Celia Rico adapta a Chirbes para contar a las mujeres de la posguerra cuya labor era "coser, guisar y callar"

La cineasta consolida su cine basado en lo íntimo y los gestos pequeños con una inteligente y excelente versión de 'La buena letra'‘Thunderbolts*’ le devuelve dignidad al Universo de Marvel, pero sigue sin ser suficiente La guerra siempre la cuentan los hombres. Los que fueron al frente, los que murieron. Los que regresaron y sufrieron. Los que se opusieron. Nuestra Guerra Civil no es una excepción. La ficción que se ha acercado a ella, y a los años que vinieron después, ha tenido a escritores y directores al frente —con excepciones como los Episodios de una guerra interminable de Almudena Grandes— y, por supuesto, a hombres como protagonistas. ¿Qué pasó con las mujeres? Existieron, como bien mostró Ken Loach en Tierra y Libertad o Vicente Aranda en Libertarias, pero no suelen ocupar el relato, o si lo hacen es formando parte de esos retratos bélicos que tienden incluso a lo épico. El cambio reciente en el cine español que han traído las directoras se nota también en que por fin vemos a las mujeres que no lucharon en el frente en la Guerra Civil, pero que con sus manos y cuidados sostuvieron las familias de los hombres que fueron. Ellas también vivieron sus consecuencias igual que ellos. El hambre, la represión, el miedo de 40 años de dictadura. El cine de Celia Rico se ha centrado en los detalles íntimos de esas mujeres, pero siempre en el presente. Lo hizo en su excelente debut, Viaje al cuarto de una madre, y en Los pequeños amores, su segundo filme que parecía una secuela espiritual. Ahora hace lo mismo con las mujeres de la posguerra en La buena letra —que ya se encuentra en salas de cine—, donde adapta de forma inteligente y brillante una breve novela de Rafael Chirbes. Lo que en Chirbes era un relato contado a través de las cartas llenas de ira de una de esas mujeres desde el presente, en la mirada de Rico pasa a un relato de una familia que perdió la guerra y sufren sus consecuencias, pero desde el punto de vista de las mujeres y de su rutina cotidiana. La cineasta, que ganó una mención especial por su trabajo de dirección en el pasado Festival de Málaga, lo piensa ahora y sí que reconoce que fue “valiente” al querer adaptar a un escritor tan poderoso y personal como Chirbes. Pero aunque, a priori, sus mundos no tuvieran que ver, ella encontró en La buena letra algo que cree que “conecta mucho” con sus temas. “Está contada desde el punto de vista de una mujer. Una mujer que sostiene la vida de los otros, que al final eso es un trabajo de los cuidados, y es una historia que ocurre dentro de una casa. Yo me siento cómoda en ese universo y me agarré a eso e intenté trasladar lo que sería la voz narrativa de la novela a una mirada, a los ojos del personaje de Ana”, dice de su trabajo en el guion. Cuando se le menciona que estas mujeres podrían ser las bisabuelas de las mujeres de sus otras películas se emociona y enseña su piel de gallina. “Me emociona mucho eso, porque es la primera vez que hago una película con material que no era mío, que no partía de mis vivencias, y mi forma de conectarme con el personaje protagonista era pensar en cómo pudo ser la vida de mi bisabuela. Pensaba en cómo ese silencio que ella tiene, que está ligado a la idea de sacrificio, a la idea de no decir algo por no molestar, es algo que yo he heredado y, por tanto, los personajes de mis películas, porque es parte del legado de esas mujeres que durante tantos años, también durante la dictadura, solo pudieron ocupar un rol en la sociedad, el de coser, guisar y callar”, analiza la cineasta. Uno de los sentimientos que trasladaba el libro era la ira de su protagonista en esas cartas. El rencor acumulado. En la versión de Celia Rico esa ira ha pasado a ser tristeza, pero la directora cree que ambos sentimientos son, de alguna forma, el mismo. “Es curioso, porque yo cuando me pongo a adaptar lo primero que intento es restituir lo que yo sentí al leer la novela, y esa idea de la ira o rencor, junto a la tristeza son las dos sensaciones más fuertes que te deja la novela. Pero es verdad que yo conecté mucho más fuerte con el sentimiento de tristeza que con el de la ira”, comienza diciendo. La historia de los sentimientos no nos la han contado. La Guerra Civil también caló en en los sentimientos, se instauró la idea de desconfiar de la felicidad Celia Rico — Cineasta Avisa al lector que busque ese rencor, que aquí lo notará menos por un tema “de mirada” y de “generación”. “La tristeza era lo que quería que atravesara toda la película. No quería poner el rencor en el centro, sino que se note en algún momento en esa mujer que se ha quedado sola y que ha hecho un sacrificio que no ha valido la pena, pero no quería que fuera el ingrediente principal de la película, sino que cada uno lo sinti

