El chico de los tentáculos
Fue una tarde de lo más estimulante y enriquecedora. No solo por el movimiento de la feria (creo que jamás he visto tanto movimiento de gente interesada en las palabras), sino por el trato recibido que, estaría mal no decirlo, fue cordial y maravilloso. Antes de empezar, no obstante, estuve tomando un café con mi... Leer más La entrada El chico de los tentáculos aparece primero en Zenda.

Hace unas semanas estuve en la Feria del Libro de Alicante hablando con un chico sobre la hoja en blanco. No fue a saco, no llegamos a ese punto tan íntimo sin unos cuantos prolegómenos literarios. Él se fijó en los tentáculos de mi nagual y yo en los de su brazo, que salían de un libro tatuado. Llegamos a la conclusión de que todo, con tentáculos, siempre es mejor. Luis es un escritor en ciernes. Me contó sobre su nuevo proyecto y sobre su base poética y sus primeros pasos en el mundo de las letras. Fue entonces, entre firma y firma, cuando llegamos al tema del bloqueo del escritor. Mientras le contaba que yo no permito que una tabula rasa me impida avanzar, pusimos en común algunas teorías y remedios. Coincidimos en la disposición de espacios donde cabe todo mientras se le encuentra un hogar, de esos cajones de sastre en los que nos obligamos a ejercer el músculo de la escritura mientras no estamos a otra cosa «más seria». Fue una charla de lo más amena y agradecida. Como la que mantuve con algunos otros que se llevaron mi libro dedicado y autografiado. También pasó por allí Rubén, otro escritor cuya carrera estoy siguiendo más o menos de cerca. Además, es uno de nuestros más fieles seguidores del podcast y, con frecuencia, realiza algún aporte y nos da un feedback muy valioso. No todos suelen decirte lo que les gusta o lo que no. Y es una pena, porque en esas valoraciones, cuando son constructivas, suele subyacer un mensaje positivo y beneficioso que nos ayuda a crecer.
Fue una tarde de lo más estimulante y enriquecedora. No solo por el movimiento de la feria (creo que jamás he visto tanto movimiento de gente interesada en las palabras), sino por el trato recibido que, estaría mal no decirlo, fue cordial y maravilloso. Antes de empezar, no obstante, estuve tomando un café con mi buen amigo Jose. Y me hizo un regalo precioso. Su libro. Y es un gran obsequio no por lo que es, sino por lo que representa. En él he visto a mi amigo del alma empuñar de nuevo la pluma y darle a la tecla, salir de su zona de confort y crecer. Yo tuve la gran fortuna de leerlo antes de que viera la luz, y este hecho (lo de ver la luz, no lo de que lo leyera antes) es tremendamente significativo porque representa un paso adelante en la consecución de sus sueños. De algún modo, también ese libro rompió una hoja en blanco. Por si esto fuera poco, me ha dedicado la obra. Y para mí es todo un honor, además de un orgullo. No hay palabras que puedan explicarlo. O sí, pero quizá sería más fácil para un artesano de las palabras como él que para un domador de versos como yo.
Estuvimos un rato hablando de esto y aquello, con la banalidad y la importancia de aquellos que no necesitan demostrarse nada y con la intimidad de quienes conocen el alma del otro. Durante la tarde, se dio una vuelta por allí, echó algunas fotos. Esas cosas. Había ido en moto. Para despejarse. La de las alas. No es el único que ha sucumbido a la tentación de la biotecnología. Fran Xapa, mi vecino de mesa durante la feria, también tiene una de esas. Y un casco mandaloriano a juego. «Hay poca gente aún que mire al cielo», dijo. «Sobre todo mientras conduce». Y es cierto. De noche, además, la oscuridad y las nubes dificultan los avistamientos. Lo único sobre lo que me advirtieron ambos era sobre el fastidio del tráfico aéreo. Más aún en aquella zona, donde los aviones aterrizan y despegan cada poco.
Creo que Jose no me vio hablando con el chico de los tentáculos. Estuve tentado de preguntarle si conocía a Paco. No lo hice. Ya sabía de antemano que algo así no era posible o, al menos, que se trataba de algo poco probable. Fran sí que lo vio. O eso creo. Miró en mi dirección varias veces. Con el ceño fruncido. Contrariado. Incluso intentó llamar mi atención en un par de ocasiones. Susana, de la caseta, traía de vez en cuando algunos lectores potenciales de la mano y nos los ofrecía en sacrificio. «Tomad su mente y llenadla con vuestras letras». No lo decía, pero igual lo pensaba. Qué se yo. Ella hizo algunas fotos y grabó algún que otro video con el móvil. También ella tuvo un par de momentos de miradas raras hacia mí. Nos preguntó (sobre todo a mí) si estábamos bien, si necesitábamos algo. Agua sobre todo. A mí el agua me lleva a pensar en el mar. En Dagon y esas criaturas que, de algún modo, también tienen relación con los tentáculos. Pensé en Chus Sánchez, de quien me había leído su libro hacía pocos días. Esa fantástica obra que recordaba tanto a Poe y Lovecraft. Otra vez los tentáculos. Sí, los tentáculos lo mejoran todo. Eso decía Luis. Eso dije yo mientras me recreaba en el tatuaje de su antebrazo: el libro maldito escrito por el árabe loco Abdul Alhazred y los apéndices retorcidos que escapaban de sus páginas. Le pregunté si creía en la existencia del libro, porque se dice que el Necronomicón, un libro de saberes arcanos y magia ritual cuya lectura provoca demencia y muerte, es una obra inventada por el de Providence. No sé si me lo dijo o lo pensó. «Yo creo que es real, tan real como yo». En el momento, esas palabras me sacaron una sonrisa. Días después, cuando Susana nos pasó las fotos y los videos y me vi hablando solo con un énfasis inaudito, ya no me hizo tanta gracia, sino todo lo contrario. Y surgieron preguntas. Preguntas sobre la realidad y aquellos pequeños soportes de los cuales depende. Inmediatamente me acordé de Las larvas de Abelardo Castillo y su profunda reflexión acerca del modo de ver el mundo y de cómo otras criaturas lo perciben, de esas cosas indescriptibles que solo un ojo sensible es capaz de ver. En cualquier modo, fue una gran feria. Yo lo pasé en grande.
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