Un pastel millonario repartido entre pocas manos: la guerra sibilina entre las discotecas de Ibiza
La industria del ocio representa un tercio del PIB insular y, desde 2010, se ha concentrado en manos de la familia Matutes. La próxima inauguración de la macrodiscoteca UNVRS es el tema central de los 'openings'La discoteca más grande del mundo reabrirá tres décadas después del cierre de KU, el local de la España felipista El ocio es una máquina de hacer billetes. Esta ley no escrita la conocen muy bien muchos destinos turísticos. Eivissa es un paradigma a nivel mundial. Si la diversión y el espectáculo representan el 1,8 por ciento del PIB español, en la isla el porcentaje sube al 35. Según datos del Consell Insular, de cada diez euros que se gasta un turista durante sus vacaciones, uno y medio lo hace bailando los temas que selecciona un deejay. La electrónica es oro etéreo. El sector con mayúsculas para la economía ibicenca. Dinero rápido: se funciona tan sólo cinco meses –mayo, junio, julio, agosto y septiembre– y se consiguen unos beneficios de vértigo. Por eso, en un territorio de menos de 600 km2 hay entre quince y veinte discotecas de gran o mediano formato. Bastantes de estos locales están camuflados bajo el disfraz de hotel o beach club. Para los amantes de la electrónica son templos. La mayoría están en manos extranjeras y casi todas acaban generando, además de una lluvia de millones de euros, un goteo de noticias que copan las páginas de sucesos. Sobredosis, reyertas, falta de licencia, quejas y denuncias vecinales, evasión de impuestos. Accidentes de coche o caídas de balcones después de una madrugada de farra. Los titulares rara vez identifican al lugar de los hechos por su nombre comercial. Una cuestión económica. Desde los ochenta, las discotecas con sede en Eivissa han sido los mejores anunciantes de la prensa autóctona. De otras maneras, presionan e influyen en las decisiones de políticos e instituciones. Son un lobby, curiosamente, mal avenido. Aunque el pastel a repartir sea enorme, algunas empresas se llevan a matar entre ellas. Hasta el punto de declararse la guerra a la hora de contratar a los selectores musicales. Esa competencia caníbal no quita que, cada primavera, lo más granado de la electrónica se reúna con motivo del International Music Summit. Desde los ochenta, las discotecas con sede en Eivissa han sido los mejores anunciantes de la prensa autóctona. De otras maneras, presionan e influyen en las decisiones de políticos e instituciones El Mondrian es un remolino humano. Caminar por el hotel permite sentirse dentro de un plano secuencia rodado por Martin Scorsese. En el vestuario no se avistan ni los trajes de rayas ni los vestidos de noche que aparecían en Casino o Godfellas. La etiqueta es otra: animales de sabana ilustrados en gorras, sombreros de ala rígida, camisetas de colores claros y patrones básicos, pantacas anchos, camisas de colores vivos y estampados geométricos, alguna chaqueta de cuero con piedras brillantes incrustadas en la espalda. Toda la gama imaginable de gafas de sol y bambas deportivas. Dedos tecleando en la pantalla del último modelo de iPhone. Outfits jóvenes sobre unos cuerpos que abarcan todas las etapas de la edad adulta. Oscilan, esos cuerpos, entre los dieciocho y los sesenta y todos. O incluso más. En la Eivissa discotequera cualquiera sueña con ser Ponce de León y beber de la fuente de la eterna juventud. Aunque una parte de esta fauna intergeneracional se aloje en sus habitaciones, la mayoría no son huéspedes de este hotel de cinco estrellas. Tampoco se han citado para disfrutar de unos cócteles frente a los azules del Mediterráneo. O no sólo por esa razón. Están trabajando, mientras, de fondo, escuchan un rumor electrónico. Beats y loops en el jardín de la entrada, en el hall de la recepción, en la barra y el comedor del restaurante, en la terraza de la piscina. Es el hilo musical de muchos hoteles ibicencos. La banda sonora de la isla la escriben los potentes equipos de sonido de unas discotecas que, a finales de abril, están a punto de opening. Los saraos que arrancan la temporada turística lo explican todo. La del Mondrian no es una simple fiesta. Ni siquiera, técnicamente, es una fiesta. Por el hotel pululan, acreditación al cuello, los mil quinientos congresistas del International Music Summit, dispuestos a dedicar tres días de sus vidas para empaparse de lo que sonó y de lo que sonará en la isla. Doscientos y pico periodistas toman nota de lo que se dice en decenas de ponencias, lecciones prácticas o tertulias abiertas al público entre los personajes que mueven los hilos de un mundillo que no es pequeño, pero donde casi todos dan la impresión de conocerse.

