Sarah Jaffe: “Me di cuenta de que el trabajo soñado no era lo esperado: estaba cansada, sin dinero y con un jefe horrible”

La escritora arremete contra las ilusiones del capitalismo en su libro 'Trabajar: un amor no correspondido' (Capitán Swing). La entrada Sarah Jaffe: “Me di cuenta de que el trabajo soñado no era lo esperado: estaba cansada, sin dinero y con un jefe horrible” se publicó primero en lamarea.com.

May 4, 2025 - 23:52
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Sarah Jaffe: “Me di cuenta de que el trabajo soñado no era lo esperado: estaba cansada, sin dinero y con un jefe horrible”

En un contexto de nostalgias reaccionarias y promesas laborales vacías, Sarah Jaffe arremete contra las ilusiones del capitalismo en su libro Trabajar: un amor no correspondido (Capitán Swing). Desde su experiencia como periodista, forjada en bares y recesiones económicas, Jaffe revela las grietas del sueño capitalista. “Me di cuenta de que el trabajo soñado no era lo esperado: estaba cansada, sin dinero y con un jefe horrible”, confiesa, exponiendo la precariedad detrás de la pasión laboral.

Su análisis abarca la crisis de la familia, el mundo del arte, la lucha por la educación y las trampas del género: “El modelo tradicional de familia está colapsando”, sentencia, y señala cómo la vivienda inasequible y los roles obsoletos redefinen nuestras vidas. Esta entrevista es un viaje crítico hacia un mundo donde el amor no sea explotación.

Ya me disculpo por avanzado por esta primera pregunta, pero ¿por qué alguien que ama su trabajo escribe sobre sus dificultades y la relación entre amor y trabajo?

Me tomó años convertirme en escritora. Me gradué de la universidad en 2002, trabajé en restaurantes y bares, e intenté entrar al periodismo. Regresé a la escuela de posgrado y terminé en 2009, durante la crisis financiera global. Conseguí un empleo, pero era mal pagado, exigente y en la peor recesión desde la Gran Depresión. Mi siguiente trabajo pagaba un poco mejor, pero mi jefe era terrible. Me di cuenta de que el trabajo soñado no era lo esperado: estaba cansada, sin dinero y con un jefe horrible. Esto me llevó a preguntarme si otros sentían lo mismo. Al escribir sobre el trabajo, hablé con una productora de reality shows que trabajaba 14 horas al día, seis días a la semana, y le decían que había 200 personas listas para tomar su puesto. La huelga de maestros de Chicago en 2012 mostró patrones similares, evidenciando una presión creciente para amar el trabajo a pesar de las malas condiciones.

Su libro sugiere que el modelo tradicional de familia y el capitalismo están en una crisis entrelazada. ¿Cómo encaja el amor en esta ecuación, y qué revela sobre nuestras estructuras sociales?

El modelo tradicional de familia –parejas en un hogar privado que satisfacen todas las necesidades emocionales y económicas– está colapsando. Las tasas de divorcio han subido, los jóvenes viven más con sus padres por la vivienda inasequible, y el ideal de la familia nuclear está bajo presión. Políticos como Donald Trump promueven políticas reaccionarias, como su orden ejecutiva sobre géneros binarios, para reforzar roles tradicionales, pero ignoran las realidades económicas.

El trabajo de las mujeres en el hogar se enmarca como amor, no como trabajo, desvalorizándolo económicamente. Esto se extiende a empleos feminizados como la enseñanza y la enfermería, vistos como cuidado natural. Históricamente, los salarios masculinos sostenían familias en los años 60-80, pero ahora las mujeres deben trabajar dentro y fuera del hogar. Esta crisis es una oportunidad para repensar modelos de familia y trabajo, como hicieron las feministas de los 60 y 70 al criticar el rol de ama de casa. Sin embargo, los lugares de trabajo también decepcionan, por lo que debemos reimaginar cómo vivimos y formamos relaciones, reduciendo la dependencia económica de las asociaciones.

Y es que, hablando de presiones económicas, la crisis de la vivienda parece estar también redefiniendo nuestras vidas amorosas.

La crisis de la vivienda, como en Barcelona o Irlanda, presiona mucho las relaciones sociales. Nadie puede permitirse un apartamento con un solo salario, mucho menos mantener a una familia. Esto lleva a las personas a permanecer en relaciones insatisfactorias o mudarse juntos rápidamente para ahorrar dinero. Si la vivienda fuera asequible, las decisiones sobre relaciones se basarían en deseos genuinos, no en necesidades económicas. Personalmente, prefiero vivir sola, pero esto depende de mi estabilidad financiera. Si tuviera problemas económicos, una pareja parecería más atractiva. Como dice Kristen Godsey en su libro Por qué las mujeres tienen mejor sexo bajo el socialismo, sin presiones económicas, hay más libertad para tomar decisiones, tanto en el hogar como en el trabajo.

¿Cómo conecta esto con el auge del fenómeno de las tradwifes (“esposas tradicionales”) y esa nostalgia por roles del pasado?

