La lucha contra el cierre de la central nuclear resurge en Almaraz: "La transición justa no es más que un mito, no va a llegar"
En los últimos meses ha resurgido un movimiento en favor de posponer la fecha de cierre de la central en 2027.

El castillo de Belvís de Monroy se levanta imponente sobre esta pequeña localidad extremeña de apenas 800 habitantes. Las calles están desiertas, pero de las casas sale ya el olor a comida de puchero que indican que sigue habiendo vida dentro de sus muros. Sobre el letrero del Bar Franco, vacío de parroquianos a esta hora de la mañana, un cartel: "Sí a Almaraz, Sí al futuro". Almaraz, el pueblo vecino, aloja a la central nuclear que ha vuelto a estar en el centro de todas las controversias en los últimos meses.
"La central nuclear nos aporta empleabilidad, nos aporta asentamiento de población, que es importantísimo para nuestros pueblos pequeñitos, rurales y despoblados", declara, desde el ayuntamiento, Fernando Sánchez, alcalde de Belvís y técnico de protección radiológica en la central, que tiene una plantilla estimada de unos 800 trabajadores. "Nos aporta ahora mismo 3.800 empleos, entre directos e indirectos, así que, al final, lo que nos da es nuestra vida y la vida de nuestros comercios y de nuestros restaurantes. En fin, todo".
En explotación comercial desde 1983, Almaraz, con sus dos reactores, es la central nuclear más antigua de las cinco en funcionamiento en España. También será la primera en cerrar, después del acuerdo alcanzado en 2019 entre sus tres propietarios -Iberdrola, Endesa y Naturgy- que estableció su fecha de clausura en noviembre de 2027, para el primer reactor y octubre de 2028, para el segundo.
En los últimos meses, sin embargo, ha resurgido un movimiento ciudadano en favor de posponer esa fecha que llegó a reunir a varios millares de manifestantes a las puertas de la central en enero. Entre los asistentes, se encontraba la presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola, y otros políticos del PP y Vox, una muestra de la politización que está tomando el debate a nivel nacional, con la derecha a favor del mantenimiento de las nucleares y el Gobierno, de su cierre con una transición justa que garantice el empleo.
"Esa transición justa que se habla la llevamos viviendo años en las minas de carbón, en (la ya clausurada central de) Garoña, etc. Nunca ha llegado ni va a llegar, no es más que un mito", defiende el alcalde de Belvís, que también es el presidente de la plataforma organizadora de las movilizaciones pronucleares Almaraz Sí. "A nosotros nos espera emigración, pueblos desiertos, despoblación por completo. Cosas que ya sufrimos en Extremadura desde años y años y esto va a ser muchísimo peor".
La transición renovable, en entredicho
Entre olivares, campos de tabaco y torres de riego que se alzan como castillos, las carreteras que recorren la comarca del Campo Arañuelo están flanqueadas por extensos campos de placas solares. Esta tecnología está llamada a sustituir a la nuclear como generadora eléctrica en la zona. Una energía limpia, que no conlleva el siempre terrorífico riesgo de un accidente nuclear ni los residuos radiactivos que se deben almacenar sellados a cal y canto durante décadas junto a la central. Sin embargo, no todos los vecinos parecen muy contentos con el cambio.
El bar Portugal, ubicado junto a la Nacional 5 que cruza Almaraz por el centro, cuenta cada día con una nutrida clientela de trabajadores de la central. A sus 37 años, Mabel lleva trabajando aquí como camarera desde hace seis. "Directa o indirectamente, todas las personas de aquí, de la zona, viven de la central. Nosotros, si no tenemos clientes, no podemos trabajar, no comen nuestras familias. Si cierran la central, va a ser una catástrofe", declara la almaraceña, que asegura no tener ningún miedo de los dos reactores nucleares que se elevan al final del pueblo.
"Creo que es bastante segura. Creo que la energía nuclear nos viene bastante mejor que todas las energías renovables que están poniendo, que están destrozando el campo. Está el pueblo alrededor lleno de espejos. En un futuro, a largo plazo, ¿qué va a ser de esos residuos? Yo estoy a favor de la energía nuclear y prefiero la energía nuclear antes que las placas solares", defiende Mabel.