La industria del ocio representa un tercio del PIB insular y, desde 2010, se ha concentrado en manos de la familia Matutes. La próxima inauguración de la macrodiscoteca UNVRS es el tema central de los 'openings'
La discoteca más grande del mundo reabrirá tres décadas después del cierre de KU, el local de la España felipista
El ocio es una máquina de hacer billetes. Esta ley no escrita la conocen muy bien muchos destinos turísticos. Eivissa es un paradigma a nivel mundial. Si la diversión y el espectáculo representan el 1,8 por ciento del PIB español, en la isla el porcentaje sube al 35. Según datos del Consell Insular, de cada diez euros que se gasta un turista durante sus vacaciones, uno y medio lo hace bailando los temas que selecciona un deejay. La electrónica es oro etéreo. El sector con mayúsculas para la economía ibicenca. Dinero rápido: se funciona tan sólo cinco meses –mayo, junio, julio, agosto y septiembre– y se consiguen unos beneficios de vértigo.
Por eso, en un territorio de menos de 600 km2 hay entre quince y veinte discotecas de gran o mediano formato. Bastantes de estos locales están camuflados bajo el disfraz de hotel o beach club. Para los amantes de la electrónica son templos. La mayoría están en manos extranjeras y casi todas acaban generando, además de una lluvia de millones de euros, un goteo de noticias que copan las páginas de sucesos. Sobredosis, reyertas, falta de licencia, quejas y denuncias vecinales, evasión de impuestos. Accidentes de coche o caídas de balcones después de una madrugada de farra.
Los titulares rara vez identifican al lugar de los hechos por su nombre comercial. Una cuestión económica. Desde los ochenta, las discotecas con sede en Eivissa han sido los mejores anunciantes de la prensa autóctona. De otras maneras, presionan e influyen en las decisiones de políticos e instituciones. Son un lobby, curiosamente, mal avenido. Aunque el pastel a repartir sea enorme, algunas empresas se llevan a matar entre ellas. Hasta el punto de declararse la guerra a la hora de contratar a los selectores musicales. Esa competencia caníbal no quita que, cada primavera, lo más granado de la electrónica se reúna con motivo del International Music Summit.
Desde los ochenta, las discotecas con sede en Eivissa han sido los mejores anunciantes de la prensa autóctona. De otras maneras, presionan e influyen en las decisiones de políticos e instituciones
El Mondrian es un remolino humano. Caminar por el hotel permite sentirse dentro de un plano secuencia rodado por Martin Scorsese. En el vestuario no se avistan ni los trajes de rayas ni los vestidos de noche que aparecían en Casino o Godfellas. La etiqueta es otra: animales de sabana ilustrados en gorras, sombreros de ala rígida, camisetas de colores claros y patrones básicos, pantacas anchos, camisas de colores vivos y estampados geométricos, alguna chaqueta de cuero con piedras brillantes incrustadas en la espalda. Toda la gama imaginable de gafas de sol y bambas deportivas. Dedos tecleando en la pantalla del último modelo de iPhone. Outfits jóvenes sobre unos cuerpos que abarcan todas las etapas de la edad adulta. Oscilan, esos cuerpos, entre los dieciocho y los sesenta y todos. O incluso más. En la Eivissa discotequera cualquiera sueña con ser Ponce de León y beber de la fuente de la eterna juventud.
Aunque una parte de esta fauna intergeneracional se aloje en sus habitaciones, la mayoría no son huéspedes de este hotel de cinco estrellas. Tampoco se han citado para disfrutar de unos cócteles frente a los azules del Mediterráneo. O no sólo por esa razón. Están trabajando, mientras, de fondo, escuchan un rumor electrónico. Beats y loops en el jardín de la entrada, en el hall de la recepción, en la barra y el comedor del restaurante, en la terraza de la piscina. Es el hilo musical de muchos hoteles ibicencos. La banda sonora de la isla la escriben los potentes equipos de sonido de unas discotecas que, a finales de abril, están a punto de opening.