Las mujeres superan a los hombres en algunos campos debido a una mejor educación, mientras que empleos masculinos tradicionales, como el trabajo en fábricas, han desaparecido. Esto genera una masculinidad insegura y nostalgia por roles tradicionales, alimentando tendencias como las “esposas tradicionales”, que abogan por volver al hogar. Pero económicamente, pocos hombres pueden mantener una familia solos. Políticas reaccionarias, como el enfoque de Trump en roles de género en lugar de aumentar salarios, no abordan esto. El movimiento de esposas tradicionales ignora que el trabajo doméstico es trabajo y que a menudo se necesitan dos ingresos. 

Cambiando de tema, dedica un capítulo de su libro a hablar del rol del “amor” en la educación y señala que se ha constituido un discurso en el que se identifica las escuelas como las “bisagras del neoliberalismo”, como si los maestros fueran responsables de salvarnos de las todas desigualdades, y, por lo tanto, se personaliza en ellos el “fracaso” cuando esto no sucede. ¿Cómo se nos vendió esta idea tan audaz?

Las escuelas se ven como una solución al colapso social mediante el cuidado de los maestros, una ideología promovida por demócratas y republicanos. Es una solución imaginaria para problemas reales: nadie puede pagar vivienda, y los buenos empleos son escasos. Aunque todos los estudiantes fueran a la universidad, no hay suficientes plazas ni trabajos después. Culpar a los maestros por fallos sistémicos beneficia a los poderosos.

Joshua Clover habla de la trampa de la afirmación, y Frederick Jameson dice que la ideología resuelve contradicciones reales imaginariamente. Maestras como Rosa, una latina, católica e inmigrante de segunda generación, encarnan dedicación, pero también fragilidad. Su activismo sindical, como negociar clases más pequeñas y servicios integrales, colectiviza la responsabilidad, desafiando la idea de que el cuidado individual puede solucionarlo todo.

Ese punto sobre Rosa es poderoso. Ella dice que entre las razones que justifican todos los esfuerzos que le dedica a la lucha sindical, hay uno de “egoísta”: que también lo hace por y para ella misma, revelando así una suerte de culpa subterránea… ¿Cómo opera la culpa en esta narrativa, y por qué es clave para entender la trampa del trabajo?

La culpa, ligada a la ética protestante del trabajo, presiona a los individuos a ver el fracaso como personal. Se espera que maestras como Rosa cuiden tanto que resuelvan problemas sistémicos, pero su reconocimiento de que el activismo sindical también es para ella rechaza esta carga. Rosa, una madre soltera y asesora de grupos estudiantiles, muestra energía y fragilidad. Su momento de decir “esto también es por mí” en la huelga de Los Ángeles, bajo la lluvia, fue conmovedor. Mi padre, dueño de un restaurante, sintió culpa cuando su negocio fracasó por factores externos, como una prohibición de fumar, y trabajó hasta la muerte. Esta culpa individualiza problemas estructurales, atrapando a las personas en la autoinculpación y perpetuando la idea de que el trabajo debe ser un sacrificio.

Su análisis del arte es especialmente interesante. Explica cómo la Revolución Industrial separó el arte del trabajo, creando la figura del “genio”. ¿Puede desglosar esa historia y sus implicaciones actuales?

La Revolución Industrial creó la idea del artista como un genio especial, a menudo masculino, distinto de los trabajadores. Esto oculta la realidad económica del arte: obras como la Capilla Sixtina fueron encargadas. Los retratos de la realeza llenaban museos porque ellos pagaban. El valor del arte está ligado a su condición de mercancía, no solo a las horas trabajadas. Mis libros son mercancías; las regalías dependen de las ventas, no del esfuerzo. Escribir un libro lleva un par de años, con investigación similar, pero el mercado determina su valor. Me gustaría escribir poesía sin preocuparme por el mercado, pero estoy condicionada a pensar en ventas, aprobación de editores y riesgos, como escribir sobre Palestina, lo que afectó las ventas de mi libro sobre duelo.

Hablando de sueños y estafas, menciona el comercio y el mito del “hombre hecho a sí mismo”. ¿Cómo se refleja esto en el trabajo moderno y en figuras como los conductores de plataformas?

El mito del “hombre hecho a sí mismo” impulsa el atractivo de la derecha, como Bolsonaro, y estafas como los esquemas de mercadeo multinivel y trabajos de plataformas como Uber o Glovo. Estos prometen autonomía –ser tu propio jefe– pero a menudo atrapan a los trabajadores en deudas, como camioneros que deben comprar sus camiones.

Mi amigo Rodrigo Núñez señala que el emprendedurismo es central en la derecha, mientras que Bridget Reid, en su libro Pequeños jefes en todas partes, analiza los esquemas multinivel como estafas que explotan el odio a los jefes. Mi padre, un inmigrante judío que tuvo un restaurante, se culpó por su fracaso, pero fueron condiciones materiales, no errores personales.

Última pregunta, y creo que una obligada: si el trabajo no fuera una obligación, ¿cómo llenaría sus días? 

Escribiría sin preocuparme por el valor de mercado, como poesía, inspirada por mi amigo fallecido, un poeta. Estoy condicionada por el capitalismo: escribir implica vender propuestas, complacer a editores y anticipar ventas. No preocuparme por eso sería liberador. Pasar el tiempo libre no sería un problema; ayer disfruté de sangría y churros en una plaza, y encontraría formas de llenar mis días, aunque comer churros a diario requeriría ropa nueva. 

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