May 1, 2025 - 20:24
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Celia Rico adapta a Chirbes para contar a las mujeres de la posguerra cuya labor era "coser, guisar y callar"

Celia Rico adapta a Chirbes para contar a las mujeres de la posguerra cuya labor era "coser, guisar y callar"

La cineasta consolida su cine basado en lo íntimo y los gestos pequeños con una inteligente y excelente versión de 'La buena letra'

‘Thunderbolts*’ le devuelve dignidad al Universo de Marvel, pero sigue sin ser suficiente

La guerra siempre la cuentan los hombres. Los que fueron al frente, los que murieron. Los que regresaron y sufrieron. Los que se opusieron. Nuestra Guerra Civil no es una excepción. La ficción que se ha acercado a ella, y a los años que vinieron después, ha tenido a escritores y directores al frente —con excepciones como los Episodios de una guerra interminable de Almudena Grandes— y, por supuesto, a hombres como protagonistas.

¿Qué pasó con las mujeres? Existieron, como bien mostró Ken Loach en Tierra y Libertad o Vicente Aranda en Libertarias, pero no suelen ocupar el relato, o si lo hacen es formando parte de esos retratos bélicos que tienden incluso a lo épico. El cambio reciente en el cine español que han traído las directoras se nota también en que por fin vemos a las mujeres que no lucharon en el frente en la Guerra Civil, pero que con sus manos y cuidados sostuvieron las familias de los hombres que fueron. Ellas también vivieron sus consecuencias igual que ellos. El hambre, la represión, el miedo de 40 años de dictadura.

El cine de Celia Rico se ha centrado en los detalles íntimos de esas mujeres, pero siempre en el presente. Lo hizo en su excelente debut, Viaje al cuarto de una madre, y en Los pequeños amores, su segundo filme que parecía una secuela espiritual. Ahora hace lo mismo con las mujeres de la posguerra en La buena letra —que ya se encuentra en salas de cine—, donde adapta de forma inteligente y brillante una breve novela de Rafael Chirbes. Lo que en Chirbes era un relato contado a través de las cartas llenas de ira de una de esas mujeres desde el presente, en la mirada de Rico pasa a un relato de una familia que perdió la guerra y sufren sus consecuencias, pero desde el punto de vista de las mujeres y de su rutina cotidiana.

La cineasta, que ganó una mención especial por su trabajo de dirección en el pasado Festival de Málaga, lo piensa ahora y sí que reconoce que fue “valiente” al querer adaptar a un escritor tan poderoso y personal como Chirbes. Pero aunque, a priori, sus mundos no tuvieran que ver, ella encontró en La buena letra algo que cree que “conecta mucho” con sus temas. “Está contada desde el punto de vista de una mujer. Una mujer que sostiene la vida de los otros, que al final eso es un trabajo de los cuidados, y es una historia que ocurre dentro de una casa. Yo me siento cómoda en ese universo y me agarré a eso e intenté trasladar lo que sería la voz narrativa de la novela a una mirada, a los ojos del personaje de Ana”, dice de su trabajo en el guion.

