El legado de Jane McAlevey: cómo construir poder de clase a través de alianzas entre los sindicatos y la comunidad

El libro ‘No hay atajos: Organizar el poder sindical’ es un manual práctico para que todo sindicalista pueda crear una nueva organización o incluso radicalizar aquella en la que milita. La entrada El legado de Jane McAlevey: cómo construir poder de clase a través de alianzas entre los sindicatos y la comunidad se publicó primero en lamarea.com.

May 6, 2025 - 10:32
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El legado de Jane McAlevey: cómo construir poder de clase a través de alianzas entre los sindicatos y la comunidad

En el momento de escribir estas palabras, Jane McAlevey anunciaba que su cáncer había empeorado y que solo le quedaba quedarse en casa, medicalizada, esperando que la última fase de su enfermedad se llevara por delante su vida, como finalmente ocurrió el 7 de julio de 2024. Las últimas palabras que pronunció públicamente fueron para recordarle a la gente que siguiera organizándose y luchando por un mundo mejor. Un mensaje similar al lema –ya perteneciente al folclore de la izquierda estadounidense– expresado por Joe Hill, sindicalista radical sueco- estadounidense, antes de ser ejecutado por un pelotón de fusilamiento en el estado de Utah: «Don’t mourn, organize!» (¡No lloréis, organizaos!).

No hay atajos: Organizar el poder sindical (publicado por Verso Libros), el primer libro de la autora que se traduce al castellano, está pensado como un manual práctico para que todo sindicalista pueda crear una nueva organización o incluso radicalizar aquella en la que milita. Consta de dos partes diferenciadas. En la primera se recogen las teorías que puso en circulación el sindicalismo radical estadounidense en los años treinta. En la segunda, de un lado, se relatan casos prácticos actuales (lo siguen siendo, pese a que el libro se editó en 2016, momento de la primera victoria de Donald Trump) donde se han puesto en marcha dichas teorías para actualizarlas exitosamente y, de otro, derrotas en las que apuntan la estrategia seguida y por qué fracasó. Ambas dimensiones hacen que la obra tenga un valor incalculable, puesto que desarrolla una teoría innovadora sobre el poder de la clase trabajadora organizada, una que además es contraria a las posiciones de las anquilosadas burocracias sindicales, al mismo tiempo que introduce el concepto whole-worker (trabajador integral), una forma de entender a las personas trabajadoras que permite al sindicalista ganar una huelga con una mayor efectividad, y que evita, precisamente, el economicismo que los marxistas han criticado, con certeza, al sindicalismo.

El legado de Jane McAlevey: cómo construir poder de clase a través de alianzas entre los sindicatos y la comunidad
Portada de ‘No hay atajos’. VERSO LIBROS

Respecto al primer asunto, la teoría de poder que McAlevey explica en No hay atajos es sencilla: el conflicto trabajo/capital es en sí mismo una lucha de poder sin cuartel, una guerra solo se puede ganar o perder. Pero también es un proceso de construcción, es decir, no es algo que tengan los trabajadores, sino algo que se construye y se puede destruir. Para ganar, entonces, la organización se debe cuidar, proteger y engrasar continuamente. En este aspecto difiere de las teorías marxistas europeas sobre la unión de los trabajadores, cuyo fin último es el partido de la clase trabajadora. Para nuestra autora, la unión lógica de los trabajadores es el sindicato, pues es el lugar donde pueden unirse, presentar demandas conjuntas, plantar cara y sobre todo constituirse como sujeto independiente para la construcción del poder de clase. Ello no debe leerse como una alergia a los partidos políticos, ni como una «obsesión» con la lucha economicista, de ahí el concepto de whole-worker que conceptualizan los comunistas de los años treinta estadounidenses. Ahora bien, para evitar la tendencia de toda estructura –incluida la sindical– hacia la burocratización, McAlevey afirma que se ha de tener una teoría de poder dentro de la organización que se encargue de llevar a cabo un proceso de democratización constante. Esta labor solo se puede conseguir a través de la conformación de supermayorías en la militancia que empuje a la burocracia, higienizándola en un ciclo infinito, y construyendo un poder dentro de la estructura que a su vez impulse el poder de la clase trabajadora.

