Un Ruud liberado y feliz se deshace de la maldición: campeón en Madrid
Se quita Casper Ruud , 26 años y 15 del mundi, un enorme losa de encima de sus hombros, campeón del Mutua Madrid Open tras una magnífica final sustentada en la confianza, la tenacidad y la pulcritud. Tres valores con los que el noruego rompe por fin el techo de los Masters 1.000 y celebra, a su manera, que ya no es el eterno finalista. Tras caer en las finales de Montecarlo 2024 (contra Tsitsipas) y Miami 2022 (con Alcaraz), y en Roland Garros 2022 (con Nadal) y 2023 (con Djokovic), del US Open 2022 (con Alcaraz) y la Copa de Maestros 2022 (con Djokovic), ya tocaba este primer título de categoría 1.000 en su expediente. Aunque para el noruego no es el premio de una tómbola, sino la recompensa de un trabajo diario, que no se ve, y que no solo tiene que ver con la raqueta y la pista. Se refugia Ruud en esta tierra que maneja como nadie, once títulos sobre ella de los 12 que acumula. Ágil, rápido y con buena mano para cambiar alturas, ángulos, cortados. Pero también despliega armas de ataque, saques a 215 y derechas que rivalidan con las de cualquiera, salvo con las de Draper, claro. Tiene el británico un cañón en la zurda, aunque para el resto de la vida sea diestro, como le pasaba a Rafael Nadal. Las semejanzas no se quedan ahí, porque, aunque de una manera casi opuesta, las dos derechas/zurdas ejercen sobre el rival el mismo sentimiento: una tortura. Logró en la Caja Mágica que ese golpe atravesara a todos sus rivales: Griekspoor, Berrettini, Paul, Arnaldi y Musetti, Ruud. La velocidad de la pelota con su derecha alcanza los 124 kilómetros por hora de promedio frente a los 119 de la media del circuito. No solo es la dureza del gesto, sino cómo reacciona la pelota cuando llega al rival, pues consigue unas 3384, cuando la media es de 3125. No solo es lo revolucionada que llega la pelota, sino también el espacio que ocupa, pues el 30 % cae a menos de un metro de las líneas, por el 27 % de media que consigue el resto. Es decir, una derecha letal. Pero se encontró con un antídoto sustentado en la confianza y la fe. La de un Ruud que vuelve a sonreír después de unos meses de zozobra, sin encontrar el sentido a pasar 29 semanas al año fuera de casa y perder más que ganar. Definía estos días la vida del tenista como la de una rueda de hámster y confesó haber pedido ayuda. La respuesta ha sido rápida, admitía, y el tenis vuelve a ser una rueda, pero algo más manejable en el día a día y que, por fin, recompensa el sacrificio que ha puesto en ella. Con esa confianza en sí mismo resistió a sus propios errores, mínimos, pero que podían haber cambiado todo, o haber mantenido el guion de su carrera. Porque fueron solo unas dudas, dos dobles faltas, los que marcaron la desigualdad en el primer set. Dos dobles faltas, una rotura, que impulsaron a Draper, incómodo con la estrategia del noruego con esa derecha menos potente pero más liftada que picaba en el suelo y le desnortaba. Afianzó la ventaja con sufrimiento el británico, pues Ruud permanecía bien pegado a la línea y sus golpes lograban mantener a raya al rival, que ya no podía poner siempre que quería todo el cuerpo en función de su derechas. Y, salvo esas dos dobles faltas definitivas, el noruego también mostró que su tenis vintage está bien equipado en potencia. A Draper, segunda final mil de su carrera, le pasó como a casi todos. Después del regalo hizo lo difícil, mantener la ventaja y temblar con su servicio, ese servicio estratosférico con 5-4 para ganar el set. La presión está siempre en juego y se mueve en la cinta sin saber nunca nadie si caerá para un lado o para otro. Aquí, cayó en su contra, con los nervios obligándolo a sacar a solo 142 kilómetros por hora, pólvora para Ruud, empatado el marcador, inclinado el set hacia su confianza. Fue otro error, otro resbalón, en el cuarto juego del segundo set, lo que obligó al noruego a mantener la compostura, esa que no pierde nunca aunque sorprendiera a la Caja Mágica en semifinales pidiendo al juez de silla que mandara callar a unos aficionados argentinos. Su error devino en otra rotura, y ahí Draper, que ha crecido tenística, física y mentalmente mucho desde que se codea con la élite, ya tenía la lección aprendida para mantenerse erguido y sin encogerse cuando acariciaba el premio. La derecha plana sí engulló esta vez a la liftada, y su servicio encontró la puerta del segundo set para alargar la tarde soleada en Madrid. Pero había un Ruud impertérrito al otro lado. Que volvió a levantarse de ese pequeño desequilibrio en la pista, pero no en su fortaleza mental. Seguir y seguir a pesar de un mal juego, de otro 'break' y de ese set en contra que lo obligaba a alargar su monólogo interior, 'sigue, sigue, sigue, confía, confía, confía', un set más igualado para deleite de, esta vez, sí, un Estadio Manolo Santana lleno. Y siguió y siguió peleando, buscando, trabajando para resistir los latigazos de Draper y ganarse ese hueco por el que meterse en la resistencia y la mentalidad del británico. Más de cinco minutos de pr
