Luciérnaga de nuestros días
¿Otra vez por aquí, bichito de luz? ¿Ya te han vuelto a convencer los ángeles de la rebeldía para bajar a ponerle el paréntesis a la realidad y terminar de levantar el estandarte del batallón de la primavera? ¿Ya estás de nuevo en la brecha, dispuesta a subrayar la claridad, a congelar lo efímero, a desterrar a la pena y ajusticiar a la angustia? No sé por qué te pregunto si te intuyo en cada geometría que se dibuja en la calzada, si ya estás en todas partes, si has colonizado el aire con esa dulce y fulgurante emboscada que aviva en las caras de los que andan la imparable revolución de las cosas, la que inventa Los Remedios para todo eso que hasta ayer no tenía solución. Que sí, que te veo, joía, que andas camuflada en cada cuerpo que rebosa ganas, que supura ilusión, poniendo a punto esa mecha que activará la traca de colores que vienes tramando. Sabes que todos somos bombillas a tu disposición, entregadas a ese juego que propones, dejando que nos enrosques el alma con esa intensidad de los hoy que se digieren antes de ser masticados. Te creerás muy lista, pero a mí no me engañas, que voy por Asunción y te he quincado con las manos en la masa, chapoteando en los ojos de una señora mayor que está sentada en su sillita de ruedas, al lado de un banco en el que le acompaña su cuidadora. Ella mira a la gente pasar mientras tú le haces cosquillas en esas pupilas en las que se mueve un mar centelleante en el que naufraga una nostalgia demasiado bonita como para ser pasado. Trasiego de gente con bolsas verdes, papel albal, o lor a merendola en la estación de servicio del cielo. Pasarela improvisada, alfombra gris de alquitrán, que el rojo ya va en los labios, en los vestidos, en el corazón que bombea una sangre que brinca al echar la vista hacia arriba y otear al fondo el arco de una isla del tesoro perdida. Motos coloradas y verdes de alquiler, semáforos en los que se arma una melé de elegancia y perfumes que se entremezclan con el olor de una fritura lejana. Y tú ahí, aplastada entre las manos rugosas y entrelazadas de los dos socios que caminan con la seguridad del rito, sentada sobre el volcán de acné del chaval que se agarra el cinturón mientras llama a un telefonillo, fundida en plata en el pin del señor que pulsa las teclas sobre el cajero automático para sacar los billetes. Imagino que estarás al tanto de la que se lió hace una semana. Todo a negro, apagón nacional. Y claro, los que te conocemos nos acordamos de ti, y antes de pensar en ciberataques y demás horizontes abyectos, te soñamos cortando cables en los cuadros de tu residencia vocacional, esa en la que nos cobijas mientras dura tu estancia en el paraíso terrenal. Luego, si te soy sincero, nos despreocupamos, estábamos seguros de que te las arreglarías, de que sabes empalmar como nadie la energía nuclear de nuestro espíritu, la renovable de nuestro aguante, la solar de nuestra sonrisa y hacer un mix con todas ellas para armar la candela del disloque. Se habla también, bichito, de que vuelves a ser 'la de siempre'. De formatos, de votaciones, de previas. Pero temo que todo se aparcará ahora, cuando el antes y el después se enamoren y se pierdan juntos por el laberinto de la alegría , por este eventual hogar sin paredes, sin otro techo que un firmamento presumido que se proyecta sobre el espejo de la gloria. Todo ese rumor se irá de la manita con el tiempo, que tiene vetada la entrada en este manicomio de la cordura en el que solo gobierna el presente más inmediato. Besos debajo de la portada, sellando con selfies el primer coletazo de euforia de mayo. Suenan las primeras sevillanas, reencuentros con amigos de toda la vida a los que sólo se les ve durante una semana. Y ojana, también ojana de la que tufa a leguas. Pero que se admite, porque sobre el albero se hunden todas las hachas de guerra. Mesas alargadas, coronadas con la fritura pringosa de la tradición, discursos sentidos que se demoran entre chistes y aplausos. Y primeros cigarros en los descansillos de las moradas, con catavinos relucientes. «Aquí, cogiendo la postura», saludaba un tipo apoyado en la verja verde de una caseta de Bombita a dos rezagados. Los Cantores de Híspalis amenizaban la espera sobre el escenario de Bienvenida mientras tú, hada de farolillos, terminabas de picar a los que venían dopados por las muñecas de Morante. Que vale, que lo que quieras, pero que por mucho que juegues al escondite, brujita, por más que te vaya la invisibilidad, puedo escuchar el revoloteo de tus alas mientras terminas de enchufar todo, de conectar esta corriente humana que subirá los plomos de lo extraordinario. Y abracadabra , se prendió la llama y te perdí en la maraña de la fortuna. Ay, luciérnaga de nuestros días, tú que remarcas la luz, no nos desampares ni de noche ni de día. Que empiece lo que nunca acaba. Disfruten de la vida, que dura una semana.
