La pregunta que debemos hacernos al hablar de gasto en defensa

Nos corresponde demostrar que Europa no es solo un proyecto retórico de paz y prosperidad, sino que también se hace responsable; que no se limita a denunciar los abusos ajenos, sino que está a la altura cuando llega el momento de sostener, con hechos, los valores que proclamamos Los ayuntamientos tienen la costumbre de no avisar del lugar en el que van a instalar las oficinas de aquellos servicios sociales que los residentes de un barrio no suelen querer tener cerca. Por eso nunca le avisarán de que en su calle van a poner un centro donde se distribuye metadona ni le preguntarán si le parece bien que haya un cantón de la limpieza a la vuelta de la esquina.  Bien hecho, porque esa no sería la pregunta correcta. La pregunta que hay que hacerse es si queremos que se limpien las calles. Que haya cantones solo es la consecuencia lógica e inapelable de una respuesta afirmativa a esa cuestión.  De la misma manera, la pregunta que nos tenemos que hacer en estos días no es si queremos que España incremente el gasto en defensa. Es si queremos que Europa cuente con un ejército lo suficientemente moderno, equipado y eficaz como para disuadir a terceros países que puedan verse tentados de poner en cuestión nuestra integridad. Claro que es legítimo considerar que no existe tal amenaza, o bien que no hay ningún grado de capacidad militar que pueda protegernos de las amenazas de otro país más grande y que es mucho mejor plegarse, negociar o buscar otras vías de entendimiento con los potenciales agresores. Pero yo no comparto esta opinión y la verdad que no creo que la comparta la inmensa mayoría de los ciudadanos. Creo que existe un consenso muy amplio sobre la necesidad de contar con una buena capacidad defensiva porque es una excelente inversión en la seguridad de los ciudadanos. Igual que la policía, igual que la vigilancia de fronteras. Tampoco es que nadie ignore que, en efecto, no existirían los crímenes cometidos por la policía si no existiera la policía. Pero aun así la mayoría estamos de acuerdo en que los beneficios de contar con unas fuerzas y cuerpos de seguridad a la altura de las circunstancias superan los perjuicios que puedan ocasionar. En estas semanas estamos siendo testigos de cómo Estados Unidos, que era quien nos proveía de esa capacidad defensiva hasta este momento, se está desentendiendo de esa responsabilidad. No porque Trump haya dicho que tenemos que elevar el gasto en defensa, sino porque cada día dice una cosa distinta. No porque haya un gobierno de turno que no nos gusta, sino porque EEUU está en un profundo proceso de descomposición que lo convierte en un aliado (por decir algo) del que no nos podemos seguir fiando. Si hoy Putin decidiera atacar un país europeo, la única respuesta que encontraríamos en EEUU sería el mismo caos que estamos observando estos días sobre los aranceles, la guerra de Ucrania, la franja de Gaza y cualquier otro asunto. Y no hay ningún indicador que nos lleve a pensar que el próximo gobierno de EEUU será distinto de este. En este escenario, la pregunta que se tiene que hacer Europa es si apuesta por tener su propia capacidad defensiva o decide no tener ninguna. Si se hace cargo de ser el garante de la paz en el mundo, o si se desentiende. Hace veinte años, otro mal presidente de Estados Unidos, en una incursión tan injusta como arbitraria, decidió invadir un país extranjero. Y Europa se encontró en una situación muy parecida a la actual: frente a frente con un supuesto aliado que, llegado el momento, no compartía los valores europeos en materia de seguridad internacional. Entonces, Europa estuvo a la altura –excepto los gobiernos de Aznar y Blair– y se opuso a aquella guerra. En las calles, con la mayor movilización popular de la historia, en la ONU y en los parlamentos. La situación que hoy tenemos entre manos no es, en lo esencial, distinta de aquella de hace veinte años: una vez más está en juego si el orden internacional va a regirse por principios democráticos, o si va a imponerse la ley del más fuerte; si nos mantendremos fieles a las normas y las instituciones que nos hemos dado para convivir en paz, o si permitimos que haya quien las pisotee según su capacidad para amedrentar, chantajear o imponer. La diferencia es que entonces nos servía con alzar la voz contra los atropellos de un aliado que se apartaba de esos principios. Hoy nos toca a nosotros recoger el testigo. Nos corresponde demostrar que Europa no es solo un proyecto retórico de paz y prosperidad, sino que también se hace responsable; que no se limita a denunciar los abusos ajenos, sino que está a la altura cuando llega el momento de sostener, con hechos, los valores que proclamamos.