Se quita Casper Ruud , 26 años y 15 del mundi, un enorme losa de encima de sus hombros, campeón del Mutua Madrid Open tras una magnífica final sustentada en la confianza, la tenacidad y la pulcritud. Tres valores con los que el noruego rompe por fin el techo de los Masters 1.000 y celebra, a su manera, que ya no es el eterno finalista. Tras caer en las finales de Montecarlo 2024 (contra Tsitsipas) y Miami 2022 (con Alcaraz), y en Roland Garros 2022 (con Nadal) y 2023 (con Djokovic), del US Open 2022 (con Alcaraz) y la Copa de Maestros 2022 (con Djokovic), ya tocaba este primer título de categoría 1.000 en su expediente. Aunque para el noruego no es el premio de una tómbola, sino la recompensa de un trabajo diario, que no se ve, y que no solo tiene que ver con la raqueta y la pista. Se refugia Ruud en esta tierra que maneja como nadie, once títulos sobre ella de los 12 que acumula. Ágil, rápido y con buena mano para cambiar alturas, ángulos, cortados. Pero también despliega armas de ataque, saques a 215 y derechas que rivalidan con las de cualquiera, salvo con las de Draper, claro. Tiene el británico un cañón en la zurda, aunque para el resto de la vida sea diestro, como le pasaba a Rafael Nadal. Las semejanzas no se quedan ahí, porque, aunque de una manera casi opuesta, las dos derechas/zurdas ejercen sobre el rival el mismo sentimiento: una tortura. Logró en la Caja Mágica que ese golpe atravesara a todos sus rivales: Griekspoor, Berrettini, Paul, Arnaldi y Musetti, Ruud. La velocidad de la pelota con su derecha alcanza los 124 kilómetros por hora de promedio frente a los 119 de la media del circuito. No solo es la dureza del gesto, sino cómo reacciona la pelota cuando llega al rival, pues consigue unas 3384, cuando la media es de 3125. No solo es lo revolucionada que llega la pelota, sino también el espacio que ocupa, pues el 30 % cae a menos de un metro de las líneas, por el 27 % de media que consigue el resto. Es decir, una derecha letal. Pero se encontró con un antídoto sustentado en la confianza y la fe. La de un Ruud que vuelve a sonreír después de unos meses de zozobra, sin encontrar el sentido a pasar 29 semanas al año fuera de casa y perder más que ganar. Definía estos días la vida del tenista como la de una rueda de hámster y confesó haber pedido ayuda. La respuesta ha sido rápida, admitía, y el tenis vuelve a ser una rueda, pero algo más manejable en el día a día y que, por fin, recompensa el sacrificio que ha puesto en ella. Con esa confianza en sí mismo resistió a sus propios errores, mínimos, pero que podían haber cambiado todo, o haber mantenido el guion de su carrera. Porque fueron solo unas dudas, dos dobles faltas, los que marcaron la desigualdad en el primer set. Dos dobles faltas, una rotura, que impulsaron a Draper, incómodo con la estrategia del noruego con esa derecha menos potente pero más liftada que picaba en el suelo y le desnortaba. Afianzó la ventaja con sufrimiento el británico, pues Ruud permanecía bien pegado a la línea y sus golpes lograban mantener a raya al rival, que ya no podía poner siempre que quería todo el cuerpo en función de su derechas. Y, salvo esas dos dobles faltas definitivas, el noruego también mostró que su tenis vintage está bien equipado en potencia. A Draper, segunda final mil de su carrera, le pasó como a casi todos. Después del regalo hizo lo difícil, mantener la ventaja y temblar con su servicio, ese servicio estratosférico con 5-4 para ganar el set. La presión está siempre en juego y se mueve en la cinta sin saber nunca nadie si caerá para un lado o para otro. Aquí, cayó en su contra, con los nervios obligándolo a sacar a solo 142 kilómetros por hora, pólvora para Ruud, empatado el marcador, inclinado el set hacia su confianza. Fue otro error, otro resbalón, en el cuarto juego del segundo set, lo que obligó al noruego a mantener la compostura, esa que no pierde nunca aunque sorprendiera a la Caja Mágica en semifinales pidiendo al juez de silla que mandara callar a unos aficionados argentinos. Su error devino en otra rotura, y ahí Draper, que ha crecido tenística, física y mentalmente mucho desde que se codea con la élite, ya tenía la lección aprendida para mantenerse erguido y sin encogerse cuando acariciaba el premio. La derecha plana sí engulló esta vez a la liftada, y su servicio encontró la puerta del segundo set para alargar la tarde soleada en Madrid. Pero había un Ruud impertérrito al otro lado. Que volvió a levantarse de ese pequeño desequilibrio en la pista, pero no en su fortaleza mental. Seguir y seguir a pesar de un mal juego, de otro 'break' y de ese set en contra que lo obligaba a alargar su monólogo interior, 'sigue, sigue, sigue, confía, confía, confía', un set más igualado para deleite de, esta vez, sí, un Estadio Manolo Santana lleno. Y siguió y siguió peleando, buscando, trabajando para resistir los latigazos de Draper y ganarse ese hueco por el que meterse en la resistencia y la mentalidad del británico. Más de cinco minutos de primer juego sin premio, más de diez minutos en el tercero sin premio, pero en el quinto, la gota impertérrita del Ruud más férreo cambió el destino de su propia historia. Una rotura que defender con todo lo que quedaba, mucho en el noruego, no tanto en el británico. Y ni un temblor que sujetar cuando faltaba solo un paso para la cima, que ya tocaba este premio. No, que ya había trabajado bastante este premio. De alumno aventajado de la academia de Nadal a digno sucesor de éxitos sobre la tierra, de eterno finalista a brillante campeón, por fin un título 1.000. El Ruud liberado, el más feliz.
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