En lo relativo al concepto de whole-worker, como señala nuestra autora, el trabajador es una persona cuya identidad e intereses no se circunscriben únicamente al centro de trabajo donde desempeña su función en las relaciones de producción. También tiene una fe, una comunidad de amigos o un entorno barrial. Entender que el trabajador es todo eso, y que ese mundo compuesto por sus comunidades es el que se tiene que movilizar e integrar, fue fundamental para ganar la Huelga de Profesores de Chicago.

Es gracias al trabajo intelectual de investigadoras como Jane McAlevey que ha comenzado a aflorar una historia del sindicalismo estadounidense mucho más rica y diferente a las influencias europeas. Una corriente que se centra en el verdadero poder transformador del movimiento obrero y pone sobre la mesa una teoría de la organización –más flexible, y, por lo tanto, más efectiva– para ser implementada en cualquier país a fin de revolucionar las burocracias sindicales y convertir a sus organizaciones en verdaderas instituciones por y para la clase trabajadora.

De hecho, la oleada sindical que experimenta Estados Unidos –y de la cual no existe precedente en este siglo– solo se puede entender gracias a ese elemento posibilista que encontramos en la caja de herramientas desplegada por McAlevey. Un buen ejemplo es uno de los sindicatos más amarillos y corporativistas del país, el United Auto Workers (UAW), que se ha convertido en una punta de lanza para la lucha del trabajo contra el capital. Durante la época de Reagan, este sindicato perdió todo atisbo de combatividad, prefiriendo negociar a la baja con las empresas del motor que organizando huelgas y a los trabajadores. La peor época del sindicato fue durante la crisis del 2008, cuando se plegó a los duros recortes salariales y de beneficios para los trabajadores que aplicó la alianza entre la gran industria del motor y la Administración Obama. También lo que se ha dado en llamar la corriente del «Nuevo Sindicalismo», que comienza a finales del año 2021 con la sindicalización de la primera tienda de Starbucks. El Starbucks Workers United fue fundado por jóvenes, LGTBI y trabajadores con distintas sensibilidades políticas, desde comunistas hasta socialistas, que en ese entonces no sabían el protagonismo que tendrían en la nueva oleada sindical y en las revoluciones sufridas por la militancia de sindicatos con una larga historia y tradición.[1]

En aquel momento, los jóvenes solo querían ganarle al gran exponente del capitalismo de consumo estadounidense, sentirse escuchados y hacer que su movimiento creciese. A día de hoy cuenta con 400 tiendas sindicalizadas en los Estados Unidos, más de 10.000 afiliados, y ha conseguido aumentos salariales y asistencia médica para las personas trans.

Además, muestra la existencia de un trabajo de militancia de largo recorrido que hunde sus raíces en la renovación de tácticas anarcosindicalistas del sindicato Industrial Workers of the World, quien desde que estalló la crisis del 2008 hasta principios de la década de los 2010 trató de sindicalizar diversas tiendas de Starbucks por el Estado de Nueva York. Aunque con escaso éxito, ya que apenas dos tiendas llegaron al proceso de firmar las fichas de sindicalización e iniciaron elecciones sindicales. Los trabajadores que habían expresado su voluntad de sindicalizarse fueron despedidos, protestaron y denunciaron, e incluso consiguieron indemnizaciones unos cuantos años después. Este rotundo fracaso en su campaña provocó que los sindicalistas reflexionasen colectivamente sobre sus errores y en cómo resolverlos, creando así toda una táctica nueva de sindicalización en secreto, con las charlas persona- persona como principal medio. También ganó peso dentro de la empresa la figura del trabajador-organizer que junto con el concepto whole-worker que Jane McAlevey recupera en esta obra formó un tándem exitoso a la hora de pensar en las nuevas forma de sindicalización, como muestra el caso de Amazon.

