Felisberto Hernández. La casa inundada.
Atalanta, 2012. 350 páginas. Incluye los siguientes relatos: El caballo perdido Nadie encendía las lámparas El balcón El acomodador Menos Julia La mujer parecida a mí Mi primer concierto El comedor oscuro El corazón verde Muebles «El canario» Las dos historias Explicación falsa de mis cuentos La casa inundada El cocodrilo Lucrecia La casa nueva Mur Manos equivocadas Tenía perdida esta reseña de la época oscura y después leí este libro Nadie encendía las lámparas y no encontraba la referencia. Esta edición de Atalanta es más completa y nos permite conocer mejor la buena labor de cuentista de Felisberto. Aquí pueden encontrar mejores reseñas: La casa inundada y La casa inundada. Muy bueno. EXPLICACIÓN FALSA DE MIS SUEÑOS Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso... The post Felisberto Hernández. La casa inundada. first appeared on Cuchitril Literario.
Incluye los siguientes relatos:
El caballo perdido
Nadie encendía las lámparas
El balcón
El acomodador
Menos Julia
La mujer parecida a mí
Mi primer concierto
El comedor oscuro
El corazón verde
Muebles «El canario»
Las dos historias
Explicación falsa de mis cuentos
La casa inundada
El cocodrilo
Lucrecia
La casa nueva
Mur
Manos equivocadas
Tenía perdida esta reseña de la época oscura y después leí este libro Nadie encendía las lámparas y no encontraba la referencia. Esta edición de Atalanta es más completa y nos permite conocer mejor la buena labor de cuentista de Felisberto.
Aquí pueden encontrar mejores reseñas: La casa inundada y La casa inundada.
Muy bueno.
EXPLICACIÓN FALSA DE MIS SUEÑOS
Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí ‘nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento: sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran
ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.
Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda.
En el mapa de la literatura escrita en nuestro idioma, la figura del narrador uruguayo Felisberto Hernández ocupa un lugar ciertamente peculiar y único, pues es tan excéntrico (en su doble acepción: fuera del centro y extravagante) como esencial. Es uno de esos escritores subterráneos que se ganan a pulso la admiración y el cariño de sus lectores de manera discreta, sin aspavientos ni escándalos, al contrario, se presentan como narradores de apariencia afable y chaleco de punto bajo el cual bombea un corazón indómito empeñado en robar el daguerrotipo de Dios.
Felisberto estuvo allí y estuvo antes. Pertenece a ese club exclusivo de precursores inquietos, marginales, algo chiflados, que introdujeron aires de modernidad en un páramo cultural, el hispánico de la época, más bien acartonado y provinciano, justo antes del estallido del boom. Un minuto antes de que la tribu de Melquíades hiciese su estruendosa aparición, antes
de las autopistas del sur y las regiones más transparentes, antes de los tres tristes tigres, antes de que los jardines se bifurcaran en múltiples senderos, antes de todo eso, allí estaba Felisberto Hernández con sus raras miniaturas. Justo antes, en definitiva, de que la literatura nos tomara de la mano, una tarde remota, para llevarnos a conocer el hielo.
Desde entonces no hemos vuelto. Muchos de esos hielos se han fundido y otros van camino de derretirse pronto, tragados por la voracidad del tiempo, mientras que la voz de Felisberto, en cambio, resiste bien la erosión, aún se mantiene fresca y sensual, y sus enigmas y paradojas todavía siguen interpelándonos.
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