Manual de supervivencia para fans de Doctor en Alaska

Estos días, la voz que viene de arriba nos ha aconsejado que nos compremos un kit de supervivencia por si hubiera una guerra, o un terremoto, o algo. En España, la supervivencia solo podemos permitírnosla de juguete, porque, aquí, sobrevivir de verdad ha sido siempre un lujazo Sobrevivir está sobrevalorado. Hay mucho prefijo “sobre”, porque vivimos en un país de sobres. Incluso, en plena era digital, lo importante sigue yendo por sobre. A nosotros, los mindundis de la Tierra, un sobre nos parece una cosa antigua, algo que ya no se lleva. Pero es que no nos enteramos. Creemos que los sobres son como las peladillas, también mayormente blancos. Y sin embargo, a pesar de haber caído en desuso en nuestra vida cotidiana, al sobre se le sigue nombrando a diario. Todo lo viejo resiste más que lo moderno. Sucede lo mismo con la voz que viene de arriba. Es la voz de cuando se pierde un niño en un sitio y reclaman a los padres. O se anuncia un coche mal aparcado. Antiguamente, la gente quería a sus coches tanto como a sus niños. Incluso, los lavaba más a menudo. Hoy pasa con los perros. A medida que nos civilizamos, nos deshumanizamos. Los llamamos sentimientos, pero es anestesia. Actualmente, la voz que viene de arriba se plasma en política cuando, sin ir más lejos, se utiliza el argumento de “lo ha dicho Bruselas”, del mismo modo que en el Un, dos, tres..., se decía: “Oigamos la voz de los supertacañones”. Pero este último ejemplo ya es del siglo pasado. No importa, en uno y otro caso, se trata de la misma voz sin rostro, como la que le decía cosas a Moisés en lo alto del monte. Estos días, la voz que viene de arriba nos ha aconsejado que nos compremos un kit de supervivencia por si hubiera una guerra, o un terremoto, o algo. Un kit de supervivencia es algo así como el maletín de la Señorita Pepis. Hay que meter dentro cosas pequeñas y que no sirvan para nada, salvo para representar que sirven para algo. En España, la supervivencia solo podemos permitírnosla de juguete, porque, aquí, sobrevivir de verdad ha sido siempre un lujazo. ¡Pero si la gente no tiene dónde vivir! ¡Cómo van a pedirle, encima, que sobreviva! Es muy parecido a cuando estalló la gran recesión y nos dijeron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. ¡Ojalá! El caso es que, en menos de veinte años, hemos pasado de vivir por encima a sobrevivir. O sea, estamos igual. Esto es así porque, en España, no somos tanto de sobrevivir, aquí estamos condenados a malvivir. De este modo, cada vez que la voz que viene de arriba habla de sobrevivir, sabemos que lo que de verdad nos toca es malvivir. En el caso del aumento del presupuesto armamentístico queda bien claro. Es necesario malvivir más aún (es decir, recortar lo poco que se gasta en bienestar), si se quiere sobrevivir. Desde tiempos del ciego del Lazarillo, siempre ha sido así. Los que sobreviven lo hacen a costa de los que malviven. No valgo para la vida práctica. Si, ahora o en cualquier otra época, tuviera que prepararme un kit de supervivencia, me quedaría paralizado pensando qué libro iba a coger. Seguro que sería un libro prohibido. El contenido es lo de menos, ni siquiera me lo iba a leer. Solo lo llevaría para recordar que vivo en un mundo donde los libros se prohíben. Se sobrevive, sobre todo, a los demás. Una guerra mundial no es muy diferente, en esencia, de un linchamiento colectivo. Es una cuestión de bandos y de dar leña a discreción. Se bombardea igual que se lincha, a bulto. Se hace ver que se tiene un objetivo (una fábrica de armas, una idea moral o política), pero luego resulta que el objetivo es lo de menos, pues lo que cuenta es destruir a las personas. No hay victoria sin muertos. Otra cosa que metería en el kit de supervivencia para 72 horas (lo que dura un habeas corpus) sería una lupa como la de Sherlock Holmes. Ahora, los patios de los colegios tienen el suelo de cemento, pero antiguamente los patios de los colegios eran de carne y hueso, y en sus márgenes crecían plantas (vegetación nitrófila o, como el título de Baroja, La mala hierba), y además caían al suelo las hojas secas de los árboles. Y hasta caían bellotas. La bellota es el más literario de nuestros frutos del bosque. Cuando don Quijote pronunció su famoso discurso de la Edad de Oro, junto a una hoguera, sostenía en la mano un puñado de bellotas y las contemplaba inspirado. Cada vez que decimos bellota, estamos diciendo Quercus, el nombre latino y ecologista de nuestras encinas, robles y alcornoques. En ese ambiente escolar, descubrimos la manera de hacer fuego con una lupa. Y así aprendimos a escribir con fuego. Ponías la lupa sobre el papel, y los rayos concentrados del sol se convertían en la punta de un lápiz. Lo malo de escribir con fuego es que, tarde o temprano, te quedas sin sitio donde escribir. Les ha pasado a todos los que lo han intentado. El poder siempre da miedo porque no hay qui

Abr 2, 2025 - 07:54
 0
Manual de supervivencia para fans de Doctor en Alaska

La comisaria europea de Gestión de Crisis.

