La segunda fumata negra corrobora que todo va según lo previsto en la Sixtina
Parece que el negro se ha convertido en norma. O quizás, tratándose de la elegante Italia, convendría más hablar de moda. Segunda fumata negra en la modesta chimenea de la plaza de San Pedro , lo que implica que, por tercera vez, los cardenales no se han puesto de acuerdo para elegir al Papa. Tanto en la sesión de la mañana como de la tarde, si en la primera votación no se alcanza la mayoría de dos tercios, la fumata se reserva para la segunda, ya sea blanca o negra en función del resultado, y en la que se quemarán todas las papeletas. Así, el humo negro de esta mañana implica normalidad, la seguridad de que están funcionando las estrictas normas que establecen el desarrollo del cónclave, de que todo está bajo control y que sólo queda esperar para conocer al nuevo Papa. Una vuelta a lo ordinario que también se percibe en la plaza de San Pedro. Si ayer el sentimiento de primicia y el horario vespertino, fuera ya de la jornada laboral o académica, congregaron en la plaza a más de 30.000 personas, hoy la cifra es mucho más baja y los turistas despistados están casi a la par que los fieles que no quieren renunciar al momento histórico. Quizás también haya influido la tensa espera de ayer, para algunos de más de dos horas, que hizo más decepcionante el previsible tono oscuro de la densa humareda. Así ahora, cuando de nuevo el azufre —mezclado con perclorato potásico y antraceno— ha hecho su trabajo para tornar en negro el fallido resultado que escondía las papeletas, la decepción de la plaza ya no es sonora, sino más bien resignación. Giuseppe, que asegura haber presenciado la fumata blanca de Juan Pablo II en 1978, comenta con calma: “Esto lleva tiempo. La Iglesia no se apresura”. Y es que Giuseppe, con la sabiduría que le otorga la edad, ha comprendido que los tiempos de la Iglesia no son los del mundo, y que aplicar nuestros mundanos parámetros sólo puede llevar al equívoco. Aun así, no queda otro remedio que interpretar la escasa señal que el humo nos da sobre lo que está ocurriendo dentro de la Síxtina, con el consuelo de que, si nos equivocamos, nuestras afirmaciones ya estarán sepultadas en el olvido cuando, dentro de un par de años, algún cardenal ya senil o el propio Papa, como ya hizo Francisco, decida revelar alguno de los secretos del cónclave. Así, no queda otra que interpretar que el avance de votaciones sin resultado positivo es inversamente proporcional a las posibilidades de que el cardenal Pietro Parolin sea quien finalmente salga vestido de blanco a la loggia delle benedizioni, el balcón central de la basílica de San Pedro. “Si no hay consenso hoy, veremos un candidato sorpresa”, es la frase más repetida en la Sala Stampa vaticana. Tras la fumata negra, a eso de las 11:51, los cardenales han abandonado la capilla Sixtina y se han desplazado de nuevo a Santa Marta. A buen seguro, la mayoría ha escogido alguno de los minibuses que les acercan a la residencia, en el poco más de un kilómetro que la separa, rodeando por detrás la basílica de San Pedro. Otros, habrán quizá preferido dar un pequeño paseo por los jardines vaticanos, que aprovecharán para comentar los resultados de la mañana y, sobre todo, cómo resolver el bloqueo que ha impedido que todavía no haya un nuevo Papa. En los últimos dos cónclaves, el tiempo de descanso y comida del segundo día fue clave para su resolución. En el que eligió a Ratzinger, un importante bloque que apoyaba a Bergoglio mudó su voto y le dio una amplia mayoría a Benedicto XVI en la primera votación de la tarde. En el que se eligió a Francisco, ese tiempo de asueto sirvió para que el propio Bergoglio fuera consciente de que era el candidato más firme y para que se despejaran los falsos rumores que le atribuían graves problemas de salud. Fue elegido en la segunda votación de esa tarde. Habrá que esperar al humo de esta tarde para saber si los acontecimientos seguirán esa senda o, por el contrario el cónclave se parece más al que eligió a Juan Pablo II, cuando los cardenales, atrapados en una lucha imposible de resolver entre dos candidatos, optaron por una tercera vía y apostaron por un desconocido cardenal polaco que al final protagonizaría uno de los pontificados más significativos del siglo XX.