Los saraos que arrancan la temporada turística lo explican todo. La del Mondrian no es una simple fiesta. Ni siquiera, técnicamente, es una fiesta. Por el hotel pululan, acreditación al cuello, los mil quinientos congresistas del International Music Summit, dispuestos a dedicar tres días de sus vidas para empaparse de lo que sonó y de lo que sonará en la isla. Doscientos y pico periodistas toman nota de lo que se dice en decenas de ponencias, lecciones prácticas o tertulias abiertas al público entre los personajes que mueven los hilos de un mundillo que no es pequeño, pero donde casi todos dan la impresión de conocerse.
Un negocio que mueve cientos de millones de euros
El menú también incluye producción, tecnología y muchas, muchísimas, nociones de marketing y contabilidad: el IMS es, en definitiva, un termómetro para medir el negocio del ocio ibicenco. El pelotazo ya dura décadas y se ha acelerado en los últimos tres lustros. Tiempo suficiente para convertir a algunos personajes en ricos y famosos. Así ha ocurrido, al menos, con los más cotizados entre quienes ejercen el antiguo oficio de pinchadiscos. La superestrella –o superempresa– David Guetta se embolsa medio millón de euros cada vez que se mete en la cabina para regalar un par de horas de los ritmos que habitan en su cabeza, francesa y rubia.
–¿Es un tabú hablar sobre los cachés y el dinero que ganan los disc–jockey, y sus promotoras y productoras?
–No tenemos cifras. [Silencio]. Tienes razón: los DJ más famosos manejan números enormes. Las discotecas y los festivales, si quieren tener un cartel con nombres de primera fila, tienen que pagar esos cachés y se incrementa el coste de los tiques para entrar en las fiestas.
Responde Mark Mulligan. Analista e inglés, Mulligan es una de las voces más respetadas para los popes de una industria que, sumando los usuarios de las principales redes (Spotify, Instagram, TikTok, YouTube y Facebook) que escuchan los géneros y subgéneros que podrían cobijarse bajo el gran paraguas de la electrónica (techno, house, dance, drum & bass, afro, minimal…), conecta a 566 millones de personas con la misma pasión musical. Más que la suma de los habitantes de Indonesia y Pakistán, el cuarto y quinto país más poblados del planeta. La presentación del informe que la agencia de Mulligan, MIDiA, da a conocer desde hace tres años en el IMS se vive con veneración. Es un acto sagrado.
Con acento de Newcastle–upon–Tyne y camisa de manga larga, Mulligan disecciona un torrente de datos. Se expresa con elocuencia, ayudado por una presentación muy visual. Tiene aire de profe universitario.
Llega el momento de explicar por qué “Ibiza es la gran pista de baile internacional”. La pantalla que el analista tiene detrás dibuja seis barras. Corresponden a los años 2022, 2023 y 2024. Las tres barras de color naranja tienen un orden descendente: 153, 147 y 144. Representan el promedio de fiestas que han organizado durante la temporada (de principios de mayo a principios de octubre) las discotecas ibicencas. Las tres barras de color magenta tienen, en cambio, un orden ascendente: 124, 141 y 150. Representan los ingresos de las discotecas, tan sólo, con la venta de entradas. La relación queda clara: menos eventos, más ganancias. Pura rentabilidad.
“No hay ningún lugar en el mundo”, explica Mulligan tras acabar su presentación, “o por lo menos, no hay ningún lugar en Europa, que compita con Ibiza. Esta temporada va a ser muy buena, y creo que las de 2026 y 2027 también lo serán. (...) Cada año hay más programación porque hay más locales (...) Tengamos en cuenta también que nuestro informe sólo recoge los ingresos generados por la venta de entradas normales. No tenemos datos de los ingresos por venta de bebidas ni de las zonas VIP, y ahí es donde se mueve gran parte del negocio”.
No hay ningún lugar en el mundo o, por lo menos, en Europa, que compita con Ibiza. Nuestro informe sólo recoge los ingresos generados por la venta de entradas normales. No tenemos datos de los ingresos por venta de bebidas ni de las zonas VIP, y ahí es donde se mueve gran parte del negocio”
Parece un discurso triunfalista. No lo es. Mulligan, como si se tratara de un viejo farero, lanza luces de advertencia. Hay escollos a proa y avisa a los navegantes: “Hemos llegado a un punto en el que el sector tendrá que replantearse hasta dónde aceptará las exigencias económicas de los deejays. Es fácil subir los precios de las entradas porque la gente que venga de vacaciones a Ibiza se va a gastar lo que no se gastaría, por ejemplo, en Berlín. Pero, aunque sea posible, la industria debería preguntarse si es recomendable. ¿Cuál es el propósito de hacer más caro el acceso a la electrónica?”.