Si bien la oleada sindical que se inició en Starbucks siguió creciendo cuando más tiendas se sindicalizaron, explotó cuando uno de los almacenes en el aeropuerto JFK de Nueva York fundó su propio sindicato: Amazon Labor Union (ALU). Fue gracias a la perseverancia de sus líderes Chris Smalls y Derrick Palmer, quienes durante la pandemia protestaron contra las escasas medidas de seguridad y, aunque fueron despedidos, acudieron todos los días a servir desayunos a sus compañeros, creando así un sentido de comunidad mientras hablaban de la importancia de unirse en un sindicato para luchar. Esta estrategia, la de crear comunidad con los trabajadores que se quieren sindicalizar, es a lo que se refiere McAlevey cuando recupera el concepto de whole-worker de la antigua UAW de los años treinta y cuarenta del siglo XX, desarrollado por organizadores comunistas.

Como bien explica McAlevey en el capítulo «El poder de ganar está en la comunidad, no en la sala de juntas», el recién creado sindicato del motor UAW en los años treinta fue una máquina de sindicalizar y ganar huelgas. Ello no se debió tanto a sus líderes, sino al ejército de «organizadores-sindicalistas» pertenecientes al Partido Comunista que renovaron todas las tácticas de sindicalización que se habían usado en la historia del movimiento obrero en el país. UAW consiguió erigirse como 17 un sindicato de clase sectorial, el primer caso en la historia del país, y su empuje logró que se fundara la Congress of Industrial Organizations (CIO), el último intento por crear un sindicalismo de clase nacional en los Estados Unidos.

Uno de los grandes éxitos de UAW, y la lucha en la que nació, fue la huelga de Flint en 1936, que transformó totalmente el sindicalismo estadounidense y demostró cuál era el camino táctico a seguir. Se la recuerda porque fue la primera ocupación de una fábrica. Hasta ese entonces, las huelgas consistían en sacar a los obreros de la fábrica, hacer una línea de piquetes y parar la producción, lo cual solía desembocar con demasiada frecuencia en un fracaso porque la policía conseguía quebrar los piquetes y los rompehuelgas entraban a trabajar, haciendo que el poder de los obreros se desvaneciera.

La huelga de ocupación supuso un cambio radical, pues la producción se paraba con los obreros ocupando la fábrica durante toda la huelga, de manera que nadie pudiese entrar a trabajar en ella. También alumbró el concepto whole-worker, o trabajador integral, porque los organizadores de la huelga reflexionaron y vieron más allá del trabajador en la fábrica, preocupándose por toda la logística necesaria para llevar a cabo la huelga. Al fin y al cabo, el trabajador es una persona que tiene otros vectores e incluso identidades, que se mueve en distintas comunidades, que va a la iglesia o a la mezquita, que compra en las tiendas y participa en los eventos de su barrio. La manera de ganar la huelga fue esa: ganarse al trabajador y a la comunidad que integraba su vida cotidiana para construir poder. Esta estrategia fue olvidada apenas 40 años después, cuando UAW se integró en la federación sindical corporativista American Federation of Labor y pasó a ser un sindicato amarillo que luchaba por aumentos salariales en un contexto en el que el capital había desarmado al trabajo después de las luchas sindicales y de los movimientos sociales diversos en los años setenta. Fruto de esta derrota, o gracias a ella, se consolidó el proyecto ideológico del neoliberalismo, que individualizaba al trabajador –lo separaba de su comunidad y de sus diversas identidades– para introducir en su lugar el mercado de consumo.

La principal preocupación de McAlevey al escribir este libro fue crear un manual de construcción del poder para la clase trabajadora recogiendo las experiencias históricas de la mejor generación de organizadores sindicales de la historia del país, la del UAW de los años treinta y cuarenta, pero mezclándola con las experiencias actuales que construían poder como lo habrían hecho estos organizadores radicales. Y fue todo un éxito, un «superventas» entre los sindicalistas y las escuelas de formación de sindicalistas como Labor Notes, pese a que por entonces comenzaba el mandato de Trump, la Alt- Right mandaba en la calle y el sindicalismo, que llevaba de capa caída desde los años de la ofensiva de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, estaba extenuado o anquilosados en viejas burocracias en retirada. Si bien entonces no se daban las circunstancias para que los trabajadores extrajeran las enseñanzas de McAlevey y dieran un paso adelante usando su teoría del poder y sus estrategias detalladas en esta obra, sí lo hizo en el año 2021, cuando nació el «Nuevo Sindicalismo» por una ultrapolitización de los jóvenes que venía tanto de las campañas de Bernie Sanders en el 2016 como del estallido en 2020 del movimiento de Black Lives Matter y también debido a la campaña gubernamental de «trabajadores esenciales» que les dio fuerza para considerarse como esenciales y luchar por el fruto de su trabajo.