Parece que el negro se ha convertido en norma. O quizás, tratándose de la elegante Italia, convendría más hablar de moda. Segunda fumata negra en la modesta chimenea de la plaza de San Pedro , lo que implica que, por tercera vez, los cardenales no se han puesto de acuerdo para elegir al Papa. Tanto en la sesión de la mañana como de la tarde, si en la primera votación no se alcanza la mayoría de dos tercios, la fumata se reserva para la segunda, ya sea blanca o negra en función del resultado, y en la que se quemarán todas las papeletas. Así, el humo negro de esta mañana implica normalidad, la seguridad de que están funcionando las estrictas normas que establecen el desarrollo del cónclave, de que todo está bajo control y que sólo queda esperar para conocer al nuevo Papa. Una vuelta a lo ordinario que también se percibe en la plaza de San Pedro. Si ayer el sentimiento de primicia y el horario vespertino, fuera ya de la jornada laboral o académica, congregaron en la plaza a más de 30.000 personas, hoy la cifra es mucho más baja y los turistas despistados están casi a la par que los fieles que no quieren renunciar al momento histórico. Quizás también haya influido la tensa espera de ayer, para algunos de más de dos horas, que hizo más decepcionante el previsible tono oscuro de la densa humareda. Así ahora, cuando de nuevo el azufre —mezclado con perclorato potásico y antraceno— ha hecho su trabajo para tornar en negro el fallido resultado que escondía las papeletas, la decepción de la plaza ya no es sonora, sino más bien resignación. Giuseppe, que asegura haber presenciado la fumata blanca de Juan Pablo II en 1978, comenta con calma: “Esto lleva tiempo. La Iglesia no se apresura”. Y es que Giuseppe, con la sabiduría que le otorga la edad, ha comprendido que los tiempos de la Iglesia no son los del mundo, y que aplicar nuestros mundanos parámetros sólo puede llevar al equívoco. Aun así, no queda otro remedio que interpretar la escasa señal que el humo nos da sobre lo que está ocurriendo dentro de la Síxtina, con el consuelo de que, si nos equivocamos, nuestras afirmaciones ya estarán sepultadas en el olvido cuando, dentro de un par de años, algún cardenal ya senil o el propio Papa, como ya hizo Francisco, decida revelar alguno de los secretos del cónclave. Así, no queda otra que interpretar que el avance de votaciones sin resultado positivo es inversamente proporcional a las posibilidades de que el cardenal Pietro Parolin sea quien finalmente salga vestido de blanco a la loggia delle benedizioni, el balcón central de la basílica de San Pedro. “Si no hay consenso hoy, veremos un candidato sorpresa”, es la frase más repetida en la Sala Stampa vaticana. Tras la fumata negra, a eso de las 11:51, los cardenales han abandonado la capilla Sixtina y se han desplazado de nuevo a Santa Marta. A buen seguro, la mayoría ha escogido alguno de los minibuses que les acercan a la residencia, en el poco más de un kilómetro que la separa, rodeando por detrás la basílica de San Pedro. Otros, habrán quizá preferido dar un pequeño paseo por los jardines vaticanos, que aprovecharán para comentar los resultados de la mañana y, sobre todo, cómo resolver el bloqueo que ha impedido que todavía no haya un nuevo Papa. En los últimos dos cónclaves, el tiempo de descanso y comida del segundo día fue clave para su resolución. En el que eligió a Ratzinger, un importante bloque que apoyaba a Bergoglio mudó su voto y le dio una amplia mayoría a Benedicto XVI en la primera votación de la tarde. En el que se eligió a Francisco, ese tiempo de asueto sirvió para que el propio Bergoglio fuera consciente de que era el candidato más firme y para que se despejaran los falsos rumores que le atribuían graves problemas de salud. Fue elegido en la segunda votación de esa tarde. Habrá que esperar al humo de esta tarde para saber si los acontecimientos seguirán esa senda o, por el contrario el cónclave se parece más al que eligió a Juan Pablo II, cuando los cardenales, atrapados en una lucha imposible de resolver entre dos candidatos, optaron por una tercera vía y apostaron por un desconocido cardenal polaco que al final protagonizaría uno de los pontificados más significativos del siglo XX.
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