El acuerdo de cierre firmado en 2019, según defienden los pronucleares, se hizo en un contexto muy distinto al actual. No había comenzado entonces la Guerra de Ucrania, con el consecuente aumento de precio del gas ruso, y se había sobrevalorado el ritmo al que las renovables podrían avanzar como sustitutas de las fuentes tradicionales de energía. El apagón del pasado 28 de abril aportó un nuevo argumento a los favorables a ampliar la vida útil de las nucleares.
"La central está en perfectas condiciones para poder operar incluso hasta el año 2063, que serían los 80 años para los que tiene autorización de explotación la central nuclear de North Anna, que es una central nuclear gemela Almaraz que está en Estados Unidos, en el estado de Virginia", defiende Patricia Rubio, ingeniera de la central de Almaraz. Para ella, nacida en Plasencia, como para tantos otros de sus compañeros, el cierre de Almaraz supondría tener que emigrar de su tierra.
"Yo soy optimista porque creo que si todos los países en Europa que tienen centrales nucleares operando a día de hoy están apostando por su continuidad, incluso por construir nuevos reactores, España no puede ser el único que vaya a contracorriente", declara la ingeniera, junto a una pequeña maqueta de la central ubicada a la salida de Almaraz. Junto a la maqueta, una placa conmemorativa instalada en 2023: "En agradecimiento a la central nuclear de Almaraz. Por contribuir al crecimiento del municipio y mejora de la calidad de vida de sus vecinos".
Cuatro décadas de movimiento antinuclear
Durante los años 80, bajo el paraguas de la Coordinadora Estatal Antinuclear, grandes marchas reclamaron el cierre de la recién inaugurada central, la más multitudinaria en 1986 tras el gravísimo accidente registrado en la central soviética de Chernobyl. El movimiento, con todo, se fue desinflando en los 90 con la frustración del proyecto de central nuclear en Valdecaballeros, Badajoz, como su mayor éxito. Aunque su actividad se ha mantenido viva con charlas informativas y pequeñas concentraciones, el anuncio definitivo del cierre de Almaraz en 2019 mandó definitivamente a la hibernación al movimiento antinuclear extremeño.
"Yo vivo aquí, yo hablo con la gente, a la gente no le gusta la central nuclear, los que se mueven es porque esto lo está promoviendo la Junta de Extremadura, además con dinero público, y son los familiares y los que viven alrededor de la central que viven de eso, y los pueblos que reciben dinero de eso", declara Rocío Luengo, vecina de Torremenga, a 30 km de Almaraz, y veterana de un movimiento, el antinuclear, al que admite que el resurgir del debate ha cogido a contrapié. "Hemos sido muy generosos, llevamos 40 años aquí aguantando esto, que no es para nosotros, porque nosotros no necesitamos electricidad, con la hidroeléctrica aquí en Extremadura y la fotovoltaica nos sobra. En Madrid no quieren poner renovables, pero sí necesitan los dos reactores de Almaraz".
A pesar de la alta demanda de electricidad desde polos de consumo como Madrid, los altos costes derivados de los impuestos de gestión de residuos nucleares hacen que la actividad no resulte rentable para unas compañías que acordaron libremente su cierre en 2019. No obstante, ahora, las eléctricas propietarias de la planta se ofrecieron a salvar Almaraz si la presión fiscal baja al nivel de la de Francia, el país europeo que más ha apostado históricamente por la energía nuclear.
Cuando Paca Blanco se enamoró de un extremeño y se trasladó a vivir a Navalmoral de la Mata, a 10 kilómetros de Almaraz, hace más de cuatro décadas, la central nuclear estaba aún en construcción. "Yo he tenido este sol puesto en la fachada de mi casa, en una pintada enorme", declara, señalándose el parche que lleva con orgullo en el bolso, el sol sonriente, logo del movimiento antinuclear internacional. "Yo he sido antinuclear desde que llegué aquí, empecé a estudiar qué era una central nuclear y me di cuenta el riesgo que se corría".
