Si David Sánchez hubiese sido electricista y no músico

"En la semana del apagón nadie habló del procesamiento del hermano del presidente, pero no quiere decir que no haya ocurrido y que no sea muy grave"

May 5, 2025 - 04:24
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Si David Sánchez hubiese sido electricista y no músico

Todavía habrá que dar gracias por que David Sánchez, el hermano del presidente del Gobierno, sea músico y no electricista. Habría sido inquietante que en lugar de jefe de la Oficina de Artes Escénicas de la Diputación de Badajoz hubiese sido enchufado con un contrato de alta dirección en cualquier oficina de ciclos combinados y fotovoltaicas. Y habrá que dar gracias también por que José Luis Ábalos fuese ministro de Fomento y no presidente de Red Eléctrica, con la ‘sobrina’ Jesica como asesora en esto de los cables y las nucleares. En la España del nepotismo a tumba abierta y del ‘hermanismo’ porque sí, es posible, y así lo hemos normalizado, cualquier episodio de descaro y desprecio por la legalidad. Si a eso se añade el agravante de que esta suerte de caciquismo 3.0 se ejecuta con dinero público, el Código Penal debe servir todavía para algo.

El apagón permitió a Pedro Sánchez superponer una circunstancia muy grave de afectación masiva -el colapso de España- a otra grave de afectación particular, pero que definitivamente ha hecho implosionar en un auto de procesamiento la inquietante corrupción descubierta en el núcleo más próximo del presidente del Gobierno. Una juez de Badajoz ha señalado el banquillo de los acusados al hermano del presidente del Gobierno, el ‘hermanito’ según la investigación de la UCO, por los delitos presuntos de tráfico de influencias y prevaricación. El apagón oscureció la evidencia unas horas o unos días. Pero la falta de luz no ha logrado revocar ni el procesamiento del hermano de Sánchez ni las certezas jurídicas que la investigación de los últimos meses ha conseguido desvelar. Basta con leer el auto de procesamiento para concluir lo burdo y obsceno que fue todo..

El apagón oscureció la evidencia unas horas o unos días. Pero la falta de luz no ha logrado revocar ni el procesamiento del hermano de Sánchez ni las certezas jurídicas que la investigación de los últimos meses ha conseguido desvelar. Todo fue burdo y obsceno

No es desinformación, no son bulos y no es fango. En una democracia solvente la garantía de la presunción de inocencia no debería estar reñida con la asunción de responsabilidades vinculadas a la ética pública en el ejercicio del poder, a la ejemplaridad o a la transparencia. Y la juez es concluyente: hubo un enchufe de libro, una plaza preadjudicada para David Sánchez por ser quien era, una trama de decisiones injustas en el seno de la Diputación ante la que todo el mundo guardaba un silencio de ‘omertá’, y un sueldo público para alguien que no sabía ni dónde estaba su despacho, ni qué funcionarios tenía a su cargo ni qué objetivos debía cumplir su oficina. Será delictivo o no, y lo decidirá la Audiencia Provincial en su día, pero la resolución judicial es concluyente: nada fue fruto de la casualidad. Fue una operación indigna diseñada para crear un empleo artificial a David Sánchez por llevar el apellido que llevaba, y daba igual si con este episodio de amiguismo se perjudicaba o no a otros ciudadanos con más méritos y capacidad que los acreditados por el susodicho.

Esto aboca a varios debates más allá de la conducta que una juez ha descrito como abiertamente antijurídica e injusta. Primero. ¿La corrupción penaliza al PSOE? Sinceramente, no. Tiene una base inamovible de siete millones de votantes que, en efecto, difícilmente podrán seguir creyendo ahora que todo es una invención de jueces derechistas o de periodistas facciosos, pero que en cualquier caso razonan en función de un argumentario lastimoso: si alguien se lo tiene que llevar crudo, que sea de los nuestros. Es el factor ideológico mezclado con una transigencia resignada. El razonamiento es sencillo. No es bueno que nadie robe, pero si lo hace, que sea alguien del clan. Y a otra cosa.

