Por qué el Papa ha elegido Nicea como primer viaje: historia de un concilio

El concilio de Nicea estableció una doctrina unificada sobre la naturaleza de Dios y Jesucristo.

May 18, 2025 - 11:14
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Por qué el Papa ha elegido Nicea como primer viaje: historia de un concilio

El primer viaje del papa León XIV será a Turquía. El pontífice ha manifestado la intención de que su primer viaje internacional como pontífice sea a la ciudad de Iznik (antigua Nicea). Se trata de conmemorar el 1.700 aniversario del Primer Concilio Ecuménico de Nicea, celebrado en el año 325 d.C. Es un compromiso pendiente del papa Francisco, quien había manifestado su intención de asistir a este aniversario.

León XIV tiene previsto viajar a Turquía el 20 de mayo, dos días después de la misa de entronización que se celebrará en la Plaza de San Pedro. Será una visita con dimensión ecuménica, porque se pretende fortalecer las relaciones entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa. Así lo quiso Bergoglio y así lo quiere ahora Prevost, que ha cursado una invitación al Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, para que participe en la conmemoración.

Viajamos a Nicea, a la actual Iznik, antes de que lo haga el Papa. Es una antigua ciudad de Asia Menor, fundada en el 316 a. C. con el nombre de Antigonia. En época romana fue uno de los principales centros culturales de la zona y un próspero enclave comercial emplazado en el camino de Constantinopla. Desde 1331 su nombre en turco es İznik, es parte de la provincia de Bursa y tiene hoy unos 45.000 habitantes.

Hacemos un poco más de historia solo para así entender la importancia de Nicea. En 1078, la ciudad fue tomada por los turcos que la nombraron capital del sultanato de Rüm. Volvió a manos de los cristianos en 1097, convirtiéndose en capital del Imperio de Nicea (1204-1261) durante la ocupación de Constantinopla por los cruzados.

En Nicea se celebraron dos importantes concilios: el del año 325 y el del 787. Del primero, que fue el primer concilio ecuménico de la Iglesia cristiana, se cumplen ahora los 1.700 años. Constantino I, el primer emperador romano en convertirse al cristianismo, presidió la apertura y participó en las discusiones.

Unidad del cristianismo en pro del Imperio

La iglesia vivía un tiempo de paz y hasta de libertad. Dentro de la religión había una gran diversidad de opiniones y enseñanzas respecto a asuntos fundamentales como la naturaleza de Dios o la divinidad de Jesucristo. Pero Constantino quería dotar a su iglesia de unidad de credo y rito. Tenía razones políticas para desearlo, porque en cualquier momento las disputas teológicas podían amenazar la estabilidad del Imperio.

En aquel entonces, la iglesia oriental tenía entre manos un enorme problema a propósito del arrianismo. Esta herejía fue propuesta por primera vez por Arrio de Alejandría y afirmaba que Cristo no era un ser divino sino un ser creado. Constantino tenía todas sus esperanzas depositadas en la celebración de un concilio general para resolver aquel brete que podía resquebrajar la unidad del Imperio.

El Concilio de Nicea fue convocado por el obispo Osio de Córdoba y apoyado por el emperador. Comenzó el 20 de mayo del 325 y en sus discusiones, que finalizaron el 19 de junio, participaron obispos de todas las regiones en las cuales se practicaba la religión cristiana. Había, pues, bastante pluralidad y poca ortodoxia, pero los convocantes buscaban, precisamente, un consenso de las posiciones bíblicas en aras de una mayor unidad de los cristianos.

Constantino deseaba restaurar la unidad de la verdadera fe reuniendo un concilio que supusiera "la renovación del mundo". Para empezar, quería acabar con el arrianismo, tratar la controversia sobre la celebración de la Pascua y el llamado subordinacionismo. Este último sostenía que el Hijo y el Espíritu Santo eran de una naturaleza inferior y estaban subordinados al Padre.

En este sentido, el objetivo del emperador a través de Osio de Córdoba era que los obispos aceptaran como acuerdo que se creía en un solo Dios; en un solo Jesucristo, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre por quien todo fue hecho; y en el Espíritu Santo.

El problema del arrianismo

Los únicos libros que el concilio declaró heréticos fueron los escritos doctrinales arrianos, cuyos ejemplares fueron quemados tras el concilio.

Arrio fue excomulgado y exiliado, pero no ejecutado. Lo curioso es que sólo unos meses después el propio Constantino suavizó su postura y acabó simpatizando con los arrianos y atacando a los obispos nicenos. Arrio acabó siendo fue readmitido, aunque en el Concilio de Constantinopla, en 381, fue de nuevo declarado hereje.

En realidad, el debate sobre el arrianismo se prolongó durante décadas. La supuesta herejía se mantuvo entre los pueblos germánicos, que lo trajeron de vuelta al invadir el sur de Europa, hasta que el rey visigodo Recaredo se convirtió al catolicismo en el siglo VI. Grimoaldo de Lombardía fue, en el siglo VII, el último rey arriano en Europa.

Tras un mes de discusiones, en Nicea se decidió el cumplimiento uniforme de la fecha de la Pascua y se promulgó el primer derecho canónico.

La deidad de Jesús y su igualdad con Dios

Pero lo más importante fue el establecimiento de la creencia en un solo Dios verdadero, que existe en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así se sentó las bases para la doctrina de la Trinidad y se estableció que las tres personas eran consustanciales, es decir, de la misma sustancia divina.

El concilio rechazó las enseñanzas arrianas y afirmó que Jesucristo era de la misma sustancia que el Padre y divino como él. Así, el concilio confirmó la creencia en la plena deidad de Jesús y su igualdad con Dios.

En todo caso, hubo que esperar a Teodosio (emperador desde el 379) para que se estableciera el credo del Concilio de Nicea como norma. Luego, en el Concilio de Constantinopla, se acordó que el Espíritu Santo era de la misma sustancia que Dios Padre y Dios Hijo, y empezó a perfilarse la doctrina trinitaria.

Nicea dio al cristianismo lo que Constastino deseaba: unidad. El concilio tiene carácter histórico porque estableció una doctrina unificada sobre la naturaleza de Dios y la divinidad de Jesucristo. Esa doctrina ha perdurado a lo largo de los siglos como base de la teología cristiana.