Todos tranquilos, que el panorama es horroroso
El Gobierno no informó de nada a los ciudadanos que estaban, nunca mejor dicho, a dos velas. Al día siguiente, Sánchez aparece en público y contesta preguntas. ¡Veinticuatro horas después! Un desastre sin paliativos. Un ejercicio de inoperancia e ineficacia imperdonable El Ojo no ha pegado ojo. A las negras sombres del gran apagón se le juntaban, qué cosas tiene la mente, la pandemia del 20, la Filomena del 21, el volcán de La Palma, pocos meses después, y ya puestos, la DANA del año pasado. Pero la vida sigue y con la amanecida se recobran fuerzas, el ánimo resurge y el Ojo, reventón, está incluso dispuesto a dar consejos al Gobierno. Así, de gratis. Porque es obvio y manifiesto que son unos zotes en estas cosas de la comunicación. ¡Seis horas sin decir ni mu! Así que miembros del Gobierno, siéntense todos en unas sillitas en cualquier sala de La Moncloa, y vayan tomando notas de la propuesta del Ojo. Apagón a las 12.33. Diez minutos después, convocatoria de la ministra portavoz del Gobierno, a la sazón Pilar Alegría, a una rueda de prensa para las 13.30. Difícil la comunicación, pero posible, que las radios –ay, las radios, ¡cómo agradecemos su existencia!– estaban en pleno funcionamiento. Y allí Alegría cuenta lo que hay y contesta a las preguntas de los plumillas. Esto no lo sabemos aún, diría, pero estamos trabajando en ello, etcétera, etcétera. Y así, cada dos horas. ¿Que quiere salir Pedro Sánchez en lugar de la ministra? Ningún problema. Buena iniciativa, pero con periodistas y respondiendo preguntas, que esa sala llena de funcionarios es un insulto a la opinión pública. ¿Que se cansa Alegría, circunstancia perfectamente asumible?, pues la sustituye la secretaria de Estado de Comunicación, de nombre Lydia del Canto, que aseguran quienes la conocen que existe y que es una persona de carne y hueso. ¿No es un contradiós que la responsable de comunicar sea un ente misterioso e ignoto? Ya ven ustedes que la cosa no era muy difícil. Pues nada. Ni se hizo así ni de cualquier otra manera, que el Gobierno no informó de nada a los ciudadanos que estaban, nunca mejor dicho, a dos velas. Al día siguiente, Sánchez aparece en público y contesta preguntas. ¡Veinticuatro horas después! Un desastre sin paliativos. Un ejercicio de inoperancia e ineficacia imperdonable. Ya habrá noticias de qué ocurrió para que se produjera ese tremendo apagón, y continuaremos con la polémica sobre las nucleares, tan queridas por el PP, pero las primeras declaraciones de los responsables parecen descartar grandes conspiraciones y misteriosos ciberataques. O sea, que algún ser humano o algún Departamento en pleno de algún organismo, vayan ustedes a saber cuál, público o privado, ha metido el cuezo hasta el corvejón. Lo sabremos, vaya si lo sabremos, porque semejante destrozo no puede quedar impune. A las mazmorras los culpables. Un par de apuntes sobre la jornada. Lo primero, la extraordinaria actuación ciudadana, que quizá con costra por tantas desgracias en tan poco tiempo, nunca perdió la calma, que ya quisieran los noruegos, por ejemplo, mostrar un comportamiento tan responsable. Y dos, que de nuevo hemos visto la calaña de Isabel Díaz Ayuso, qué horror, intentando meter el miedo en el cuerpo a los madrileños con siniestras advertencias sobre la seguridad y una violencia que nadie veía. Cambio de tercio. Hace un año por estas fechas andaba Pedro Sánchez sumido en la meditación más profunda, o eso suponemos, allá en los adentros de La Moncloa. Parecía entonces que aquellos tensos momentos –manifestaciones en la sede de Ferraz a su