Segundo. ¿Este enchufe salpica a esa pretendida intocabilidad de Pedro Sánchez? Jurídicamente no lo parece. Y políticamente es irrelevante porque el listón está muy alto desde que el fiscal general ha sido ensalzado por La Moncloa tras haber destruido pruebas en un proceso judicial que le afecta. Si todo un fiscal general incurre en ‘desviación de poder’ y es imputado por revelar secretos, y no hay consecuencias políticas, ¿por qué debería haberlas por un mero episodio de cortijismo en la Diputación de Badajoz? A partir de esos episodios, todo es insoportablemente soportable. El andamio aguanta y la viscosidad que rodea a aquel empleo de David Sánchez queda como una nimiedad. Creado el precedente de una ética tóxica del poder, la conclusión sólo puede ser que Moncloa lo resiste todo y es inmune a todo. 

Hubo un enchufe de libro, una plaza preadjudicada para David Sánchez por ser quien era, una trama de decisiones injustas en el seno de la Diputación con un silencio de ‘omertá’, y un sueldo público para alguien que no sabía ni dónde estaba su despacho, ni qué funcionarios tenía a su cargo ni qué objetivos debía cumplir su oficina

Y tercero. Si en unos meses recae una acusación formal y un procesamiento contra Begoña Gómez, en ese supuesto, ya sí, ¿renunciará Sánchez a la presidencia del Gobierno por el peso inevitable de lo obvio? Sánchez ha creado un caparazón invulnerable. Es irrelevante la magnitud del escándalo, del apagón, de la dana o de la pandemia que lo arrolle. Es irrelevante si la gestión de cualquier catástrofe es eficaz o no. Incluso, si es delictiva o no. Porque todo se ha convertido en relativo e insignificante. Nunca nada es lo suficientemente grave. La democracia en España ha perdido algo esencial e inherente al ejercicio del poder. Y ya ni siquiera es la moral mínimamente exigible cuando prometes cumplir y hacer cumplir la Constitución formalizando así un contrato irrevocable con la ciudadanía… Lo que se ha perdido es la propia apariencia de esa moral. Basta con imaginar qué ocurriría si el hermano y la esposa de un presidente del Gobierno de cualquier otro partido fuesen procesados.

Democracias vecinas como la portuguesa, la alemana, la italiana o la francesa han expulsado de la actividad pública a ministros, primeros ministros y presidentes por la mera sombra de corrupción. Ni siquiera hacía falta acreditarla judicialmente, y mucho menos esperar a un procesamiento o a una condena. Bastaba con que algún episodio sucio pareciese corrupción, y esos dirigentes se iban o los echaban. En esos países, el índice de tolerancia con la impunidad es infinitamente menor al que se produce en nuestra democracia, y el simple falseamiento de una tesis doctoral implicaría la ruptura de ese contrato con el votante. Es una simple cuestión de dignidad y de autodefensa de las democracias, de su propia estética, contra todo tipo de conductas ventajistas y abusivas. Y cuando se descubre la porquería y alguien se hace el ofendidito y se atornilla al cargo invocando como una virtud su mítica resiliencia, en ese momento se convierte en un farsante. En la España ideada por Sánchez, la detección del indicio y la evidencia de la prueba refuerzan al corrupto. Basta con fabricar un relato manipulado y falaz, crear una estrategia de victimización y lanzar contrabulos mentirosos. 

Cuando hay una pandemia, horneamos magdalenas. Cuando hay un apagón masivo, bailamos entre botellines de cerveza o preparamos ‘flashmobs’ junto a la vía del tren. Alguien vendrá a arreglarlo y que paguen los “operadores privados” de esos ricachones golfos. Sánchez ya lo hizo en la pandemia y lo reedita ahora. El sanchismo ha creado una ‘cultura del divertimento’ en las desgracias y a continuación crea un relato asociando ridículamente ese divertimento a una sociedad madura, solidaria y ejemplar. Como si regresar durante veinte horas a la Edad Media fuese un modo de ocio, o como si recrear una histeria colectiva sobreactuada para vaciar los supermercados de latas de atún fuese un juego de rol. Nunca pasa nada y todo es etéreo. Todo es divertido, inocuo, insignificante. Todo es tolerable. Hasta el procesamiento del hermano del presidente del Gobierno.