Hemos llegado a un punto en el que el sector tendrá que replantearse hasta dónde aceptará las exigencias económicas de los DJ. Es fácil subir los precios de las entradas porque la gente que venga de vacaciones a Ibiza se va a gastar lo que no se gastaría, por ejemplo, en Berlín. Pero, aunque sea posible, la industria debería preguntarse si es recomendable
UNVRS contra el resto de discotecas
–¿Cómo ves la competencia que tendréis al otro lado de la carretera?
–¿Qué carretera?
Pete Tong suelta una carcajada con la respuesta de Martín Ferrer Vega. Protegido por unas gafas gigantes y oscuras de Dolce & Gabbana, el propietario de Amnesia ha esquivado con ironía una pregunta cargada de doble sentido. Las conversaciones que programa el IMS suelen estar barnizadas de amablidad, pero en 2025 hay un elefante en la habitación. Su nombre es UNVRS. El “hyperclub” que va a reabrir las instalaciones que en los ochenta se llamaron KU y, a partir de los noventa, Privilege, asusta. Si se mide por su tamaño físico, más que un elefante, se trataría de un mamut. Legalmente, hará bailar a 10.000 personas cada noche. Las entradas para su puesta de largo costaban el doble que para asistir a las aperturas del resto de discotecas: entre 100 y 140 euros. Un mes antes del opening, que esperará hasta el 30 de mayo, están agotadas.
El elefante en la habitación es UNVRS. Esta macrodiscoteca, con capacidad para 10.000 personas cada noche, ya ha agotado las entradas para su opnening, previsto el 30 de agosto. El precio es el doble que para asistir a las aperturas del resto de discotecas: entre 100 y 140 euros
En los privados, la diferencia de precios se triplica. Una mesa en UNVRS costará 500 euros; en Amnesia o Pacha sale por unos 200. La brecha es evidente, una patata que arde y sobre la que no se habla en el IMS con la otra parte de la historia: José Luis Benítez, el representante de la discoteca XXL, no puede acudir a la tertulia a la que le habían invitado por estar de viaje. ¿El encarecimiento del que alertaba Mulligan podría agudizarse? “Esas tarifas rompen el equilibrio”, se queja Ferrer Vega. Y añade: “Tiempo atrás, las diferentes discotecas de Ibiza teníamos un poder parecido. Ahora va a ser difícil pelear por ser los mejores, no tenemos tanto dinero como otros”.
Es un conflicto público. Los “otros” es el Grupo de Empresas Matutes. Ferrer Vega se cuida de pronunciar en ningún momento el apellido más poderoso de la isla. Por el tono que utiliza el dueño de Amnesia se intuye, en cambio, un cierto desdén. Como si considerara a los cerebros que deciden las operaciones de esta multinacional unos advenedizos en el sector más lucrativo del turismo ibicenco. El expansionismo de la familia Matutes en la industria de la electrónica ha sido tan ambicioso como veloz, pero las apariencias engañan. La ambición y la velocidad tienen cálculo.
El capitán de esas conquistas es Yann Pissenem. El hombre de confianza en asuntos de ocio de los Matutes es un maratoniano de la fiesta. Francés, se asentó en España hace décadas para dedicarse al negocio del baile electrónico. Primero, en Barcelona. Después, en Eivissa, donde no le puede ir mejor. Los negocios que gestiona Pissenem como asociado de los también dueños de la hotelera Palladium moverán este verano decenas de miles de personas. Un trasiego que se repetirá cada tarde, cada noche y cada madrugada durante ciento y pico días. Un festival que no termina nunca. Tienen venues –sedes– de sobra para albergarlo: Ushuaïa (el hotel que, años después de que se prohibieran los afters bajo la luz del sol, recuperó, sin licencia, la fiesta al aire libre), Hï (situada justo enfrente de ese hotel–discoteca para que la fiesta continúe pasada la medianoche) y, ahora, UNVRS (donde prometen organizar la madre de todas las fiestas con los DJ más escuchados del planeta).
