Álvaro Pombo: «Nos hemos convertido entre influencers y mercachifles»
Este honor que hoy me concede el Gobierno de España y el Ministerio de Cultura en la Universidad de Alcalá es el más alto honor literario y social que me ha concedido nunca España o el mundo. Me siento altamente reconocido, aceptado y admirado mucho más de lo que merezco. Pero sobre todo me siento agradecido y pensando que «omne datum bonum et omne donum perfectum de sursum est descendens a Patre luminum» (de la 'Epístola de Santiago': «todo buen regalo y todo don perfecto desciende del Padre de las luces»). He elegido este discurso, 'Una fenomenología de la fragilidad', hace muchos años para leerlo aquí, si acaso me caía del cielo este maravilloso premio -que me ha caído del cielo-, porque me parece que refleja y expresa toda una fenomenología de la fragilidad hispana y de la fragilidad del mundo y de la fragilidad mía también. Como ven, ni siquiera soy yo mismo quien lee este discurso, sino mi buen amigo Mario Crespo. Pero una narrativa de la fragilidad no tiene por qué ser una narrativa fragilizada o rompible. Puede ser tan inquebrantable como el propio texto de 'Don Quijote de la Mancha', o, mejor aún, como el propio texto de 'El licenciado Vidriera'. La fragilidad inquebrantable del Quijote cuando se expresa así: «Dios lo remedie; que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más». O cuando Sancho Panza le dice en el lecho de muerte: «No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía». La fragilidad inquebrantable de cuando Sancho llora al reencontrarse con su jumento. La fragilidad inquebrantable de Rocinante según nos lo describe Cervantes. O la fragilidad inquebrantable del licenciado convertido en vidrio. Podemos decir hoy que «Dios bendiga a Cervantes» y esta es una invocación religiosa, cristiana, para que Dios y el propio Cervantes nos bendigan en las múltiples fragilidades y tarumbancias de nuestro descabalado siglo XX y XXI. Pero atención ahora: La mesa tenemos puesta lo que se ha de cenar junto, las tazas de vino a punto: falta comenzar la fiesta... Comience, pues, la fiesta de Cervantes con buen humor cervantino. Vean la fragilidad del mundo expresada por Cervantes genéricamente en su soneto al túmulo de Felipe II en Sevilla, que no sólo es el mejor soneto de la literatura castellana, sino que es el anuncio de la caída del Imperio español: «¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla! Porque ¿a quién no sorprende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza? «Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!, Roma triunfante en ánimo y nobleza. «Apostaré que el ánima del muerto, por gozar este sitio, hoy ha dejado el cielo donde vive eternamente». Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado, y el que dijere lo contrario, miente«. Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. Una fenomenología de la fragilidad cervantina es el imperio entero de la fragilidad. ¿Qué más fragilidad que no haya nada, en un mundo lleno hasta los topes y vaciándose? Ex nihilo nihil. De la nada, la nada. La fragilidad es el gran tema que va con nosotros en toda nuestra vida y en todo nuestro día a día. Hoy sigue siendo, quizá más que nunca, el gran tema: la fragilidad ante la enfermedad, ante la soledad, ante la injusticia, ante la inseguridad, ante la falta de convicciones, ante las causas perdidas. La fragilidad del ser humano ante las más diversas instituciones que parece que no le amparan a uno, en una sociedad cada vez más ininteligible. Una fenomenología de la fragilidad cervantina es el imperio entero de la fragilidad. ¿No es esto el absurdo? Yo estoy escribiendo ahora una novela sobre la liquidación del colonialismo español. La fragilidad de España nos lleva una vez más a levantar una capilla a Santiago Matamoros y luego los moros matan a los españoles de Santiago Matamoros: fue el desastre de Annual, la fragilidad de España. Ahora nadie se bate en duelo por su honor ni por el honor de España ni por el del tato. Nos hemos convertido entre influencers y mercachifles. Y nosotros, los labriegos castellanos, los Pombo García de los Ríos, logramos hacer, en durísimos quince años de trabajos, la primera explotación agraria ejemplar de España, premiada por el Ministerio de Agricultura, entonces al mando del ministro azul Cavestany de Anduaga. Esa finca de La Dehesilla ha resistido sin nosotros hasta la fecha pero, en lo que a nosotros respecta, también fuese y no hubo nada, como el soneto de Cervantes. Siempre pensé que, si algún día estaba en la situación en que estoy hoy, daría un discurso sobre 'El licenciado Vidriera', sobre el alegre, guapo y aplicado Tomás Rodaja, que empatizaba con sus coetáneos y
