La diferencia entre la comunicación en televisión y en redes sociales
Las redes premian la fotogenia instantánea, la TV se basa en la telegenia del carisma. No es lo mismo.

"Yo nunca veo la tele", dicen las nuevas generaciones como coletilla. Aunque ahora lleven la tele hasta en el bolsillo. Porque la tele ya hace tiempo que no se ve solo por la tele. Estamos rodeados de historias audiovisuales: en plataformas bajo demanda, en cadenas tradicionales, en publicidad y en las propias redes sociales. Aunque sí que hay grandes diferencias entre la tele de siempre y la viralidad que la replica.
Las redes sociales promueven un individualismo de producción de contenido. Para empezar, solo basta con un móvil, un aro de luz y ya comunicas tu talento al resto del mundo exterior. La conversación con los seguidores es de tú a tú. Sin aparentemente intermediarios, lo que permite crear comunidades de fieles muy afines.
Muy diferente a la tele, que se basa más en la congregación. A la hora de verse y, también, a la hora de crearse. Porque la tele es "solo no puedes, con amigos sí". La televisión es trabajo en equipo. Sus historias se distinguen o deberían distinguirse de las de las redes sociales en la calidad de elaboración. Luz, fotografía, realización, guion. La tele es una cadena de oficios, cadena humana que siempre crece en la capacidad de enriquecerse aprendiendo de miradas dispares.
De ahí que las grandes audiencias de la tele sigan construyéndose en la capacidad de unir diversidad de ciudadanos. La tele esa plaza pública en la que nos mezclamos, nos descubrimos, nos conocemos y hasta nos terminamos entendiendo. Sobre todo cuando el conocer conlleva la empatía que desactiva prejuicios. En las redes, en cambio, ahora es más fácil en quedarse atrapados en burbujas de autoafirmación. Nos quedamos en lo que reconocemos. En música, en ideología, en aspiraciones. Vas allá donde saber que o te darán la razón absoluta o, en su defecto, podrás rebatir sintiéndote con la razón absoluta.
Ahí estriba el problema de que muchos influencers no se adapten bien a la tele cuando intentan dar el salto al gran medio de masas. Están acostumbrados al posado o monólogo grabado y editado. Pero la tele se basa más en saber atender a los entornos en riguroso directo. En las redes se habla mucho pero se escucha poco. En la tele es al contrario. O sabes escuchar o estás perdido. Hay que escuchar. Incluso cuando estabas hablando solo. Escuchar al espacio por el que te debes mover. Escuchar al regidor, al realizador, a la luz, a los compañeros. Los que se ven y los que no.
Si nos fijamos en los grandes comunicadores de la historia de la televisión, todos contaban con una autoría aplastante. El éxito de su telegenia estaba más en el carisma a la hora de dialogar en el estudio y con los propios espectadores a través de la cámara, que en una belleza de manual. María Teresa Campos, José María Íñigo, Mercedes Milá, Paloma Chamorro, Emilio Aragón, Jorge Javier Vázquez... la lista es amplia. Les recordamos por su capacidad para comunicar, no por cumplir los requisitos de un cuerpo de póster desplegable. En las redes, sin embargo, gana a menudo la fotogenia básica. Se triunfa más cuando hay un canon físico muy estereotipado que capta a primer golpe de mirada nuestra atención. Hasta si no cumples la supuesta normatividad física, si cumplirás un cliché muy reconocible. No hay tiempo para los matices. Elegimos el patrón. Porque las imágenes nos entran por los ojos en un solo segundo o pasamos al siguiente vídeo. Ahí está la gran distinción entre la tele y las redes: en la tele la fidelidad se construye en el tiempo para conocerse y las redes en un consumo instantáneo. En un flirteo inmediato, donde las apariencias importan más que las personas.