El Grupo Empresas Matutes, el apellido más poderoso de la isla, gestiona tres de los puntos más importantes del ocio de la isla: Ushuaïa, Hï y la futura UNVRS
“Yo he bailado y me he drogado en la pista de baile hasta volverme loco”, dice Ferrer Vega, “he hecho lo mismo que cualquier clubber cuando sale de fiesta”. “Aunque he tenido una relación de amor/odio con mi padre –el empresario catalán, con el que comparte nombre y primer apellido, que compró Amnesia en 1990–, he demostrado que con pasión las cosas funcionan. No soy un recién llegado, sé de este negocio porque me he criado en una discoteca y también soy DJ (...) ¡Estáis locos! ¡¿Estáis trayendo techno a Ibiza?! ¡No va a funcionar! Eso nos decían cuando empezamos a pinchar techno en 1999… y mira. (...) Pero creo que todo ha cambiado. Ahora hay muchas personas que van a las discotecas a ver una marca y no a escuchar música. Hay que utilizar menos los ojos y más los oídos”. Es el “efecto TikTok” al que también se refiere Mulligan en su informe. Las píldoras audiovisuales de la red social china están comiéndose el consumo de música electrónica. Allí se descubren nuevos talentos, pero, también, es el fango donde germina el postureo.
Todo en inglés y problemas legales
“¿Cómo definirías a Amnesia?”. La última pregunta de Pete Tong vuelve a ser amable. “Somos de verdad”, responde Ferrer Vega. No parece un capricho que se haya puesto una camiseta de uno de los grupos que popularizaron la música electrónica, primero en Reino Unido, y luego en el resto de Europa: Joy Division. Como si el empresario quisiera reivindicarse como una especie de matagigantes en una liga dominada por los petrodólares. Entre el público, algunos de los clubbers más viejos murmuran: “Cuando era más joven y su discoteca estaba en la cumbre, se le veía más crecidito”.
Fueron años de euforia para Amnesia, pero también de problemas legales. En 2016, la Guardia Civil lanzó una redada que registró de arriba a abajo la discoteca. Había sospechas de fraude fiscal. Casi una década ha tardado el Juzgado de Instrucción número 1 de Eivissa en encontrar “indicios de delito” entre los papeles que se incautaron. La causa no se archivará y todo apunta a que se celebrará un juicio para dilucidar qué fue del dinero que presuntamente no se declaró.
La entrevista entre Pete Tong y Ferrer Vega ha sido en inglés. Íntegramente. Uno interrogaba con voz profunda y deje elegante de locutor veterano de la BBC y el otro contestaba con el desparpajo de quien ha firmado muchos contratos con súbditos de Isabel II. Porque si algo define al negocio de la música electrónica en esta isla española es su ADN anglo. Se nota en el Mondrian, con creces. Alguna pincelada de francés, de italiano, de alemán, poquísimo castellano, nada de catalán, y cientos de lenguas chasqueando palabras en inglés.
La electrónica puede expandirse por todo el globo, convertir en populares compases africanos o cadencias hindúes, pero las manos que mecen la cuna no cambian. Un colonialismo cultural adaptado al siglo XXI. Británicas son, de hecho, las mentes que impulsaron el IMS (un grupo de profesionales del sector, el mismo Pete Tong entre ellos) allá por 2007. Querían demostrar que la electrónica es una industria y, aunque celebran otro evento en Dubai y otras grandes citas como el Sonar tengan su propio congreso, el cónclave ibicenco son los tres días más importantes del calendario clubber.
Los británicos dominan el negocio. La electrónica puede expandirse por todo el globo, convertir en populares compases africanos o cadencias hindúes, pero las manos que mecen la cuna no cambian
Lo confirma Sam Baker, un rubio que ronda los treinta y, pese a que nació en Reino Unido, vive en París. Se dedica a gestionar incipientes carreras de DJ y no tiene planes de trabajar en la isla (“A Ibiza sólo he venido de fiesta: es increíble”). No obstante, sabe que es allí donde se teje la red. “¿Por qué estoy en el IMS? Para hacer networking básicamente”. La misma respuesta la da Simona Limoli, que le saca veinte años al inglés, y, en familia, marido e hija incluidos, acude desde Milán para ver qué sonidos podrían cazar: “Nos dedicamos a publicar música electrónica y mira si llevamos años en este negocio que, cuando empezamos, todo salía en vinilo. Durante estos tres días puedes anticipar la música que vamos a escuchar en los próximos meses”.
