Inmunidad e impunidad
La historia de ese interesante y apasionante debate legal y del más de año y medio que Pinochet estuvo detenido en Londres se entrelaza, como suele hacer magníficamente Sands, con la del nazi Walther Rauff —refugiado en Chile después de la Segunda Guerra Mundial—, para mostrarnos dos perspectivas del mismo dilema y dos formas diferentes... Leer más La entrada Inmunidad e impunidad aparece primero en Zenda.

Establecer el límite entre inmunidad e impunidad fue el debate que se dirimió en los tribunales de Londres cuando el juez Garzón solicitó la extradición de Augusto Pinochet a España en 1998 para juzgarlo por crímenes cometidos durante su dictadura en Chile, desde el golpe de Estado de 1973 hasta 1990, año en que abandonó el poder (el informe Rettig, elaborado en Chile en 1991 concluía que: “la dictadura de Pinochet había sido responsable de la detención ilegal o la tortura de más de cuarenta mil personas, y del asesinato o la desaparición de más de tres mil”, p. 36). Atroces atropellos con los que el dictador pretendió acallar las voces de aquellos afines al presidente legítimo, Salvador Allende. Jamás se le ocurrió al general la posibilidad de que vinieran en el futuro a exigirle responsabilidades: “Soy un ángel, diría, y lo creía de verás” (p. 45). Tenía sus razones para sentirse protegido y a salvo porque realmente hasta ese momento nunca se había concedido una extradición de un jefe de Estado para ser juzgado por un tribunal nacional (“jamás se había detenido a un antiguo jefe de Estado en otro país por un crimen internacional” p. 87). Por eso la pregunta que le plantea a Sands una periodista tras la detención del dictador: “¿Tiene derecho a gozar de inmunidad, tal y como afirman sus abogados?” (p. 153) es muy oportuna y el propio autor contesta, en ese momento, que lo desconoce, porque ni más ni menos que esa será la extenuante batalla que se desarrollará en varios asaltos agónicos en Londres durante los más de quinientos días en los que Pinochet estuvo detenido y meses en los que se sentaron las bases legales que abrieron por primera vez la posibilidad de denegar la inmunidad a un antiguo jefe de Estado para ser juzgado ante un tribunal nacional. Esa fue la gran diferencia y la novedad con Núremberg donde, como el propio Sands relató magníficamente en Calle Este-Oeste, los delitos de genocidio y crímenes contra la humanidad se aplicaron por primera vez para juzgar a altos mandos nazis, pero por un tribunal internacional, iniciándose el largo camino que fue avanzando de manera lenta pero firme hasta llegar al caso de Pinochet: “Es algo histórico, declaró el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Quienes cometan, ordenen o toleren la tortura ya no podrán gozar de un retiro pacífico y seguro” (p. 331).
La historia de ese interesante y apasionante debate legal y del más de año y medio que Pinochet estuvo detenido en Londres se entrelaza, como suele hacer magníficamente Sands, con la del nazi Walther Rauff —refugiado en Chile después de la Segunda Guerra Mundial—, para mostrarnos dos perspectivas del mismo dilema y dos formas diferentes de resolución. Porque el asesino nazi, responsable del desarrollo del sistema para construir camiones que funcionaban como cámaras de gas ambulantes, los conocidos como ‘camiones de la muerte’, en las que se ejecutó a más de doscientas mil personas —entre ellos familiares de Sands—, había huido a Chile al terminar la guerra siguiendo el camino de ratas que él mismo había recomendado al jerarca nazi Otto Wächter en una carta que Sands leyó mientras investigaba a Wächter para escribir su libro Ruta de escape, que conforma con este Londres 38 y el primero, Calle Este-Oeste, una imprescindible trilogía sobre la impunidad.
Sands persigue la pista de Rauff buscando su conexión con Pinochet, al que Rauff ya había conocido en los años cincuenta, y los terribles asesinatos perpetrados por la DINA convencido de que es el alemán del que todos hablan y al que consideran responsable del diseño de campos de concentración como el de Isla Dawson y de colaborar con la pesquera Arauco, cuyas camionetas refrigeradas se empleaban para trasladar de manera oculta a detenidos y a cadáveres y en cuyas instalaciones, descubre Sands horrorizado, se elaboraba harina de pescado con los presos. Un Rauff que consiguió eludir, con el apoyo de Pinochet, las diversas órdenes de extradición, entre ellas la de un tribunal de Hannover que logró que lo detuvieran en 1962: “la detención de Rauff prefiguraba lo que más tarde le ocurrió a Augusto Pinochet: dos hombres detenidos a las once de la noche, acusados de perpetrar matanzas, con sendas peticiones de extradición de un país a otro” (p. 127). Aunque las pruebas contra Rauff establecían su clara implicación en los tremendos crímenes de los furgones de gaseamientos, no se le extraditó entonces por genocidio con el argumento de que en 1941 aquel delito no formaba parte del código penal chileno, a lo que se añadió que el plazo de prescripción de quince años vigente en Chile excluía la jurisdicción sobre actos cometidos en 1942. Lo cierto era que los altos mandos del ejército, con Pinochet a la cabeza, consideraban, al igual que sus colegas nazis años antes en Núremberg, que era un error criminalizar actos realizados siguiendo órdenes militares porque podía socavarse la disciplina del ejército al alentar “a los soldados a desobedecer las órdenes que se les daban” (p. 132).
El intento de ejecución de Rauff por parte del Mossad, abortado en el último momento por razones desconocidas es uno de los capítulos más apasionantes del libro y uno de esos ejemplos de guerra sucia a la que no dudan en acudir los gobiernos. El juego de poderes, las negociaciones secretas entre Chile y Gran Bretaña para evitar la extradición de Pinochet, su suerte posterior en Chile, la infatigable lucha de los familiares de los desaparecidos o asesinados, el relato brutal de los torturadores y cómplices y el de los supervivientes y, sobre todo, el miedo, ese miedo que pervive y que impide que la gente hable y denuncie —y que tan bien conocemos y comprendemos en nuestro país1, como pregunta Sands al juez Carroza “¿por qué la gente tiene miedo de hablar?” (p. 462, son elementos que convierten el libro en un relato necesario para entender el delicado equilibrio que sostiene la fe de la humanidad en la justicia.
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Autor: Philippe Sands. Título: Calle Londres 38. Traducción: Francisco J. Ramos Mena y Juan Manuel Salmerón Arjona. Editorial: Anagrama. Venta: Todostuslibros.
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