favor, entre otros acontecimientos–iban a suponer un importantísimo parteaguas en el devenir de su presidencia, y por tanto, del Gobierno. Un año después, ya ven ustedes, mis queridos amigos, aquí seguimos tal cual estábamos, que aquellas promesas de regeneración democrática que parió aquel ejercicio de mantras del bhakti yoga se quedó en un minúsculo átomo, una pequeñez inane. Polvo en el camino. Pensó mucho, nos tuvo en un suspiro y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Ni leyes, ni controles, ni cristo que lo fundó. ¡El remero de cosas que han sucedido desde entonces, dentro y fuera de nuestros confines! Pero al Ojo, ya saben, le gusta ir a lo mollar. A ver, ¿el Gobierno está mejor o peor que entonces? Diríamos, para mojarnos, que ni peor ni mejor: igual de mal. Acosado por una derecha cerril y destructiva, unos medios feroces, mentirosos y canallas, amén de unos togados inclasificables y unos socios que a ratos prefieren apretar la garganta que practicar el boca a boca salvador, el panorama se presenta, por no exagerar, aterrador. Pero ya conocemos el paño y para ser sinceros, todo indica que Sánchez, navegando en la tabla de surf en mitad de tormentas tras tormentas, como las gotas frías que nos han asolado, se iba una y venía otra, va a llegar al puerto de 2027. Y luego, a p

El Gobierno no informó de nada a los ciudadanos que estaban, nunca mejor dicho, a dos velas. Al día siguiente, Sánchez aparece en público y contesta preguntas. ¡Veinticuatro horas después! Un desastre sin paliativos. Un ejercicio de inoperancia e ineficacia imperdonable
El Ojo no ha pegado ojo. A las negras sombres del gran apagón se le juntaban, qué cosas tiene la mente, la pandemia del 20, la Filomena del 21, el volcán de La Palma, pocos meses después, y ya puestos, la DANA del año pasado. Pero la vida sigue y con la amanecida se recobran fuerzas, el ánimo resurge y el Ojo, reventón, está incluso dispuesto a dar consejos al Gobierno. Así, de gratis. Porque es obvio y manifiesto que son unos zotes en estas cosas de la comunicación. ¡Seis horas sin decir ni mu! Así que miembros del Gobierno, siéntense todos en unas sillitas en cualquier sala de La Moncloa, y vayan tomando notas de la propuesta del Ojo.
Apagón a las 12.33. Diez minutos después, convocatoria de la ministra portavoz del Gobierno, a la sazón Pilar Alegría, a una rueda de prensa para las 13.30. Difícil la comunicación, pero posible, que las radios –ay, las radios, ¡cómo agradecemos su existencia!– estaban en pleno funcionamiento. Y allí Alegría cuenta lo que hay y contesta a las preguntas de los plumillas. Esto no lo sabemos aún, diría, pero estamos trabajando en ello, etcétera, etcétera. Y así, cada dos horas. ¿Que quiere salir Pedro Sánchez en lugar de la ministra? Ningún problema. Buena iniciativa, pero con periodistas y respondiendo preguntas, que esa sala llena de funcionarios es un insulto a la opinión pública. ¿Que se cansa Alegría, circunstancia perfectamente asumible?, pues la sustituye la secretaria de Estado de Comunicación, de nombre Lydia del Canto, que aseguran quienes la conocen que existe y que es una persona de carne y hueso. ¿No es un contradiós que la responsable de comunicar sea un ente misterioso e ignoto? Ya ven ustedes que la cosa no era muy difícil. Pues nada. Ni se hizo así ni de cualquier otra manera, que el Gobierno no informó de nada a los ciudadanos que estaban, nunca mejor dicho, a dos velas. Al día siguiente, Sánchez aparece en público y contesta preguntas. ¡Veinticuatro horas después! Un desastre sin paliativos. Un ejercicio de inoperancia e ineficacia imperdonable.
