La Macarena, al rescate de la Madrugada
Quizá no sea el más idóneo para escribir lo que sigue, pero la tinta de periódico que me corre por las venas me empuja a hacerlo aun a riesgo de que se malinterprete como una vulgar forma de reivindicación personal . Nada más lejos de mi intención, pues el periodista le gana la partida al voluntario en este caso sin otro propósito que desvelar algo que los demás desconocen. Otros hablarán de petaladas, de vueltas a los sones de la banda, de saetas prodigiosas y de ovaciones de entusiasmo, pero lo que quiero trasladar es una expresión de intimidad espiritual y de fervor sin excesos muy difícil de lograr pero muy fácil de captar cuando prende en el ánimo de los que la presencian por muy secreta que se quiera guardar. En realidad, es un secreto a voces. Pueden atestiguarlo los quinientos invitados a las sillas de la Catedral durante la madrugada del Viernes Santo y las cuatro mil personas (nazarenos, armaos, costaleros, auxiliares) integradas en un cortejo mayúsculo, inabarcable, a todas luces exagerado. Estas líneas nacen, de modo fortuito, de una charla con una de esas nazarenas de la Macarena en la tarde del viernes, encantada con lo que había vivido en la Catedral. ¿Y qué fue lo que se vivió en las naves del primer templo de la archidiócesis? Una hermosa lección magistral que dictaron tres lectores y casi una veintena de cantores y músicos durante prácticamente dos horas: una poderosa invitación al rezo durante la estación de penitencia a la Catedral para postrarse ante el monumento eucarístico donde Jesús Sacramentado aguardaba. Ese y no otro era la intención del proyecto Vía Sacra que tanto ha dado que hablar en los meses previos. A la postre, lo que se buscaba era redignificar la estación de penitencia en vez de convertir la visita al templo metropolitano en un aliviadero escatológico tomado en su sentido más corporal. Lo que hizo la hermandad de la Macarena en su tránsito fue justamente dotar de sentido y prestigiar ese tránsito hasta conseguir resaltar precisamente la condición de aliviadero escatológico, pero esta vez, del espíritu. Llegaron cuando todavía estaba pasando el cortejo de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso y se distribuyeron por el palquillo de los lectores (adyacente a las capillas meridionales del coro) a oscuras. Con ellos se hizo la luz, dispuestos para hacer rezar . Y a fe que lo consiguieron. Pueden atestiguarlo esos armaos casco en mano, curtidos de mil batallas cotidianas, musitando una oración sencilla; ese hombre con las manos abiertas y los ojos cerrados en alabanza delante de un pilar de la Catedral; ese cuerpo de nazarenos entonando el canto eucarístico tal vez más sevillano por inmaculista: 'Alabado sea el Santísimo / Sacramento del altar / y la Virgen concebida / sin pecado original'... La batuta la llevaba una jovencita morena a la que se le dibujaban los hoyuelos en la cara cuando sonreía, lo que sucedía todo el rato a pesar de los nervios de que todo cuadrara como un perfecto mecanismo de relojería. Tenía cronometrada cada parte de las reflexiones, las lecturas del Evangelio, las meditaciones y los cantos. Todo el mundo sabía lo que tenía que hacer y cuándo. Todo estaba medido y milimetrado para compaginarse con el discurrir de la cofradía. Eran tres voces que se iban alternando para que todo el mundo identificara de qué se trataba en cada momento. Había mucho trabajo y mucho ensayo detrás, pero también mucha verdad. Las oraciones, muy sencillas (padrenuestro, avemaría y gloria); las reflexiones muy breves, pero muy enjundiosas; los pasajes del Evangelio ilustrados con comentarios muy bien escogidos; la música, más que apropiada. Todo pensado para el recogimiento del nazareno , para invitar a orar al cuerpo de hermanos de luz. El acompañamiento musical corrió a cargo de tres músicos de viento y una quincena de cantores para elevar el espíritu con la belleza melódica que extraían de la partitura y el mensaje no menos bello que sacaban de la letra. En conjunto, todo fue un primor. Durante todo ese tiempo, nadie se acordó de otras polémicas habituales sobre el recorrido para ir a los baños, sobre la compostura en la Catedral, sobre retrasos (además casi no hubo), sobre el comportamiento de acólitos y capataces… La Macarena lo había hecho posible: llevar a la oración a cuantos estaban presentes. ¿No es ese el sentido original de la estación de penitencia? Alguien que lo vivió desde dentro me lo resumió con una frase que pide mármol: «Con música, sin música, da igual... La semana se da la vuelta después de la Macarena». Exacto: la Madrugada se ha dado la vuelta con lo que hizo la Macarena en 2025. Ha abierto una trocha como pionera. Ahora cada hermandad tiene que encontrar su propio camino para hacer de la estación de penitencia a la Catedral -como marcan las reglas- una hermosa experiencia trascendente de cercanía con Dios. Se puede lograr a través del mutismo severo pero también a través de la música y de la palabra para mover al corazón: cada una verá cómo lo persigue.
