El columpio

Fuimos a un concierto de música minimalista, menos es más, le decía yo, y ella burlándose de mí. “Tú siempre menos, siempre menos”: su absurda aritmética del amor, su imprecisa medición de un barómetro poco demoscópico: “Yo siempre más, siempre más”. Después reservé en su restaurante favorito del Raval —“la mesa de la ventana, por... Leer más La entrada El columpio aparece primero en Zenda.

Abr 29, 2025 - 23:19
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El columpio

Mientras ella se columpiaba, yo me tiraba por el tobogán. Cuando ella sumaba, decía que yo restaba. Éramos tan arrítmicos como mi manera de bailar cuando me tomaba dos copas de más y le vacilaba en medio de la pista solo por sentirla cerca y hacerla reír. “¡Eres como un niño!”. Yo y mi lucha de gigantes: “En un mundo descomunal siento mi fragilidad”.

Fuimos a un concierto de música minimalista, menos es más, le decía yo, y ella burlándose de mí. “Tú siempre menos, siempre menos”: su absurda aritmética del amor, su imprecisa medición de un barómetro poco demoscópico: “Yo siempre más, siempre más”. Después reservé en su restaurante favorito del Raval —“la mesa de la ventana, por favor”— y le regalé por su cumpleaños aquel precioso —y tan caro— vestido blanco de la tienda más chic de Ibiza con unos días de antelación, porque nunca coincidíamos en los días exactos. “¡Estás loco!”.

"Le quisiste decir que conocerse es el relámpago, como escribió Pedro Salinas, pero desde entonces no paró de llover"

Ella y sus preguntas, yo y mis respuestas imprecisas. Como las que me formuló en nuestra primera cita en aquel restaurante japonés donde me dejé olvidada la tarjeta de crédito al pagar. “¿Cuál es tu libro favorito? ¿Tú corres o huyes? ¿En qué piensas cuando te subes a un avión? ¿Qué harás si un día eres feliz? ¿Crees en la conexión de las almas? ¿A veces te quedas sin aire?”. No en vano fue Duchamp quien inventó unos frascos que contenían aire de París, por eso os fugasteis allí en vuestro primer viaje juntos.

Le contaste que el artista francés escribió un tratado sobre ajedrez que versaba sobre los peones bloqueados, cuando la victoria se decide con los movimientos de los reyes, algo que ocurre solo una de cada mil veces. “Algo que ocurre solo cada una de mil veces, mi rey”, te repetía mirándote a los ojos para que reaccionara y apreciara lo que estábamos viviendo. El amor llega sin avisar, a veces con el pie cambiado, pero también llega cuando no debe llegar.

Llenaste el salón de globos hinchados con tesón durante toda la tarde para ver su cara de sorpresa cuando abriera la puerta de tu casa. Después de abrazaros abriste la ventana y os quedasteis absortos viendo cómo se volatilizaban por el aire. Subíais y bajabais en ascensores solo por el placer de besaros a solas. Te invitó al cine para marcharos, díscolos, en mitad de aquella película italiana por no desaprovechar el tiempo de estar juntos. Le quisiste decir que conocerse es el relámpago, como escribió Pedro Salinas, pero desde entonces no paró de llover. Furtivos, os teníais que despedir y lo prolongabais al máximo, tantas ganas tenías de todo menos de despediros. Porque siempre se estaba marchando cuando lo único que pedías era que se quedara. Porque siempre tenía prisa y tú solo le pedías calma. Como cuando se iba veloz y te decía adiós desde la ventanilla de su coche. Como cuando, en fin, se columpiaba entre la realidad y el deseo, mirando al cielo a veces y otras a la tierra, pero sin quedarse nunca quieta. “La paz no es un pensamiento, es un estado”, decía Deepak Chopra.

De un día a otro me adentré en su piel y en su rutina, pero ya se sabe que entre la palabra rutina y ruina solo baila una letra.

"Le mandaste aquella canción que decía que lo contrario de hacer las cosas bien no era hacerlas mal, sino no hacerlas nunca"

Me mandaba fotos desde lugares ignotos, que yo conocía más por referencias futbolísticas que vitales. Elche, Albacete, Logroño (“Gol en Las Gaunas”). Desde cada habitación de hotel me enviaba una imagen de la cama. Una relación de idas y celos, vueltas y reproches. Las fotos se envenenaban por las noches, tanto como cuando no respondía a los mensajes: “¿He roncado? No, solo respirabas fuerte”, me mentía cuando nos despertábamos las pocas veces que dormimos juntos, ella en su columpio y yo en mi tobogán.

Le mandaste aquella canción que decía que lo contrario de hacer las cosas bien no era hacerlas mal, sino no hacerlas nunca. Que al final uno se lamenta de las cosas que no se han hecho, no de las que se desearon hacer; no tanto de lo que ya no se tiene, sino de lo que ya no se tiene, ni siquiera, opción de tener.

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