Ya habrá noticias de qué ocurrió para que se produjera ese tremendo apagón, y continuaremos con la polémica sobre las nucleares, tan queridas por el PP, pero las primeras declaraciones de los responsables parecen descartar grandes conspiraciones y misteriosos ciberataques. O sea, que algún ser humano o algún Departamento en pleno de algún organismo, vayan ustedes a saber cuál, público o privado, ha metido el cuezo hasta el corvejón. Lo sabremos, vaya si lo sabremos, porque semejante destrozo no puede quedar impune. A las mazmorras los culpables. Un par de apuntes sobre la jornada. Lo primero, la extraordinaria actuación ciudadana, que quizá con costra por tantas desgracias en tan poco tiempo, nunca perdió la calma, que ya quisieran los noruegos, por ejemplo, mostrar un comportamiento tan responsable. Y dos, que de nuevo hemos visto la calaña de Isabel Díaz Ayuso, qué horror, intentando meter el miedo en el cuerpo a los madrileños con siniestras advertencias sobre la seguridad y una violencia que nadie veía.
Cambio de tercio. Hace un año por estas fechas andaba Pedro Sánchez sumido en la meditación más profunda, o eso suponemos, allá en los adentros de La Moncloa. Parecía entonces que aquellos tensos momentos –manifestaciones en la sede de Ferraz a su favor, entre otros acontecimientos–iban a suponer un importantísimo parteaguas en el devenir de su presidencia, y por tanto, del Gobierno. Un año después, ya ven ustedes, mis queridos amigos, aquí seguimos tal cual estábamos, que aquellas promesas de regeneración democrática que parió aquel ejercicio de mantras del bhakti yoga se quedó en un minúsculo átomo, una pequeñez inane. Polvo en el camino. Pensó mucho, nos tuvo en un suspiro y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Ni leyes, ni controles, ni cristo que lo fundó.
¡El remero de cosas que han sucedido desde entonces, dentro y fuera de nuestros confines! Pero al Ojo, ya saben, le gusta ir a lo mollar. A ver, ¿el Gobierno está mejor o peor que entonces? Diríamos, para mojarnos, que ni peor ni mejor: igual de mal. Acosado por una derecha cerril y destructiva, unos medios feroces, mentirosos y canallas, amén de unos togados inclasificables y unos socios que a ratos prefieren apretar la garganta que practicar el boca a boca salvador, el panorama se presenta, por no exagerar, aterrador. Pero ya conocemos el paño y para ser sinceros, todo indica que Sánchez, navegando en la tabla de surf en mitad de tormentas tras tormentas, como las gotas frías que nos han asolado, se iba una y venía otra, va a llegar al puerto de 2027. Y luego, a pelearse, que no hay tarot ni inteligencia artificial que sepa descifrar el jeroglífico. Con todo, sorprende el perfil bajo que ha elegido el presidente ante tanto fasto mundial, ausente en la cumbre del Vaticano. ¿No estar con Trump, con Macron, con Zelenski? ¿Por qué?
Decíamos la semana pasada que íbamos a hablar del Gobierno. Hagámoslo. Anda flojo. No hay que ser un sesudo politólogo –dios nos libre– para ver con claridad meridiana que convendría dar un meneíllo a la cosa. Hay carteras que necesitan una cara nueva y con potencia indiscutible –ya mencionábamos Vivienda, verbigracia– y hay alguna otra que no ha conseguido salir no ya del anonimato, sino incluso de la clandestinidad, que hay ministros, o ministras, que parecen habitar en cuevas de tierras abismales, lejos de cualquier contaminación con la realidad. ¿Y hay algún miembro del Ejecutivo, digamos sin señalar a Grande-Marlaska, abrasado cual tizón de barbacoa? Es ahora, lejos de convocatorias electorales cuando el presidente debería agitar la coctelera para formar un gabinete mezcla de Puentes y Planas. O sea, a mí Sabino que los arrollo, y me sé la enciclopedia de mi ministerio de cabo a rabo, vean ustedes qué seriedad y qué dominio de los temas de mi competencia. Incluso ya puestos, a lo mejor podían intentar de este envite salir del pozo negro en el que se ahoga, año tras año, la política de comunicación del Gobierno, de la que ya hemos hablado con largueza en el inicio.
