¿Puede la cercanía con Trump generarle costos a Milei?

La relación especial que el Presidente estableció con su par de EE.UU. fue hasta ahora útil para el país, pero cabe preguntarse si es posible que un líder tan polémico como el estadounidense se vuelva un activo tóxico

May 9, 2025 - 06:05
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¿Puede la cercanía con Trump generarle costos a Milei?

Una espada de doble filo. La relación especial que Javier Milei estableció con Donald Trump tuvo hasta ahora ventajas mucho más considerables que los costos. En particular, el acuerdo con el FMI es una prueba contundente de que alinearse con Estados Unidos (cosa que ocurrió ni bien Milei asumió, cuando quedaba más de un año de la gestión demócrata de Joe Biden) fue una decisión práctica e inteligente. Las visitas de Scott Bessent, el influyente secretario del Tesoro, y del almirante Alvin Hosley, jefe del Comando Sur, constituyen complementos oportunos: la estabilidad económica y el cambio de paradigma en materia de defensa y seguridad son los atributos que la opinión pública más valora del Gobierno y que están siendo enfatizados en la campaña electoral. Finalmente, Trump envió al país a Robert Garverick, subsecretario de Política Comercial, para discutir la cuestión arancelaria y buscar un acuerdo que implique exceptuar recíprocamente alrededor de 50 productos, casi evitando de este modo cualquier consecuencia negativa del duro giro proteccionista implementado por Washington.

Algunos medios europeos, como The Guardian, ásperos con Trump y por transitividad también con Milei, fueron críticos de este asimétrico vínculo y, sobre todo, del programa dispuesto por el FMI y apoyado por Washington. Además, se identifican en el horizonte de corto, mediano y largo plazo un conjunto de amenazas que implicarían perjudiciales consecuencias políticas, reputacionales e incluso electorales tanto para el país como para el propio Milei que hasta ahora no han sido suficientemente debatidas.

Afín a generar controversias para escandalizar a un segmento de la opinión pública, en especial los más radicalizados del Partido Demócrata y los medios de comunicación, instituciones académicas y organizaciones de la sociedad civil más impregnados de la cultura woke, Trump abunda en definiciones polémicas que, a su vez, exponen desinterés o desapego por cuestiones institucionales básicas. Es el caso de una afirmación reciente en relación con la Constitución en el sensible tema de los deportados, con los que su gobierno ignoró varios fallos judiciales. Literalmente, Trump afirmó que debe preguntar a sus abogados si está obligado a cumplir con los principios establecidos en la carta magna de su país, entre ellos la división de poderes y el papel de la Justicia. No menos corrosiva es su proclamada “guerra comercial”, que generó una fuerte parálisis en la actividad económica (cayó 0,3% el PBI en el primer trimestre del año) y que, en parte por eso, parece diluirse en amenazas nunca concretadas. De a poco se multiplican las negociaciones bilaterales, incluida a partir de ayer la propia China (ya Trump había excluido los componentes electrónicos, computadores y otros artículos claves producidos en ese país para evitar que empeore el serio daño que su política económica produjo en el bolsillo de los norteamericanos). Esta reversión o “racionalización” del proteccionismo explica la parcial recuperación del mercado bursátil, aunque la depreciación del dólar y la caída de los bonos soberanos siguen preocupando a los especialistas.

Muchísimo más escozor generó una serie de afirmaciones que rozan la agresión, como las repetidas amenazas de invadir Groenlandia, la enorme isla ártica sobre la cual vienen intensificando su actividad las agencias de inteligencia. Como es sabido, Dinamarca tiene ahí una soberanía indisputada, aunque cuente con un gobierno autónomo con gran mayoría de integrantes de pueblos aborígenes. Algo similar ocurre respecto de Panamá y el control del estratégico canal, donde China aumentó de manera notable su presencia. El espectro de problemas se acrecienta ante la perspectiva de atacar con tropas norteamericanas los carteles de la droga en territorio mexicano, lo que implicaría la violación del derecho internacional por tratarse de la invasión de un país vecino. También debe considerarse su más que vidrioso vínculo con la Rusia de Putin y su zigzagueo respecto de Ucrania, con quien firmó hace poco un acuerdo para explotar minerales estratégicos. Si a todo esto se suman las controversias en torno a Gaza y, en las últimas horas, sus ambiguos comentarios sobre el conflicto en Cachemira entre la India y Pakistán, puede afirmarse que existe un terreno resbaladizo en términos geopolíticos en el que eventuales decisiones de Trump pueden derivar en situaciones de crisis muy agudas, algunas sin precedente.

En consecuencia, debemos preguntarnos si un líder tan polémico puede convertirse ya no en una fuente de apoyo estratégicamente útil como lo fue hasta ahora para la Argentina, sino en un activo tóxico y hasta políticamente costoso (un “salvavidas de plomo”) para el presidente Milei. Sobre todo, porque en dos elecciones muy recientes, en Australia y Canadá, triunfaron respectivamente Anthony Albanese y Mark Carney, los candidatos que se presentaron desafiando las ideas, los valores y hasta la figura de Donald Trump. Si el mandatario norteamericano profundizara algunas de sus propuestas más controversiales, ¿cómo impactaría en la opinión pública y en las preferencias electorales de nuestro país?

Puede argumentarse que, por cuestiones geográficas, geopolíticas y culturales, la Argentina está muy alejada de las polémicas que dominan la discusión pública en el mundo desarrollado. Por lo general, los temas más importantes en épocas de elecciones tienen que ver con cuestiones domésticas (economía y seguridad) y no con la política internacional. Pero en el nivel global estamos en una coyuntura crítica sin parangón y Trump es, en gran medida, el principal responsable de esta gigantesca disrupción que experimentamos de manera sorpresiva e inexplicable, hasta ahora con un saldo negativo, para EE.UU. y para el resto del mundo. No sería extraño que su figura sufriera un deterioro significativo.

La Argentina tuvo históricamente un vínculo conflictivo, o al menos contradictorio, con EE.UU. Es cierto que un segmento enorme de la sociedad ahorra en dólares, admira a ese país, aspira a emular alguno de sus patrones de consumo y apoya el acercamiento impulsado por Milei. Pero también existe un variopinto conjunto de argentinos, que cruza todo el arco ideológico de izquierda a derecha, que siente desconfianza, rechazo y una suerte de distancia cognitiva respecto de ese país. Es en ese ecosistema donde la figura de Trump genera más rechazo. Pero podría ampliarse significativamente, como ocurre en varios países europeos, si el mandatario norteamericano avanzara en algunas de las excéntricas iniciativas señaladas.

En un contexto en el que distintas vertientes políticas contrarias a Milei comienzan a coordinar acciones en la Cámara de Diputados, con muchos actores mirando no solo este ciclo electoral, sino también la reconfiguración de la oferta de cara a 2027, la figura de Trump podría convertirse en una suerte de cemento, o al menos de común denominador, para facilitar la conjunción o acuerdo entre sectores que hasta ahora mantuvieron diferencias aparentemente irreconciliables, pero que podrían moderar para conformar un acuerdo político-electoral plural y diverso que tenga al propio Milei y al presidente norteamericano como némesis. Ya Joe Biden y Lula da Silva lideraron coaliciones electorales heterogéneas con el principal (¿único?) objetivo de evitar la reelección de, respectivamente, Trump y Bolsonaro. ¿Aspirará la hasta ahora desperdigada oposición a Milei a algo parecido? Si es así, el rechazo a Trump podría constituir un factor aglutinante.