Paralelismos: ¡Believe it or not!
Con las elecciones del próximo 1 de junio, se busca subordinar al Poder Judicial al Ejecutivo y consolidar una nueva arquitectura del poder público sin contrapesos.

En entregas anteriores me he referido a las graves deficiencias asociadas a la organización de la elección de juzgadores prevista para el próximo 1 de junio, siempre partiendo de la consideración de que el resultado de la misma no abonará a la necesaria y urgente mejora de la impartición de justicia en nuestro país y que lo que se busca es más bien un fin político. Se pretende subordinar el Poder Judicial al Ejecutivo y terminar de construir una nueva arquitectura del poder público sin contrapesos, ni dentro del aparato del Estado ni fuera de este.
En los Estados Unidos está en curso un proceso que, con sus particularidades, por ejemplo, no se les ha “ocurrido” la elección nacional de juzgadores, tiene el mismo fin: edificar un Estado fuera de control. Lo paradójico del momento es que el modelo de operación que se está aplicando tanto en nuestro país como en los EU y en otras latitudes es muy similar, aunque el futuro que visualizan unos y otros sea distinto.
Estamos de acuerdo —creo que aquí se aplica el consenso— en que el porvenir que procura el gobierno de Claudia Sheinbaum está muy lejos del que anuncia Donald Trump; sin embargo, los paralelos en las estrategias de operación política y electoral son impresionantemente semejantes, en particular los que han seguido el actual presidente norteamericano y Andrés Manuel López Obrador.
Se trata de una robusta estrategia populista que, por lo que hace a la comunicación, se sustenta en una narrativa que busca simplificar la complejidad social en una historia que personifica a los que considera los enemigos causantes de todos los males y erige a los líderes heroicos que encabezan el “futuro manifiesto”. La vieja conseja del amigo-enemigo en busca del paraíso perdido.
En México no estamos frente a una reedición del priismo, sino a un fenómeno nuevo que se gestó desde la oposición y ganó las elecciones dado el desencanto del electorado, producto de los insatisfactorios resultados de los gobiernos de la “transición democrática”, y que ya en el poder está desmontando el entramado institucional para imponerse y reproducirse al menos los próximos 30 años.
Mientras la 4T camina aceleradamente para revivir un Estado hiperregulador, interventor y, por lo tanto, sin contrapesos, recreando un aparato gubernamental productor —a la vista están las mercancías del “bienestar”—, un Estado, ahora sí, nacionalista a la vieja usanza, los neoconservadores a la Trump buscan “adelgazar” el Estado y utilizarlo como fuerza política y militar para prohijar en su entorno nacional las reglas y la riqueza que pretenden imponer a otros, impulsando un neoimperialismo. Parece que el tiempo no pasa.
Los extremos se tocan y, a pesar de sus propósitos antitéticos en sus fines, ambos modelos y prácticas coinciden en la estructuración de un Estado omnipresente capaz de construir historias, que premia, “vigila y castiga”. La democracia les estorba. Cuanta razón tenían Orwell, Huxley, Bradbury, válgame quién lo diría, Platón y su desconfianza de la “sabiduría popular”.
Paradójico, ¿quién siguió a quién? ¿López a Trump, Trump a López? La verdad no importa, son tiempos que corren y que imponen maneras “eficaces” de acceder al poder y de administrarlo. Previo a la Segunda Guerra Mundial, las tendencias autoritarias revestidas de los más diversos signos y propósitos dominaban. No eran solamente Hitler y Mussolini, fueron también quienes los dejaron pasar pensando que eran “controlables”, y cavaron así su propia tumba, cegados por el interés de corto plazo, fuera este económico o político.
La historia se repite de una manera más grotesca cada vez. Al parecer no hemos aprendido NADA o muy poco y nuestra memoria es muy corta. Qué lejos estamos del reto ético de Nietzsche, que al escribir sobre la repetición de la historia nos retaba a que valiera la pena. Obviamente, no es el caso.
Estamos justo frente a un escenario que no se resuelve en un ciclo corto, de ajustes económicos inmobiliarios y bursátiles, ¡no! Estamos frente a un cambio de época, en el que los modelos económicos, políticos, sociales e ideológicos se verán transformados. Pensarlo de otra manera supone ingenuidad, complicidad, indiferencia o todo junto, y actuar bajo esa perspectiva vaticina un fracaso.
El dilema es dejarlo pasar o intervenir para frenar y revertir el avance de estos regímenes populistas que no se detienen sólo ante una guerra comercial, sino que imponen patrones ideológicos censurando incluso a instituciones que hasta hace poco presumían y exhibían ante el mundo como ejemplos de innovación, preservación de la cultura, centros de generación de conocimientos, como las universidades.
De eso se trata; lo que está en juego el 1 de junio es todo ello. No es una tragicomedia más, sino el paso firme hacia un régimen autoritario que, en aras de la “defensa de la soberanía nacional”, nos cobrará la soberanía individual.
POSDATA: El ataque del gobierno de Trump a las universidades, amenazando con retirar los fondos federales para investigación, becas y desarrollo académico bajo la acusación de que no se alinean a las políticas impulsadas por ese gobierno, es un claro ejemplo de cómo el populismo no sólo teme a la inteligencia, sino que quiere acabar con la misma, subordinarla, que es lo mismo. Veámonos en ese espejo; en nuestro país ya contamos con evidencias al respecto.