Lo de Sumar es otra historia. Y seria. Por un lado, todos somos conscientes de los beneficios que para una gobernanza atenta a los problemas sociales representa la existencia de unos ministros en la mesa del Gobierno que empujen hacia la izquierda a un partido en ocasiones excesivamente cauteloso. Ahí está el caso de las balas israelís, un bodrio político y administrativo. Sin contar, como es obvio, con el chorro de votos que en unas elecciones podían aportar al PSOE, que los necesitará si quiere seguir gobernando. La teoría la sabemos, pero la práctica es otra cosa, que si se anda flojo de remos, ganar la carrera será imposible. Y ahora, desgraciadamente, estamos en una pelea a primera sangre entre Sumar y Podemos, unos poquitos frente a otros poquitos, que más bien parece un torneo del museo de las miniaturas. Decididos Pablo Iglesias, Irene Montero e Ione Belarra al cuanto peor mejor, hay que ver lo que sabía Lenin del izquierdismo y el infantilismo, poco margen hay para la unidad de esa izquierda siempre renqueante. Aún más difícil cuando en Podemos han descubierto que si Junts se relaja en su oposición a Sánchez, ellos están prestos a tumbar al “cipayo” y “señor de la guerra”, Belarra dixit, para hacer valer sus cuatro diputados. Y el que venga detrás, si gobiernan PP y Vox, que sufra, que se lo tienen merecido por no ser lo suficientemente revolucionarios y no haber asaltado, no ya los cielos, ni siquiera La Moncloa. Mentira, por cierto, porque ellos mismos, con ese nombre y apellidos, un día estuvieron sentados en aquella mesa, tan ricamente instalados.
Y en la otra acera, ¿han mejorado las cosas? Quiá. Rodeados de los restos de barro y desgracia que dejó la DANA y la incompetencia culposa de la Generalitat, inaugura su congreso el Partido Popular europeo sin la presencia, qué vergüenza, de Feijóo ni Mazón, el de la cara más dura de Occidente. Contemplen todos la insultante indecencia ante la tragedia, al tiempo que el vergonzante president de la Generalitat sigue haciendo mimos para sobrevivir, con el beneplácito del jefe Feijóo, a la ultraderecha de Vox, denostada en el resto de Europa. Buena muestra, diría algún malintencionado, que siempre los hay, de la miseria que rodea y define al Partido Popular y sus repugnantes escarceos con la antidemocracia de Abascal y sus huestes. Digan algo de esa coyunda, señora Von der Leyen y señor Merz, hágannos el favor.
No sabe el Ojo terminar ninguna de sus modestas croniquillas sin una mención, siempre adolorida, a la tragedia de Gaza, otra semana más olvidada entre tanto Papa y tanto arancel. Nunca, nunca se olviden de los palestinos. Ni de maldecir al brutal Donald Trump, la garrota del salvaje hombre prehistórico como única arma de entendimiento, dentro y fuera de su país, y a su compinche Benjamin Netanyahu. No separen un nombre de otro, que es misión imposible, unidos ambos personajes con un pegamento indisoluble como Indívil y Mandonio o Cassian Andor y Mon Mothma.
Adenda. A la Iglesia Católica española siempre le ha importado bien poco quién mandaba en el Vaticano. Sostiene tan alta jerarquía con sus dineros a dos de los medios más reaccionarios, groseros y faltones de la derecha muy derecha. Llenaron las ondas de la Cope durante años con las diatribas del enloquecido Federico Jiménez Losantos, gran adalid de cualquier ridícula conspiración, para pasar, hasta hoy mismo, a llenar los bolsillos del inefable Carlos Herrera, del que aseguran varios medios de la derecha que cobra la modesta cantidad de entre 7 u 8 millones anuales. Pagan los obispos, que les sobra el parné. La Audiencia Nacional, por cierto, ha confirmado que Herrera dejó de tributar 2,1 millones de euros usando un “entramado empresarial”. Nada, a confesarse y seguir con los sermones, que la Iglesia lo perdona todo. Y por si no tenían suficiente con semejantes badulaques, ahí está la cadena de televisión Trece donde se junta la parada de los monstruos más fiera y casposa para insultar, denigrar y masacrar a todo lo que huela a izquierda o progresía.
Los Papas. Allá ellos, dicen los obispos españoles, tan cañís.