corrían desenfrenadamente por el paisaje. Y el suelo, tal como lo conocemos, no existiría. Tendríamos roca meteorizada, roca fragmentada, pero nada que pudiéramos llamar suelo. Esto se inventó hace relativamente poco tiempo, como en el Ordovícico, quizás hace 450 millones de años, cuando las plantas finalmente llegaron a la tierra.
Muchas montañas están hechas de caparazones de seres vivos, que almacenan millones de toneladas de CO2. ¿El progresivo almacenamiento de carbono fue igual de relevante para la vida que la Gran Oxigenación?
Bueno, ha habido épocas de altibajos en el almacenamiento de carbono. Durante todo el Carbonífero, por ejemplo, se depositó mucho en todo el mundo. Y la idea es que eso desencadenó una edad de hielo porque se extrajo y se enterró tanto CO2 como materia vegetal leñosa que después produjo la primera edad de hielo de todo el Paleozoico. Así que la mayoría de las oscilaciones climáticas se han relacionado con desequilibrios entre el almacenamiento y la liberación de carbono. Un momento clave fue el de la “Tierra Bola de Nieve”, hace entre 750-580 millones de años. Esa fue una ocasión en la que las tasas de enterramiento de carbono aparentemente superaron las tasas de CO2 que emanan de los volcanes. Y la Tierra entró en una profunda edad de hielo.
Este es un período misterioso hasta hoy. ¿Qué sabemos de esa gran bola de nieve?
Mucha gente lo ha estudiado y yo, ya sabes, estudié las rocas de esa edad en la isla de Svalbard. Pero todavía hay mucha controversia. Todo el mundo está de acuerdo en que fue una edad de hielo larga y profunda, mucho más larga que cualquier edad de hielo. Y fue al final del Precámbrico y sucedió justo antes de que apareciera la vida animal. Duró decenas de millones de años en comparación con un par de millones de años de la edad de hielo más reciente y había glaciares a nivel del mar en el ecuador. Solo unos pocos millones de años después, de repente tenemos organismos marinos macroscópicos. Pero cuál es el vínculo, eso es lo que la gente discute.
Solo unos pocos millones de años después de la ‘Tierra Bola de Nieve’ surgen los organismos marinos macroscópicos, aún desconocemos el vínculo
Se da la irónica circunstancia de que las compañías petrolíferas, cuya actividad amenaza la vida en la Tierra, han sido en parte los que nos han enseñado cómo funciona el planeta, ¿no?
Cierto. Y es algo con lo que creo que muchos geólogos tienen dificultades. No sabríamos ni una fracción de lo que sabemos si las compañías de petróleo, gas y minerales no hubieran gastado mucho dinero investigando, extrayendo núcleos, realizando estudios geofísicos y diversos tipos de análisis de rocas para la exploración minera. Y existe una tensión en nuestro campo entre la maravilla de comprender la Tierra y su explotación, que no sé cómo conciliar del todo. Todos los seres vivos de la Tierra necesitamos aprovechar sus recursos. Los humanos hemos sido muy inteligentes al hacerlo, pero lo que no hemos aprendido es cómo hacerlo de una manera que podamos mantener a largo plazo.
En el libro menciona las estrategias de geoingeniería que algunos han puesto encima de la mesa, como inyectar partículas reflectantes en la atmósfera para imitar el efecto de los volcanes, ¿sería un suicidio?
Es muy peligroso. Y, por supuesto, es tan atractivo porque es la solución milagrosa que, decimos, a un problema que hemos creado durante el último siglo. Y somos perezosos. Preferimos tener algo que resuelva el problema antes que obligarnos a cambiar nuestras costumbres. Pero el consenso generalizado en la comunidad geocientífica es que es realmente peligroso, porque tendría un efecto dominó de formas desconocidas en todo el sistema climático. Y no es realmente una solución a largo plazo; si empezamos a inyectar estos aerosoles de sulfato, necesitamos seguir haciéndolo hasta que bajemos los niveles de CO2, porque si dejáramos de hacerlo, se produciría un gigantesco efecto invernadero que sería mucho peor para la biosfera.
Hay un proverbio chino que dice que es mucho más fácil subirse a un tigre que bajarse de él.
Exactamente. Hay muchísimos problemas e ingenuamente creemos tener el control. Aplicamos esa solución y luego creamos una cascada de consecuencias imprevistas para las generaciones futuras. Y esto me asusta, porque podríamos hacerlo ahora mismo y podría interferir con el monzón en Asia. Podría haber consecuencias geopolíticas, además de geológicas.
La geología nos ayuda comprender que la Tierra es antigua, resiliente y duradera, pero también que puede cambiar rápidamente y suceder lo peor
Dice usted que hay algunos procesos geológicos que recuerdan a las sociedades humanas “en el que una minoría pequeña pero bien conectada puede alterar radicalmente el funcionamiento de una sociedad entera”. ¿Qué nos puede enseñar la geología sobre estos tiempos convulsos?
Eso pasa con algunos tipos de fusión de una roca, una situación en la que tienes una roca sólida y solo se funde un 30%, pero de repente pierden fuerza y cambia el conjunto. En general, la geología nos ayuda comprender que la Tierra es antigua, resiliente y duradera, pero también que puede cambiar rápidamente. Y eso forma parte de la naturaleza de la Tierra y de nuestras vidas; afortunadamente, la mayoría podemos disfrutar de una vida estable, pero el cambio y la catástrofe van a ocurrir y debemos estar preparados para ambos. Debemos comprender qué fomenta la estabilidad, celebrarlo y agradecerlo, pero también prepararnos para lo peor.