Cuando se le menciona que estas mujeres podrían ser las bisabuelas de las mujeres de sus otras películas se emociona y enseña su piel de gallina. “Me emociona mucho eso, porque es la primera vez que hago una película con material que no era mío, que no partía de mis vivencias, y mi forma de conectarme con el personaje protagonista era pensar en cómo pudo ser la vida de mi bisabuela. Pensaba en cómo ese silencio que ella tiene, que está ligado a la idea de sacrificio, a la idea de no decir algo por no molestar, es algo que yo he heredado y, por tanto, los personajes de mis películas, porque es parte del legado de esas mujeres que durante tantos años, también durante la dictadura, solo pudieron ocupar un rol en la sociedad, el de coser, guisar y callar”, analiza la cineasta.

Uno de los sentimientos que trasladaba el libro era la ira de su protagonista en esas cartas. El rencor acumulado. En la versión de Celia Rico esa ira ha pasado a ser tristeza, pero la directora cree que ambos sentimientos son, de alguna forma, el mismo. “Es curioso, porque yo cuando me pongo a adaptar lo primero que intento es restituir lo que yo sentí al leer la novela, y esa idea de la ira o rencor, junto a la tristeza son las dos sensaciones más fuertes que te deja la novela. Pero es verdad que yo conecté mucho más fuerte con el sentimiento de tristeza que con el de la ira”, comienza diciendo.

La historia de los sentimientos no nos la han contado. La Guerra Civil también caló en en los sentimientos, se instauró la idea de desconfiar de la felicidad

Celia Rico Cineasta

Avisa al lector que busque ese rencor, que aquí lo notará menos por un tema “de mirada” y de “generación”. “La tristeza era lo que quería que atravesara toda la película. No quería poner el rencor en el centro, sino que se note en algún momento en esa mujer que se ha quedado sola y que ha hecho un sacrificio que no ha valido la pena, pero no quería que fuera el ingrediente principal de la película, sino que cada uno lo sintiera desde su lugar”, puntualiza.

En su mirada, “el contexto histórico está fuera de campo”. Prefiere contar “la historia pequeñita, la que no nos han contado”. “La historia de los sentimientos no nos la han contado, y eso era un poco lo que quería hacer con la película. Por eso es una película tan de interior, para entender que estas personas estaban también heridas en el alma, porque la guerra también caló en los sentimientos, caló una cosa que a mí me parece muy interesante que es la idea de desconfiar de la felicidad. Siento que los personajes de la película no se permiten ni soñar y yo quería contar ese capítulo de la historia de nuestro país, en la que se frustraron hasta los sueños”.

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Una sutileza que corría el riesgo de confundirse con una despolitización, algo que Celia Rico siempre tuvo miedo de que ocurriera, aunque a la vez tenía seguridad en su propuesta. “Hay una frase de Chirbes que me gusta mucho, que él dice 'yo no soy ni y ni político, ni cura, ni psicólogo. Con lo cual no tengo que contentar a nadie’. Él, como escritor, tenía muy claro que no tenía que decir al lector lo que tenía que pensar. Creo que el elegir hacer una película protagonizada por una mujer que se las ingeniaba como podía, que pelaba cáscaras de naranja, las ponía a remojo y las freía para hacer una tortilla, ya hay una reivindicación del contexto político desde un lugar distinto. Esos gestos para mí son verdaderamente políticos”, asegura con contundencia.

Hay en esa escena, que se detiene en ese detalle cotidiano de pelar unas naranjas y cocinar sus cáscaras, una declaración de intenciones que remite, directamente a Chantal Akerman, que convirtió en Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles el pelar unas patatas en un gesto político. Celia Rico confiesa que Akerman fue un gran referente para La buena letra, y que la cineasta belga mostró que el simple hecho de elegir lo que quieres mostrar es algo político. El cine de Rico prefiere quedarse en los detalles, en los cuerpos de esos hombres doloridos por horas de trabajo apenas remuneradas. En los silencios de esas mujeres. En la música que se oye a través de una pared porque no se sienten dignos de bailar delante del resto. Gestos de un cine que se sigue consolidando película a película.

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