Abróchense los cinturones, llega el conclave de la discordia
El miércoles 7 de mayo empieza en Roma un día especial, el que marca el inicio del cónclave para la elección de un nuevo Papa.

El miércoles 7 de mayo empieza en Roma un día especial, el que marca el inicio del cónclave para la elección de un nuevo Papa. Muchos quieren ver este acontecimiento como si fuera un show intergaláctico entre lo político y lo mundano: “The winner is the Pope progressive”. Otros, prefieren verlo como una votación estilo Eurovision donde se elige al que será la voz “cantante” de millones de seguidores de Jesucristo.
Sin embargo, para los católicos la elección de la máxima autoridad del Vaticano tiene algo de acontecimiento exclusivo y definitivo. La vida católica, la entiendan o no los creyentes, o incluso los agnósticos, es mucho más profunda y honda que un juego de urnas donde todo se limita visualmente a lograr una buena fumata blanca para luego acabar saliendo a un gran balcón con los hábitos inmaculados y bendecir a miles de fieles enfervorizados por la llegada de un nuevo pontífice que la inmensa mayoría no tiene ni idea de quien es.
Debo reconocer que me impresiona el gran interés que despierta la elección de un nuevo Papa. Me hace gracia que los ateos oficiales se empeñen en buscar y encontrar a un sustituto de Pedro que no les va ni les viene, porque no piensan seguir sus directrices, al menos a simple vista o solo en función de si sus postulados son de su agrado. También tiene su punto de diversión que millones de personas que no buscan a Dios, estén altamente preocupadas por la elección de un ser humano -con inspiración divina- que regirá los designios de la Iglesia católica, una especie de “club” exclusivo para miembros fervientes, que siempre se rige por los mimos criterios ortodoxos por muchas etiquetas seudo-políticas que se le quieran poner al nuevo obispo de Roma.
Lo primero que ha hecho la Santa Sede ha sido blindarse para que el medio centenar de personas que participaran en el cónclave como auxiliares sin derecho a voto y que garantizan el buen desarrollo del mismo -médicos, enfermeros, responsables del servicio de comedor, limpiadores, encargados del transporte…-, no revelen absolutamente nada de lo que oigan o vean en los próximos días, ni siquiera a sus familiares más estrechos. Si alguno osara violar ese juramento, será inmediatamente excomulgado. También habrá barridos ambientales con el objetivo de identificar dispositivos de espionaje presentes en el Vaticano. Eso es adaptarse a los nuevos tiempos, modernidad tecnológica pero sin cambiar lo esencial, es decir, sin cambiar la doctrina fundamental de la Iglesia.
El cardenal y arzobispo de Madrid, José Cobo, en una entrevista reciente afirmó con gran lucidez que “nadie en su sano juicio quiere ser Papa”. Todo lo contrario cuando se busca a un presidente de Gobierno o a un presidente de un Banco. Las diferencias son muchas pero las responsabilidades, aunque parecidas, son más trascendentes y graves las del pontífice. Los futuros Papas se consuelan recordando la máxima apostólica de que el protagonista principal del cónclave, el Espíritu Santo, no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos. Una manera optimista y humilde de descargar la presión del cargo.
A la hora de la verdad, habrá que tomar cartas (papeletas) en el asunto y con un número tan alto de votantes no solo se complican los acuerdos, marcan un listón altísimo para la mayoría exigida de dos tercios: 89 votos. Esta es una de las razones por las que se cree que el cónclave puede ser más largo, porque la dinámica de los escrutinios hace que se vayan moviendo votos hacia los nombres que despuntan, pero en esta ocasión ese trasvase puede ser más lento y laborioso.
El elevado número de electores y de países -más de 120- ha roto las dinámicas tradicionales, y los cardenales ultiman las negociaciones en un clima de desorientación, no exenta de discordia, de una falta de acuerdo previo entre los muchos cardenales con derecho a voto: 135. Según algunos prelados, “no está muy claro ni se entiende muy bien hacia dónde va el cónclave”. En las anteriores elecciones siempre había dos posturas claras, estar a favor o en contra de Ratzinger, y en 2013 con o en contra de Bergoglio. Esta vez no será tan sencillo.
También hay confusión acerca de las tensiones que ha propiciado este pontificado, que abre una brecha entre ambos frentes y cualquier candidato evidente del sector contrario pierde automáticamente toda posibilidad. Ambos campos están obligados a buscar nombres de consenso, fuera de sí mismos, y ahí reina la desorientación. En esta situación los cardenales se sienten perdidos y desorientados, y apenas se conocen entre ellos, y aunque llevan semanas hablando no es tan fácil afinar la puntería. Lo que parece más seguro es que hay un amplio margen para la sorpresa. Y las sorpresas siempre provocan cierta zozobra en instituciones poco acostumbradas a los grandes cambios.
Según expertos vaticanistas, si el jueves 8 de mayo, tras la comida y las dos votaciones de la tarde, la fumata es negra, esto querrá decir que el cónclave se ha bloqueado. Habrá que volver a empezar. Al día siguiente, es cuando ya puede pasar cualquier cosa. Se abre la posibilidad de la mencionada sorpresa. ¿La pregunta clave es saber si hay algunos candidatos fuera del radar informativo o algunos nombres tapados que no aparecen en los medios? Seguramente habrá alguno, pero eso no garantiza una rápida elección. De alguna manera simple o enrevesada la Iglesia tendrá un Papa, eso es seguro. Será el número 267 de su historia. Que se produzca de forma lenta o rápida solo lo saben sus eminencias los cardenales electores y, por su puesto, el Espíritu Santo. En definitiva, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.