Debido a la fecha de su publicación, a esta obra le falta la última historia de éxito, la que en el año 2023 consiguió que UAW se transformase y pasara de ser un sindicato amarillo que agachó la cabeza en el 2008 asumiendo sin luchar todos los recortes de la crisis a plantear una huelga histórica contra las tres grandes compañías de la industria del motor con demandas de subidas salariales de más del 20%.

Algunos sindicalistas radicales dentro de esta organización habían decidido que las cosas tenían que cambiar y usaron la estrategia relatada por McAlevey en este libro para conquistar, construyendo poder de sindicalistas de base, la dirección de UAW en unas elecciones apretadas que ganó Shawn Fain, quien contaba con un programa claro: ir a la huelga para conseguir que los trabajadores de UAW ganasen calidad de vida. Y así lo hizo: en septiembre del año 2023 puso en huelga a 150.000 trabajadores y ganó el pulso a la industria del motor. No contento con esto, decidió que su sindicato debía servir para construir poder para la clase trabajadora y eso solo lo podía hacer con tres grandes medidas: crear la mayor campaña de organización sindical que ha vivido el país, apuntando a sindicalizar toda la industria del motor y un total de 500.000 trabajadores; apoyar a todos los nuevos sindicatos, puesto que compartían esa teoría y voluntad de poder expuesta por McAlevey, y tender a una construcción de poder más allá de su sindicato que permita crear los mimbres para organizar la primera huelga general en la historia del país en el 2028.

Es por ello que la obra de McAlevey sigue viva, y lo seguirá estando hasta que se produzca definitivamente la derrota del capitalismo a manos de los trabajadores. Es además un manual práctico para la clase trabajadora y que invita a todo sindicalista a cambiar sus anquilosadas burocracias, a revolucionarlas y a radicalizarlas. Como pone de manifiesto UAW, son estos casos de éxito los que nos permiten avanzar nuestras posiciones en la lucha. Y si bien las lecciones se circunscriben a los Estados Unidos, es útil para toda la clase trabajadora. Puede ayudar a mejorar la efectividad sindical en luchas específicas (huelgas) y en la sindicalización misma (para construir más poder obrero).

 ‘No hay atajos: Organizar el poder sindical’  es un manual para la clase trabajadora, úsalo. Y no olvides el consejo de Joe Hill: «Don’t mourn, organize!» (¡No lloréis, organizaos!).


[1] Los jóvenes que fundaron Starbucks Workers United son herederos del manual creado por los IWW (sindicato radical y marginal con una larga historia en el movimiento obrero estadounidense fundado en 1905), el cual detallaba la experiencia de los wobblies, pero también de un antiguo sindicalista de la AFL- CIO –la American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations, una federación nacional de sindicatos en Estados Unidos, formada en 1955, que representa a trabajadores de diversas industrias–. Richard Bensinger, un experto en el arte de la sindicalización, fue quien guió a los jóvenes durante todo el proceso de sindicalización de la primera tienda y de las posteriores, además de un sindicalista pragmático: su máxima, todo lo que funcione debe usarse. Por ejemplo, si un manual de sindicalización secreto hecho por los adversarios de la AFL- CIO funcionaba, como los IWW, se usaba igualmente. Por eso no extraña que les recomendara leer la obra de Jane, para que usasen su teoría del poder, su hipótesis de sindicalismo de base y el concepto de whole-worker que recuperaba de los sindicalistas comunistas de los años treinta.

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