Quizá no sea el más idóneo para escribir lo que sigue, pero la tinta de periódico que me corre por las venas me empuja a hacerlo aun a riesgo de que se malinterprete como una vulgar forma de reivindicación personal . Nada más lejos de mi intención, pues el periodista le gana la partida al voluntario en este caso sin otro propósito que desvelar algo que los demás desconocen. Otros hablarán de petaladas, de vueltas a los sones de la banda, de saetas prodigiosas y de ovaciones de entusiasmo, pero lo que quiero trasladar es una expresión de intimidad espiritual y de fervor sin excesos muy difícil de lograr pero muy fácil de captar cuando prende en el ánimo de los que la presencian por muy secreta que se quiera guardar. En realidad, es un secreto a voces. Pueden atestiguarlo los quinientos invitados a las sillas de la Catedral durante la madrugada del Viernes Santo y las cuatro mil personas (nazarenos, armaos, costaleros, auxiliares) integradas en un cortejo mayúsculo, inabarcable, a todas luces exagerado. Estas líneas nacen, de modo fortuito, de una charla con una de esas nazarenas de la Macarena en la tarde del viernes, encantada con lo que había vivido en la Catedral. ¿Y qué fue lo que se vivió en las naves del primer templo de la archidiócesis? Una hermosa lección magistral que dictaron tres lectores y casi una veintena de cantores y músicos durante prácticamente dos horas: una poderosa invitación al rezo durante la estación de penitencia a la Catedral para postrarse ante el monumento eucarístico donde Jesús Sacramentado aguardaba. Ese y no otro era la intención del proyecto Vía Sacra que tanto ha dado que hablar en los meses previos. A la postre, lo que se buscaba era redignificar la estación de penitencia en vez de convertir la visita al templo metropolitano en un aliviadero escatológico tomado en su sentido más corporal. Lo que hizo la hermandad de la Macarena en su tránsito fue justamente dotar de sentido y prestigiar ese tránsito hasta conseguir resaltar precisamente la condición de aliviadero escatológico, pero esta vez, del espíritu. Llegaron cuando todavía estaba pasando el cortejo de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso y se distribuyeron por el palquillo de los lectores (adyacente a las capillas meridionales del coro) a oscuras. Con ellos se hizo la luz, dispuestos para hacer rezar . Y a fe que lo consiguieron. Pueden atestiguarlo esos armaos casco en mano, curtidos de mil batallas cotidianas, musitando una oración sencilla; ese hombre con las manos abiertas y los ojos cerrados en alabanza delante de un pilar de la Catedral; ese cuerpo de nazarenos entonando el canto eucarístico tal vez más sevillano por inmaculista: 'Alabado sea el Santísimo / Sacramento del altar / y la Virgen concebida / sin pecado original'... La batuta la llevaba una jovencita morena a la que se le dibujaban los hoyuelos en la cara cuando sonreía, lo que sucedía todo el rato a pesar de los nervios de que todo cuadrara como un perfecto mecanismo de relojería. Tenía cronometrada cada parte de las reflexiones, las lecturas del Evangelio, las meditaciones y los cantos. Todo el mundo sabía lo que tenía que hacer y cuándo. Todo estaba medido y milimetrado para compaginarse con el discurrir de la cofradía. Eran tres voces que se iban alternando para que todo el mundo identificara de qué se trataba en cada momento. Había mucho trabajo y mucho ensayo detrás, pero también mucha verdad. Las oraciones, muy sencillas (padrenuestro, avemaría y gloria); las reflexiones muy breves, pero muy enjundiosas; los pasajes del Evangelio ilustrados con comentarios muy bien escogidos; la música, más que apropiada. Todo pensado para el recogimiento del nazareno , para invitar a orar al cuerpo de hermanos de luz. El acompañamiento musical corrió a cargo de tres músicos de viento y una quincena de cantores para elevar el espíritu con la belleza melódica que extraían de la partitura y el mensaje no menos bello que sacaban de la letra. En conjunto, todo fue un primor. Durante todo ese tiempo, nadie se acordó de otras polémicas habituales sobre el recorrido para ir a los baños, sobre la compostura en la Catedral, sobre retrasos (además casi no hubo), sobre el comportamiento de acólitos y capataces… La Macarena lo había hecho posible: llevar a la oración a cuantos estaban presentes. ¿No es ese el sentido original de la estación de penitencia? Alguien que lo vivió desde dentro me lo resumió con una frase que pide mármol: «Con música, sin música, da igual... La semana se da la vuelta después de la Macarena». Exacto: la Madrugada se ha dado la vuelta con lo que hizo la Macarena en 2025. Ha abierto una trocha como pionera. Ahora cada hermandad tiene que encontrar su propio camino para hacer de la estación de penitencia a la Catedral -como marcan las reglas- una hermosa experiencia trascendente de cercanía con Dios. Se puede lograr a través del mutismo severo pero también a través de la música y de la palabra para mover al corazón: cada una verá cómo lo persigue. La Macarena ha encontrado la fórmula. Ha salido, quién lo iba a decir, al rescate de la Madrugada. A Dios gracias.
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