Para Blanco, que es miembro fundador de la organización Ecologistas en Acción, el gran argumento contra la ampliación de la vida de la central está, precisamente, en los residuos que genera, que se mantienen radioactivos durante décadas. "De aquí al 2063, pues vamos a ver, si ahora mismo tenemos alrededor de 10.000 toneladas de residuos radiactivos de alta actividad, de aquí a esa fecha tendremos 20.000 toneladas", defiende la ecologista. "Me parece que la gente no es consciente de que ni por un puesto de trabajo, ni por un salario, ni por nada, podemos generar esas toneladas de residuos radiactivos que no sabemos qué hacer con ellos".
Un futuro para el Campo Arañuelo
En el debate entre partidarios y detractores de la energía nuclear todo gira en torno a si los puestos de trabajo justifican o no los conocidos perjuicios que conlleva vivir junto a una central nuclear. Sin embargo, Carmen Ibarlucea, portavoz del Foro Extremeño Antinuclear defiende que el cierre de la central no tiene porqué suponer una pérdida inmediata de empleo.
"Desmantelar una central nuclear también crea puestos de trabajo. Se necesita personal bien formado, va a seguir siendo una mano de obra de calidad y, después, no es algo de un día para otro, desmantelar una central nuclear, por lo menos requiere unos 20 años", defiende Ibarlucea, que asegura que el debate está actualmente engañosamente del lado de los pronucleares.
"Es un tema tabú, la gente que está en contra no se atreve a decirlo claramente y en voz alta porque se siente estigmatizada dentro de la zona por una creencia falsa sobre los puestos de trabajo que da Almaraz y que se van a perder", declara la ecologista. "Pero todo el mundo conoce los grandes accidentes nucleares que han sucedido y hay que desmentir que sea una energía verde. Contribuye a la emergencia climática y deja residuos tanto en la flora como en la fauna como en las personas que están viajando a través del agua".
Es ya la hora de comer y las terrazas del centro de Navalmoral están repletas. Esta localidad, que ahora tiene 17.000 habitantes, ha ganado 4.000 vecinos desde la apertura de la central y es la principal población de la comarca. Sara Sánchez, tiene ahora 39 años, y tras pasar siete en Madrid, donde estudió Empresariales, regresó a su ciudad natal para trabajar en el departamento de aprovisionamiento de la central nuclear. Acaba de salir de trabajar de la oficina, ubicada a escasos metros de su casa en la ciudad donde se crio. Toda la vida de su familia gira en torno a la central nuclear.
"Mi padre ha estado hasta el año pasado, que se jubiló, trabajando como personal de mantenimiento, mi hermano también trabaja allí y conocí allí a mi marido, que no es de aquí, pero vino a hacer unos trabajos y aquí hemos formado una familia", declara Sánchez, madre de dos niñas. Asegura no sentir miedo por vivir y trabajar junto a los dos reactores nucleares. "Mi padre ha trabajado ahí y no creo que cualquier padre pusiera en riesgo a su hija. Ahora que soy madre, no pondría en riesgo a mis hijas por nada del mundo. Y trabajando dentro, pues es que veo cómo se trabaja allí, la eficiencia, la profesionalidad, la seguridad que aplica cada día todo. No tengo miedo para nada".
Las perspectivas para trabajadores de la planta como ella son siempre las mismas en caso de cierre: emigrar. Pero la afectación económica podría ser generalizada. La edad dorada de Navalmoral podría estar llegando a su fin. "Yo no había nacido, pero la gente comenta que cuando empezó la construcción vino muchísima gente de fuera que se ha quedado y se ha sentado aquí en el pueblo y en las zonas de alrededor. Y aquí han hecho raíces, han formado su familia, tienen sus casas y así, generación tras generación, eso es riqueza al final para la zona", relata la extremeña.
De momento, la fecha de cierre sigue siendo la misma. Un año, 2027, que pesa como una losa para unos y es un hito añorado desde hace décadas para otros. Si nada cambia, las dos enormes cúpulas que han formado parte del paisaje de Almaraz desde los ochenta desaparecerán y solo las toneladas de residuos radiactivos, celosamente encapsulados bajo gruesos muros de hormigón, se mantendrán como temibles testigos de que aquí, durante cuarenta años, existió una central nuclear.
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