Abr 24, 2025 - 07:40
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La pregunta que debemos hacernos al hablar de gasto en defensa

armas

Nos corresponde demostrar que Europa no es solo un proyecto retórico de paz y prosperidad, sino que también se hace responsable; que no se limita a denunciar los abusos ajenos, sino que está a la altura cuando llega el momento de sostener, con hechos, los valores que proclamamos

Los ayuntamientos tienen la costumbre de no avisar del lugar en el que van a instalar las oficinas de aquellos servicios sociales que los residentes de un barrio no suelen querer tener cerca. Por eso nunca le avisarán de que en su calle van a poner un centro donde se distribuye metadona ni le preguntarán si le parece bien que haya un cantón de la limpieza a la vuelta de la esquina. 

Bien hecho, porque esa no sería la pregunta correcta. La pregunta que hay que hacerse es si queremos que se limpien las calles. Que haya cantones solo es la consecuencia lógica e inapelable de una respuesta afirmativa a esa cuestión. 

De la misma manera, la pregunta que nos tenemos que hacer en estos días no es si queremos que España incremente el gasto en defensa. Es si queremos que Europa cuente con un ejército lo suficientemente moderno, equipado y eficaz como para disuadir a terceros países que puedan verse tentados de poner en cuestión nuestra integridad.

Claro que es legítimo considerar que no existe tal amenaza, o bien que no hay ningún grado de capacidad militar que pueda protegernos de las amenazas de otro país más grande y que es mucho mejor plegarse, negociar o buscar otras vías de entendimiento con los potenciales agresores. Pero yo no comparto esta opinión y la verdad que no creo que la comparta la inmensa mayoría de los ciudadanos. Creo que existe un consenso muy amplio sobre la necesidad de contar con una buena capacidad defensiva porque es una excelente inversión en la seguridad de los ciudadanos. Igual que la policía, igual que la vigilancia de fronteras.

Tampoco es que nadie ignore que, en efecto, no existirían los crímenes cometidos por la policía si no existiera la policía. Pero aun así la mayoría estamos de acuerdo en que los beneficios de contar con unas fuerzas y cuerpos de seguridad a la altura de las circunstancias superan los perjuicios que puedan ocasionar.

En estas semanas estamos siendo testigos de cómo Estados Unidos, que era quien nos proveía de esa capacidad defensiva hasta este momento, se está desentendiendo de esa responsabilidad. No porque Trump haya dicho que tenemos que elevar el gasto en defensa, sino porque cada día dice una cosa distinta. No porque haya un gobierno de turno que no nos gusta, sino porque EEUU está en un profundo proceso de descomposición que lo convierte en un aliado (por decir algo) del que no nos podemos seguir fiando.

Si hoy Putin decidiera atacar un país europeo, la única respuesta que encontraríamos en EEUU sería el mismo caos que estamos observando estos días sobre los aranceles, la guerra de Ucrania, la franja de Gaza y cualquier otro asunto. Y no hay ningún indicador que nos lleve a pensar que el próximo gobierno de EEUU será distinto de este.

En este escenario, la pregunta que se tiene que hacer Europa es si apuesta por tener su propia capacidad defensiva o decide no tener ninguna. Si se hace cargo de ser el garante de la paz en el mundo, o si se desentiende.

Hace veinte años, otro mal presidente de Estados Unidos, en una incursión tan injusta como arbitraria, decidió invadir un país extranjero. Y Europa se encontró en una situación muy parecida a la actual: frente a frente con un supuesto aliado que, llegado el momento, no compartía los valores europeos en materia de seguridad internacional.

Entonces, Europa estuvo a la altura –excepto los gobiernos de Aznar y Blair– y se opuso a aquella guerra. En las calles, con la mayor movilización popular de la historia, en la ONU y en los parlamentos.

La situación que hoy tenemos entre manos no es, en lo esencial, distinta de aquella de hace veinte años: una vez más está en juego si el orden internacional va a regirse por principios democráticos, o si va a imponerse la ley del más fuerte; si nos mantendremos fieles a las normas y las instituciones que nos hemos dado para convivir en paz, o si permitimos que haya quien las pisotee según su capacidad para amedrentar, chantajear o imponer.

La diferencia es que entonces nos servía con alzar la voz contra los atropellos de un aliado que se apartaba de esos principios. Hoy nos toca a nosotros recoger el testigo. Nos corresponde demostrar que Europa no es solo un proyecto retórico de paz y prosperidad, sino que también se hace responsable; que no se limita a denunciar los abusos ajenos, sino que está a la altura cuando llega el momento de sostener, con hechos, los valores que proclamamos.

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