Estos días, la voz que viene de arriba nos ha aconsejado que nos compremos un kit de supervivencia por si hubiera una guerra, o un terremoto, o algo. En España, la supervivencia solo podemos permitírnosla de juguete, porque, aquí, sobrevivir de verdad ha sido siempre un lujazo

Sobrevivir está sobrevalorado. Hay mucho prefijo “sobre”, porque vivimos en un país de sobres. Incluso, en plena era digital, lo importante sigue yendo por sobre. A nosotros, los mindundis de la Tierra, un sobre nos parece una cosa antigua, algo que ya no se lleva. Pero es que no nos enteramos. Creemos que los sobres son como las peladillas, también mayormente blancos. Y sin embargo, a pesar de haber caído en desuso en nuestra vida cotidiana, al sobre se le sigue nombrando a diario.

Todo lo viejo resiste más que lo moderno. Sucede lo mismo con la voz que viene de arriba. Es la voz de cuando se pierde un niño en un sitio y reclaman a los padres. O se anuncia un coche mal aparcado. Antiguamente, la gente quería a sus coches tanto como a sus niños. Incluso, los lavaba más a menudo. Hoy pasa con los perros. A medida que nos civilizamos, nos deshumanizamos. Los llamamos sentimientos, pero es anestesia.

Actualmente, la voz que viene de arriba se plasma en política cuando, sin ir más lejos, se utiliza el argumento de “lo ha dicho Bruselas”, del mismo modo que en el Un, dos, tres..., se decía: “Oigamos la voz de los supertacañones”. Pero este último ejemplo ya es del siglo pasado. No importa, en uno y otro caso, se trata de la misma voz sin rostro, como la que le decía cosas a Moisés en lo alto del monte.

Estos días, la voz que viene de arriba nos ha aconsejado que nos compremos un kit de supervivencia por si hubiera una guerra, o un terremoto, o algo. Un kit de supervivencia es algo así como el maletín de la Señorita Pepis. Hay que meter dentro cosas pequeñas y que no sirvan para nada, salvo para representar que sirven para algo. En España, la supervivencia solo podemos permitírnosla de juguete, porque, aquí, sobrevivir de verdad ha sido siempre un lujazo. ¡Pero si la gente no tiene dónde vivir! ¡Cómo van a pedirle, encima, que sobreviva! Es muy parecido a cuando estalló la gran recesión y nos dijeron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. ¡Ojalá! El caso es que, en menos de veinte años, hemos pasado de vivir por encima a sobrevivir. O sea, estamos igual. Esto es así porque, en España, no somos tanto de sobrevivir, aquí estamos condenados a malvivir.

De este modo, cada vez que la voz que viene de arriba habla de sobrevivir, sabemos que lo que de verdad nos toca es malvivir. En el caso del aumento del presupuesto armamentístico queda bien claro. Es necesario malvivir más aún (es decir, recortar lo poco que se gasta en bienestar), si se quiere sobrevivir. Desde tiempos del ciego del Lazarillo, siempre ha sido así. Los que sobreviven lo hacen a costa de los que malviven.

No valgo para la vida práctica. Si, ahora o en cualquier otra época, tuviera que prepararme un kit de supervivencia, me quedaría paralizado pensando qué libro iba a coger. Seguro que sería un libro prohibido. El contenido es lo de menos, ni siquiera me lo iba a leer. Solo lo llevaría para recordar que vivo en un mundo donde los libros se prohíben.

Se sobrevive, sobre todo, a los demás. Una guerra mundial no es muy diferente, en esencia, de un linchamiento colectivo. Es una cuestión de bandos y de dar leña a discreción. Se bombardea igual que se lincha, a bulto. Se hace ver que se tiene un objetivo (una fábrica de armas, una idea moral o política), pero luego resulta que el objetivo es lo de menos, pues lo que cuenta es destruir a las personas. No hay victoria sin muertos.

Otra cosa que metería en el kit de supervivencia para 72 horas (lo que dura un habeas corpus) sería una lupa como la de Sherlock Holmes. Ahora, los patios de los colegios tienen el suelo de cemento, pero antiguamente los patios de los colegios eran de carne y hueso, y en sus márgenes crecían plantas (vegetación nitrófila o, como el título de Baroja, La mala hierba), y además caían al suelo las hojas secas de los árboles. Y hasta caían bellotas. La bellota es el más literario de nuestros frutos del bosque. Cuando don Quijote pronunció su famoso discurso de la Edad de Oro, junto a una hoguera, sostenía en la mano un puñado de bellotas y las contemplaba inspirado. Cada vez que decimos bellota, estamos diciendo Quercus, el nombre latino y ecologista de nuestras encinas, robles y alcornoques. En ese ambiente escolar, descubrimos la manera de hacer fuego con una lupa. Y así aprendimos a escribir con fuego. Ponías la lupa sobre el papel, y los rayos concentrados del sol se convertían en la punta de un lápiz. Lo malo de escribir con fuego es que, tarde o temprano, te quedas sin sitio donde escribir. Les ha pasado a todos los que lo han intentado.

El poder siempre da miedo porque no hay quien se fíe. Cuanto más insiste un gobierno en garantizar el derecho a una vivienda o a un empleo digno, más evidencia hay de que eso peligra. Por tal motivo estremece que, de repente, pretendan garantizarnos nuestra supervivencia. Ahora sí que está en peligro. Proponen garantizarla con un kit para 72 horas, exactamente igual que con el resto de los derechos. Es la ley del embudo, el maletín de la Señorita Pepis para los de abajo, y el Monopoly para los de arriba. Y encima, no se puede protestar, porque ya no les basta con decirnos que no sabemos en qué mundo vivimos, sino que ahora también nos reprochan que no sabemos en qué mundo sobrevivimos. Nos lo están quitando todo. Cómo decía Haro Tecglen: ¡Qué estafa!

Este sitio utiliza cookies. Al continuar navegando por el sitio, usted acepta nuestro uso de cookies.