Este honor que hoy me concede el Gobierno de España y el Ministerio de Cultura en la Universidad de Alcalá es el más alto honor literario y social que me ha concedido nunca España o el mundo. Me siento altamente reconocido, aceptado y admirado mucho más de lo que merezco. Pero sobre todo me siento agradecido y pensando que «omne datum bonum et omne donum perfectum de sursum est descendens a Patre luminum» (de la 'Epístola de Santiago': «todo buen regalo y todo don perfecto desciende del Padre de las luces»). He elegido este discurso, 'Una fenomenología de la fragilidad', hace muchos años para leerlo aquí, si acaso me caía del cielo este maravilloso premio -que me ha caído del cielo-, porque me parece que refleja y expresa toda una fenomenología de la fragilidad hispana y de la fragilidad del mundo y de la fragilidad mía también. Como ven, ni siquiera soy yo mismo quien lee este discurso, sino mi buen amigo Mario Crespo. Pero una narrativa de la fragilidad no tiene por qué ser una narrativa fragilizada o rompible. Puede ser tan inquebrantable como el propio texto de 'Don Quijote de la Mancha', o, mejor aún, como el propio texto de 'El licenciado Vidriera'. La fragilidad inquebrantable del Quijote cuando se expresa así: «Dios lo remedie; que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más». O cuando Sancho Panza le dice en el lecho de muerte: «No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía». La fragilidad inquebrantable de cuando Sancho llora al reencontrarse con su jumento. La fragilidad inquebrantable de Rocinante según nos lo describe Cervantes. O la fragilidad inquebrantable del licenciado convertido en vidrio. Podemos decir hoy que «Dios bendiga a Cervantes» y esta es una invocación religiosa, cristiana, para que Dios y el propio Cervantes nos bendigan en las múltiples fragilidades y tarumbancias de nuestro descabalado siglo XX y XXI. Pero atención ahora: La mesa tenemos puesta lo que se ha de cenar junto, las tazas de vino a punto: falta comenzar la fiesta... Comience, pues, la fiesta de Cervantes con buen humor cervantino. Vean la fragilidad del mundo expresada por Cervantes genéricamente en su soneto al túmulo de Felipe II en Sevilla, que no sólo es el mejor soneto de la literatura castellana, sino que es el anuncio de la caída del Imperio español: «¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla! Porque ¿a quién no sorprende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza? «Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!, Roma triunfante en ánimo y nobleza. «Apostaré que el ánima del muerto, por gozar este sitio, hoy ha dejado el cielo donde vive eternamente». Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado, y el que dijere lo contrario, miente«. Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. Una fenomenología de la fragilidad cervantina es el imperio entero de la fragilidad. ¿Qué más fragilidad que no haya nada, en un mundo lleno hasta los topes y vaciándose? Ex nihilo nihil. De la nada, la nada. La fragilidad es el gran tema que va con nosotros en toda nuestra vida y en todo nuestro día a día. Hoy sigue siendo, quizá más que nunca, el gran tema: la fragilidad ante la enfermedad, ante la soledad, ante la injusticia, ante la inseguridad, ante la falta de convicciones, ante las causas perdidas. La fragilidad del ser humano ante las más diversas instituciones que parece que no le amparan a uno, en una sociedad cada vez más ininteligible. Una fenomenología de la fragilidad cervantina es el imperio entero de la fragilidad. ¿No es esto el absurdo? Yo estoy escribiendo ahora una novela sobre la liquidación del colonialismo español. La fragilidad de España nos lleva una vez más a levantar una capilla a Santiago Matamoros y luego los moros matan a los españoles de Santiago Matamoros: fue el desastre de Annual, la fragilidad de España. Ahora nadie se bate en duelo por su honor ni por el honor de España ni por el del tato. Nos hemos convertido entre influencers y mercachifles. Y nosotros, los labriegos castellanos, los Pombo García de los Ríos, logramos hacer, en durísimos quince años de trabajos, la primera explotación agraria ejemplar de España, premiada por el Ministerio de Agricultura, entonces al mando del ministro azul Cavestany de Anduaga. Esa finca de La Dehesilla ha resistido sin nosotros hasta la fecha pero, en lo que a nosotros respecta, también fuese y no hubo nada, como el soneto de Cervantes. Siempre pensé que, si algún día estaba en la situación en que estoy hoy, daría un discurso sobre 'El licenciado Vidriera', sobre el alegre, guapo y aplicado Tomás Rodaja, que empatizaba con sus coetáneos y a quienes sus coetáneos agasajaban y acomodaban porque les parecía prometedor. Y así fue durante unos años, durante los años de viajes por Europa de Tomás Rodaja. Luego llegó a Salamanca, donde estudió