Algunas de esas novedades quizás reboten en los platos de las mezcladoras que AlphaTheta, la tecnológica que colabora con los organizadores del congreso, ha colocado en una gran mesa. Deejays anónimos las prueban y disfrutan con las orejas atrapadas en unos grandes auriculares. Para quien entiende, esas mezcladoras son golosinas carísimas. “La más potente cuesta 25.000 dólares”, especifica uno de los ingenieros de sonido (simpático, aspecto de nerd y apellido judío) que anima al público a ensayar los juguetes. En el catálogo también hay unas gafas de realidad virtual que permiten manipular una mezcladora invisible. “A las inteligencias artificiales”, afirma Mulligan, “no las espera la música electrónica: ya hace bastante tiempo que influyen en la manera de producir… y de pinchar una sesión”.
DJ anónimos en busca de una oportunidad
Hay contraste entre lo nuevo y lo viejo. En el IMS todavía tiene peso el cara a cara. Alrededor de una mesa del comedor toman asiento cuatro chavales. Representan lo que Mulligan llama “la cultura clubber de Ibiza”. Un underground que ofrece “temas interesantes” y que no está, ni de lejos, en el radar de las grandes discotecas. Todavía, porque en esa cuadrilla de amigos sueñan con ser productores. Derrochan atrevimiento y juventud. Gorros, gafas de esquiador, camisetas negras y holgadas. El mayor, si pasa de los veinte, los sobrepasa por poco.
Delante tienen a dos señores maduros. Visten de forma informal, pero aparentan mucha formalidad teniendo en cuenta la etiqueta que les rodea: la camisa la llevan por dentro del pantalón de pinza. Charlan unos minutos. Los maduros piden explicaciones de la música que los chavales llevan en el porfolio, los chavales tratan de explicárselo y uno de ellos abre un ordenador para armar en un plisplás una transferencia de archivos. Se les despide con una promesa: “Let’s talk soon”, ya os llamaremos. Era un pitching. Traducido de forma literal, un discurso de venta. En inglés, obviamente.
El castellano emergerá, pasada la hora del café, a través de unos altavoces. El pescador, habla con la luna / El pescador, habla con la playa / El pescador, no tiene fortuna / Sólo su atarraya / Regresan los pescadores / Con su carga pa' vender / Al puerto de sus amores / Donde tienen su querer. Da igual que esté envuelta por un manto electrónico, la cumbia, antiquísima y colombiana, es inconfundible. Acabadas las ponencias, llega el momento del contoneo. Junto a la piscina, el punteo del bajo moviliza culos y caderas, levanta índices al cielo, conecta, ¿sin voluntad?, presente y pasado. Cuando este hotel se construyó, en pleno boom turístico, la playa era un refugio de pescadores. Se llama Cala Llonga porque es muy profunda, casi una ría. Aguas tranquilas en las que fondear. Hasta que aquellas moles de cemento cambiaron la vida de los nativos: los llaüts desaparecieron y llegó el turismo familiar, fomentado por cadenas hoteleras de origen isleño.
Una pandilla de niños echa una pachanga sobre la arena; mientras suena la cumbia, rueda el balón. Las familias siguen veraneando en esta cala del municipio de Santa Eulària des Riu, pero son un perfil de turista que mengua y no duerme precisamente en el primer Mondrian que se abrió en España. En 2023, Sirenis Hotels & Resorts, la empresa que levantó un complejo de cientos de habitaciones, vendió las instalaciones a un fondo de inversión. Capital extranjero sustituyendo a propiedad ibicenca. Otro modelo de gestión.
Ajenos a esos juegos económicos, los congresistas del IMS siguen danzando junto a la piscina. Dos días después volverán a bailar, en un gran evento, llenando uno de los baluartes de la muralla renacentista de Eivissa. El futuro todavía no ha llegado. Ahora toca disfrutar de la tarde que declina, estrenar el fin de semana de los openings ibicencos. Serán un viernes y un sábado de euforia que terminarán con una triste noticia, una caída muy diferente a la del sol sobre los azules de Cala Llonga. La de una chica turca que, horas después de haber aterrizado en la isla, muere al precipitarse desde la cuarta planta del Ibiza Rocks. Este hotel de Sant Antoni de Portmany también está presente en el IMS porque organiza fiestas en su terraza (y acumula expedientes, sin resolver, por exceso de ruido)..
La víctima tenía diecinueve años y es la trigésima por un caso de balconing en Eivissa desde el año 2000. Según informó la prensa local, había estado bailando en una discoteca “de otro municipio” antes de volver a su alojamiento cuando ya despuntaba el alba. Unas horas antes de que cayera al intentar pasar de un balcón a otro, Ushuaïa y Hï, dos discotecas que no están en Sant Antoni, sino en otro municipio –Sant Josep de sa Talaia– habían subido el telón.