¿Otra vez por aquí, bichito de luz? ¿Ya te han vuelto a convencer los ángeles de la rebeldía para bajar a ponerle el paréntesis a la realidad y terminar de levantar el estandarte del batallón de la primavera? ¿Ya estás de nuevo en la brecha, dispuesta a subrayar la claridad, a congelar lo efímero, a desterrar a la pena y ajusticiar a la angustia? No sé por qué te pregunto si te intuyo en cada geometría que se dibuja en la calzada, si ya estás en todas partes, si has colonizado el aire con esa dulce y fulgurante emboscada que aviva en las caras de los que andan la imparable revolución de las cosas, la que inventa Los Remedios para todo eso que hasta ayer no tenía solución. Que sí, que te veo, joía, que andas camuflada en cada cuerpo que rebosa ganas, que supura ilusión, poniendo a punto esa mecha que activará la traca de colores que vienes tramando. Sabes que todos somos bombillas a tu disposición, entregadas a ese juego que propones, dejando que nos enrosques el alma con esa intensidad de los hoy que se digieren antes de ser masticados. Te creerás muy lista, pero a mí no me engañas, que voy por Asunción y te he quincado con las manos en la masa, chapoteando en los ojos de una señora mayor que está sentada en su sillita de ruedas, al lado de un banco en el que le acompaña su cuidadora. Ella mira a la gente pasar mientras tú le haces cosquillas en esas pupilas en las que se mueve un mar centelleante en el que naufraga una nostalgia demasiado bonita como para ser pasado. Trasiego de gente con bolsas verdes, papel albal, o lor a merendola en la estación de servicio del cielo. Pasarela improvisada, alfombra gris de alquitrán, que el rojo ya va en los labios, en los vestidos, en el corazón que bombea una sangre que brinca al echar la vista hacia arriba y otear al fondo el arco de una isla del tesoro perdida. Motos coloradas y verdes de alquiler, semáforos en los que se arma una melé de elegancia y perfumes que se entremezclan con el olor de una fritura lejana. Y tú ahí, aplastada entre las manos rugosas y entrelazadas de los dos socios que caminan con la seguridad del rito, sentada sobre el volcán de acné del chaval que se agarra el cinturón mientras llama a un telefonillo, fundida en plata en el pin del señor que pulsa las teclas sobre el cajero automático para sacar los billetes. Imagino que estarás al tanto de la que se lió hace una semana. Todo a negro, apagón nacional. Y claro, los que te conocemos nos acordamos de ti, y antes de pensar en ciberataques y demás horizontes abyectos, te soñamos cortando cables en los cuadros de tu residencia vocacional, esa en la que nos cobijas mientras dura tu estancia en el paraíso terrenal. Luego, si te soy sincero, nos despreocupamos, estábamos seguros de que te las arreglarías, de que sabes empalmar como nadie la energía nuclear de nuestro espíritu, la renovable de nuestro aguante, la solar de nuestra sonrisa y hacer un mix con todas ellas para armar la candela del disloque. Se habla también, bichito, de que vuelves a ser 'la de siempre'. De formatos, de votaciones, de previas. Pero temo que todo se aparcará ahora, cuando el antes y el después se enamoren y se pierdan juntos por el laberinto de la alegría , por este eventual hogar sin paredes, sin otro techo que un firmamento presumido que se proyecta sobre el espejo de la gloria. Todo ese rumor se irá de la manita con el tiempo, que tiene vetada la entrada en este manicomio de la cordura en el que solo gobierna el presente más inmediato. Besos debajo de la portada, sellando con selfies el primer coletazo de euforia de mayo. Suenan las primeras sevillanas, reencuentros con amigos de toda la vida a los que sólo se les ve durante una semana. Y ojana, también ojana de la que tufa a leguas. Pero que se admite, porque sobre el albero se hunden todas las hachas de guerra. Mesas alargadas, coronadas con la fritura pringosa de la tradición, discursos sentidos que se demoran entre chistes y aplausos. Y primeros cigarros en los descansillos de las moradas, con catavinos relucientes. «Aquí, cogiendo la postura», saludaba un tipo apoyado en la verja verde de una caseta de Bombita a dos rezagados. Los Cantores de Híspalis amenizaban la espera sobre el escenario de Bienvenida mientras tú, hada de farolillos, terminabas de picar a los que venían dopados por las muñecas de Morante. Que vale, que lo que quieras, pero que por mucho que juegues al escondite, brujita, por más que te vaya la invisibilidad, puedo escuchar el revoloteo de tus alas mientras terminas de enchufar todo, de conectar esta corriente humana que subirá los plomos de lo extraordinario. Y abracadabra , se prendió la llama y te perdí en la maraña de la fortuna. Ay, luciérnaga de nuestros días, tú que remarcas la luz, no nos desampares ni de noche ni de día. Que empiece lo que nunca acaba. Disfruten de la vida, que dura una semana.
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