J.D. Vance, un político con ideas propias
Vance no sería descabellado suponer que quiere ser un referente entre los jóvenes que, como le sucedió a él, no tienen en quién mirarse

Aunque parece que fue hace mucho tiempo porque los acontecimientos se suceden a una velocidad endiablada, sólo hace dos semanas que el Papa Francisco recibió a J.D. Vance en el Vaticano. Casualmente, en ese momento yo estaba leyendo Hillbilly, una elegía rural, la autobiografía del vicepresidente de Estados Unidos, un hombre joven cuyo origen social es radicalmente opuesto al lujo en el que se crió Donald Trump. Me habría gustado saber cómo se conocieron y qué pensaba J.D. del magnate antes de empezar a trabajar a sus órdenes, pero el libro acaba antes. Y yo terminé de leerlo al día siguiente del encuentro del argentino y el estadounidense en Roma, más o menos a la misma hora en que moría el Papa.
Nacido en los Apalaches, Vance es hijo de una alcohólica drogadicta y nieto de una mujer violenta —y maltratada— que siempre iba armada; es lógico que su autobiografía resulte apasionante. Pero no sólo es muy entretenida, también es enriquecedora; quizá porque debió de sentarse a escribir para comprender por qué determinadas capas de la sociedad estadounidense no consiguen salir de la pobreza. Cuando le preguntan qué es lo que más le gustaría cambiar en la clase trabajadora blanca, J.D. dice: “La sensación de que nuestras decisiones no tienen importancia”. Por tanto, no sería descabellado suponer que quiere ser un referente entre los jóvenes que, como le sucedió a él, no tienen en quién mirarse. Para animarlos a no instalarse en el victimismo y mostrarles el camino para romper con ese círculo vicioso de alcohol, drogas, embarazos adolescentes y familias desestructuradas que, inevitablemente, conduce a depender de la caridad del Estado.
Preocupado por la miseria de su región, Vance analiza por qué su entorno ha ido poco a poco desligándose del partido demócrata, demasiado volcado en procurar una vida fácil a minorías marginales como para preocuparse por las necesidades de la clase trabajadora en la que antaño tenía el caladero de votantes. “Cada dos semanas recibía un cheque con un pequeño sueldo y me fijaba en la línea donde se deducían de mi salario los impuestos federales y estatales. Casi con la misma frecuencia, nuestro vecino drogadicto se compraba las mejores chuletas, que yo era demasiado pobre para comprar, pero que el Tío Sam me obligaba a comprar para otro”. Sin embargo, su mirada no se detiene en la política, sino que también se pregunta qué responsabilidad tienen los pobres sobre sus vidas. Porque Vance, además de en la familia y en la patria, cree en la responsabilidad individual; dos palabras que desaparecieron del vocabulario de los políticos cuando lo woke comenzó a anegarlo todo.
Cuando se enroló no tenía autoestima ni expectativas de futuro; pero los marines no sólo le devolvieron la fe en sí mismo, sino que le enseñaron la importancia de cosas tan fundamentales como comer sano y hacer ejercicio—“nuestros hábitos alimentarios y deportivos parecen pensados para mandarnos pronto a la tumba”—o administrar bien el dinero
Entre los hillibillies, nadie llegaba a estudiar en alguna de las universidades de élite de la Ivy League, y los vecinos y familiares de Vance, sumidos en su paralizante pesimismo existencial, probablemente dirían que sólo un milagro explica que él se licenciara en Yale. Pero la realidad es que, en su ignorancia, ni siquiera conocían las becas que Yale destina a los chicos pobres y a los veteranos del ejército. Ejército que —este sí que sí— resultó milagroso en la existencia de D.J. Cuando se enroló no tenía autoestima ni expectativas de futuro; pero los marines no sólo le devolvieron la fe en sí mismo, sino que le enseñaron la importancia de cosas tan fundamentales como comer sano y hacer ejercicio— “nuestros hábitos alimentarios y deportivos parecen pensados para mandarnos pronto a la tumba”— o administrar bien el dinero. Incluso le proporcionaron la oportunidad de enviar 300$ mensuales a su abuela para ayudarla con los gastos médicos: “(…) nunca había creído que tuviese la capacidad y la responsabilidad de cuidar a los que amaba”.
A lo largo de 255 páginas, J.D. muestra su agradecimiento a las buenas personas que le ayudaron: su abuelo —referente paterno para él—, que le enseñó a multiplicar y dividir en una sola tarde; el marine mayor que impidió que se endeudara para comprarse un BMW, la profesora universitaria que contestaba a todas sus dudas y le informaba de todos los asuntos burocráticos que ignoraba… A pesar de todo —o precisamente por eso—, Vance sigue creyendo en el ser humano.
Conocer a su gente
Por eso reflexiona sobre las circunstancias de su propia experiencia personal y las extrapola a su clase social para intentar buscar soluciones. Es decir, Vance es un tipo con ideas propias. ¿Alguien se acuerda de quién fue el último político español en tener ideas propias? Desde luego, ninguno de nuestros “líderes” actuales, mediocres amamantados en las ubres del partido que necesitan una miríada de asesores y expertos para saber qué tienen que opinar en cada momento. Ninguno conoce a su pueblo tan bien como Vance parece conocer al suyo. Antes de ir a Yale a estudiar Derecho, tras pasar por el Ejército y graduarse en la universidad de Ohio, tuvo que pasar unos meses en su pueblo. “Por primera vez en mi vida, me sentía forastero en Middletwon. Y lo que me convertía en un forastero era mi optimismo”. Y el optimismo, amigos, se consigue luchando contra la adversidad, no abandonándose a ella.