y se graduó en leyes. Pero cuenta Cervantes en su ejemplar novela: «Sucedió que en este tiempo llegó a aquella ciudad una dama de todo rumbo y manejo. Acudieron luego a la añagaza y reclamo todos los pájaros del lugar, sin quedar vademécum que no la visitase. Dijéronle a Tomás que aquella dama decía que había estado en Italia y en Flandes, y, por ver si la conocía, fue a visitarla, de cuya visita y vista quedó ella enamorada de Tomás. (Reparen ustedes que hasta aquí Tomás estaba perfectamente cuerdo). Y él, sin echar de ver en ello, si no era por fuerza y llevado de otros, no quería entrar en su casa. (Es decir, le pareció una impostora, una 'influencer', una turulata). Finalmente, ella le descubrió su voluntad y le ofreció su hacienda. Pero, como él atendía más a sus libros que a otros pasatiempos, en ninguna manera respondía al gusto de la señora; la cual, viéndose desdeñada y, a su parecer, aborrecida y que por medios ordinarios y comunes no podía conquistar la roca de la voluntad de Tomás, acordó de buscar otros modos, a su parecer más eficaces y bastantes para salir con el cumplimiento de sus deseos. Y así, aconsejada de una morisca, en un membrillo toledano dio a Tomás unos destos que llaman hechizos, creyendo que le daba cosa que le forzase la voluntad a quererla (lo que le dio fue la viagra, que diríamos en nuestro tiempo): como si hubiese en el mundo yerbas, encantos ni palabras (o viagras) suficientes a forzar el libre albedrío; y así, las que dan estas bebidas o comidas amatorias se llaman veneficios (con uve)». En fin, comió Tomás el membrillo y se sintió tan mal que estuvo en cama medio año nada menos. Continúa la narración de Cervantes: «Seis meses estuvo en la cama Tomás, en los cuales se secó y se puso, como suele decirse, en los huesos, y mostraba tener turbados todos los sentidos. Y, aunque le hicieron los remedios posibles, sólo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no de lo del entendimiento, porque quedó sano, y loco de la más estraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto. Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían; que real y verdaderamente él no era como los otros hombres: que todo era de vidrio de pies a cabeza». Elige Cervantes en 'El licenciado Vidriera' la imagen poética exacta: el vidrio. ¿Qué quiere decir el vidrio? El vidrio es lo rompible, lo frágil, lo opuesto al Escorial, lo opuesto a la victoria. ¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo, salir airosamente es todo. ¿Va a sobreponerse Tomás Rodaja a la vidriosidad que le ha inoculado la malhechora, la vidriosidad que le ha inoculado la existencia española? Para sacarle de este estado de fragilidad, muchos le abrazan, pero los abrazos no sirven ya de nada porque los abrazos que abrazan al hombre de vidrio son vidriosos también. Ahora decía el licenciado que le hablasen desde lejos. Se había encerrado en Madrid, San Bernardo 83, quinto piso, y nunca salía. En esta situación respondía a todas las preguntas que le hacían con gran agudeza e ingenio, sorprendiendo a todos los profesores y médicos de la universidad. Vidriado tenía la lucidez del loco, que es, sigue siendo, locura. El hechizo le había desquiciado. Dos años o más le duró la enfermedad, hasta que le curó un monje jerónimo. Veamos qué significa fisiológicamente lo que dice Cervantes. La situación clínica en los últimos años de vida de don Miguel es que se encuentra, lo primero, en una edad avanzada que le hace propenso a achaques de todo tipo y a un cansancio crónico y a unas deudas crónicas. A las deudas y al cansancio se añade lo que cuenta en el prólogo a 'Los trabajos de Persiles y Sigismunda', donde dice que en cierta ocasión, de camino de Esquivias a Toledo, se puso a hablar con un estudiante, y hablaron, entre otros temas, de la enfermedad. El admirado estudiante le había recomendado que no abandonase su alimentación, que su enfermedad era la hidropesía, que da una sed terrible que no se alivia ni aunque se beba todo el agua del océano. Tenía Cervantes quizá, según los médicos, arteriosclerosis o cirrosis hepática o diabetes o insuficiencia cardiaca. Con todo esto encima, con setenta años, don Miguel de Cervantes está llegando al final, ha escrito ya todo lo que tenía que escribir pero está llegando al final con un relativo y admirable buen humor. Don Miguel de Cervantes fue un hombre profundo y pobre, al decir de Ortega y Gasset. Es muy posible que para alcanzar la grandeza en España, para superar la fragilidad, tengamos todos que llegar a la profundidad y a la pobreza. Ahí se desharán los encantamientos. Ahí se romperá por fin el cristal. Ahí se hará fuerte lo frágil. Y los héroes seguirán recorriendo el imperio de su palabra incesante.
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