El relato de un bombero desde la oscuridad del sillón de una clínica dental con la anestesia en lo alto

Son muchos los testimonios que conocemos ahora, con la comunicación (casi) restablecida. Desde clínicas dentales paralizadas hasta supermercados desabastecidos, los ciudadanos se enfrentaron a un día de caos, especulaciones e incredulidad. A Alberto Romero, un bombero forestal de 26 años, el gran apagón le asestó su estocada maestra en el momento más inoportuno: recostado en el sillón de una clínica dental albaceteña, con la boca entumecida por la anestesia. Acababa de soportar el siempre incómodo pinchazo de la aguja en la encía y la odontóloga se disponía a colocarle unas placas para disimular «un hueco entre dos muelas». Pero las luces se apagaron unos minutos después de las doce y media del 28A, el zumbido de los aparatos silenció y en la clínica se hizo la penumbra , con la operación a medio hacer. «Tuve que volver a casa con los picos sin limar, a medio pulir y con una placa en la boca», nos cuenta este joven bombero, que resta importancia a su curioso episodio y su única preocupación es que «todo vuelva a la normalidad y los ciudadanos estén bien». La odontóloga le dejó en el sillón un momento para bajar a la calle y ver qué sucedía. «Tranquilo, que sólo ha afectado a dos manzanas...» Pero la luz no volvía: la ciudad de los cuchillos estaba desafinada de pulso eléctrico, como toda Castilla-La Mancha, como toda España. En medio del caos, la amable dentista lo intentó armada con una linterna que tan solo iluminaba sus buenas intenciones, pues la oscuridad se impuso y era imposible rematar la faena. Al final, doctores y pacientes salieron a la calle a contemplar el espectáculo insólito de un mundo sin corriente y preguntándose qué podría haber sucedido. «Esto es cosa de Trump», «No, de Putin», cuenta Alberto que comentaba la gente. «Era caótico todo y con mucha incertidumbre», dice con resignación.   Romero tuvo que volver a su casa con las molestias dentales: «Es muy incómodo para comer, roza y molesta mucho». Para colmo, le aguardaba otra sorpresa: no solo no había luz, «tampoco agua». Como tantos ciudadanos, él y su pareja, Lourdes -tras una rara jornada en el instituto donde ejerce de profesora-, se dirigieron a un centro comercial a comprarla embotellada, pero «todos los estantes estaban arrasados». Y no le quedó otra que coger el coche para ir a una parcela con pozo y acarrear algo de agua para lo indispensable. «Allí estaban nuestros sobrinos con sus padres, que en su caso habían ido a por gas como alternativa a la vitrocerámica. Los niños son pequeños, de 2, 4 y 8 años, y el más chico, decía que por qué era tan de noche, que le daba miedo». Con la noche encima y la boca dolorida, cuenta que las calles eran propias de un rodaje «de película de miedo». A oscuras el mundo de luz que conocía hasta entonces. En pleno siglo XXI. La ausencia de luz eléctrica dejó al descubierto la fragilidad de un mundo hiperconectado, donde la dependencia de la tecnología se hizo tristemente reveladora. «Era como si todo lo que conocíamos se hubiera desvanecido en un segundo», añade. Para terminar con una reflexión: «Esa oscuridad nos abrió una luz al mundo que estamos creando y a lo dependientes que somos hoy de las máquinas».

Abr 29, 2025 - 14:51
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El relato de un bombero desde la oscuridad del sillón de una clínica dental con la anestesia en lo alto
Son muchos los testimonios que conocemos ahora, con la comunicación (casi) restablecida. Desde clínicas dentales paralizadas hasta supermercados desabastecidos, los ciudadanos se enfrentaron a un día de caos, especulaciones e incredulidad. A Alberto Romero, un bombero forestal de 26 años, el gran apagón le asestó su estocada maestra en el momento más inoportuno: recostado en el sillón de una clínica dental albaceteña, con la boca entumecida por la anestesia. Acababa de soportar el siempre incómodo pinchazo de la aguja en la encía y la odontóloga se disponía a colocarle unas placas para disimular «un hueco entre dos muelas». Pero las luces se apagaron unos minutos después de las doce y media del 28A, el zumbido de los aparatos silenció y en la clínica se hizo la penumbra , con la operación a medio hacer. «Tuve que volver a casa con los picos sin limar, a medio pulir y con una placa en la boca», nos cuenta este joven bombero, que resta importancia a su curioso episodio y su única preocupación es que «todo vuelva a la normalidad y los ciudadanos estén bien». La odontóloga le dejó en el sillón un momento para bajar a la calle y ver qué sucedía. «Tranquilo, que sólo ha afectado a dos manzanas...» Pero la luz no volvía: la ciudad de los cuchillos estaba desafinada de pulso eléctrico, como toda Castilla-La Mancha, como toda España. En medio del caos, la amable dentista lo intentó armada con una linterna que tan solo iluminaba sus buenas intenciones, pues la oscuridad se impuso y era imposible rematar la faena. Al final, doctores y pacientes salieron a la calle a contemplar el espectáculo insólito de un mundo sin corriente y preguntándose qué podría haber sucedido. «Esto es cosa de Trump», «No, de Putin», cuenta Alberto que comentaba la gente. «Era caótico todo y con mucha incertidumbre», dice con resignación.   Romero tuvo que volver a su casa con las molestias dentales: «Es muy incómodo para comer, roza y molesta mucho». Para colmo, le aguardaba otra sorpresa: no solo no había luz, «tampoco agua». Como tantos ciudadanos, él y su pareja, Lourdes -tras una rara jornada en el instituto donde ejerce de profesora-, se dirigieron a un centro comercial a comprarla embotellada, pero «todos los estantes estaban arrasados». Y no le quedó otra que coger el coche para ir a una parcela con pozo y acarrear algo de agua para lo indispensable. «Allí estaban nuestros sobrinos con sus padres, que en su caso habían ido a por gas como alternativa a la vitrocerámica. Los niños son pequeños, de 2, 4 y 8 años, y el más chico, decía que por qué era tan de noche, que le daba miedo». Con la noche encima y la boca dolorida, cuenta que las calles eran propias de un rodaje «de película de miedo». A oscuras el mundo de luz que conocía hasta entonces. En pleno siglo XXI. La ausencia de luz eléctrica dejó al descubierto la fragilidad de un mundo hiperconectado, donde la dependencia de la tecnología se hizo tristemente reveladora. «Era como si todo lo que conocíamos se hubiera desvanecido en un segundo», añade. Para terminar con una reflexión: «Esa oscuridad nos abrió una luz al mundo que estamos creando y a lo dependientes que somos hoy de las máquinas».