La infamia de los zoológicos humanos

Los zoológicos humanos son uno de los episodios más indecentes de nuestra historia. Personas con deformidades físicas, distintos colores de piel o de aspecto bárbaro a los ojos de los occidentales eran tratadas como bestias para el deleite de cuantos se acercasen a contemplar el espectáculo. La entrada La infamia de los zoológicos humanos se publicó primero en Ethic.

May 6, 2025 - 10:31
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La infamia de los zoológicos humanos

París, Exposición Universal, 1889. La capital gala conmemoraba los cien años ilustrados de su lema ecuménico: Liberté, Égalité, Fraternité. Libertad, Igualdad, Fraternidad. La inauguración, cuya puerta de entrada a las 96 hectáreas que ocupaba la exhibición era la mismísima Torre Eiffel, coincidía con el centenario de la Toma de la Bastilla. Pero un detalle ponía en entredicho el alcance de la divisa. De entre los muchos objetos que integraban la muestra, uno sobresalía por lo sorprendente: nueve aborígenes selk’nam, también conocidos como onas, originarios de Tierra de Fuego, eran expuestos ante las miradas atónitas, asustadas y curiosas de los visitantes. Más aterrador aún: una de las grandes atracciones resultó la recreación de «un pueblo negro», con cuatrocientos indígenas en su interior. Millones de visitantes quedaron sobrecogidos, entre el espanto y la estupefacción. Pero no dejaban de mirar.

Se trataba de uno de los muchos «zoológicos humanos», tan habituales en Europa desde finales del XIX hasta bien entrado en XX, aunque su origen es mucho más antiguo, ya que hay constancia de ferias ambulantes en la antigua Roma donde se mostraban ejemplares humanos en jaulas o amarrados, llegados de territorios ignotos recién conquistados.

El emperador inca Moctezuma, emblema de la soberanía de los pueblos frente al conquistador, tenía una Casa de Fieras con una impresionante colección faunística que incluía rarezas humanas: gente con todo tipo de deformidades, enanos, albinos y jorobados. El propio Colón entregó a Isabel La Católica una selección de indígenas arahuacos, provenientes de la Antillas, para deleite de la corte.

El incómodo cardenal italiano Hipólito de Médicis (incómodo porque siempre estuvo tentado de colgar los hábitos y rivalizar políticamente con su hermano Alejandro) disponía de una colección permanente de tipos humanos: moros, tártaros, africanos, indios… gustaba agasajar a sus invitados con una visita privada a su particular galería etnográfica.

En la década de 1870, este tipo de exhibiciones se institucionalizaron

Habría que esperar hasta la década de 1870 para que este tipo de exhibiciones se institucionalizaran y resultaran rentables a los comerciantes sin escrúpulos. El zoólogo y domador alemán Carl Hagenbeck (1844-1913) fue el gran promotor de estos espectáculos en el Jardín de Aclimatación de París, ubicado en el Distrito XVI, que perduraron hasta los años 30 del siglo XX: senegaleses, samoanos, calmucos (mongoles), samis (laponeses), somalíes… La última exposición antropozoológica se celebró en Bruselas, también en una Exposición Universal, la de 1958, ya proclamada la Declaración de los Derechos Humanos. No en vano, el rey Leopoldo II había importados centenares de congoleños a los que tenía en cautividad para festín de miradas impertinentes, en su palacio de Tervuren.

«La Venus hotentote»

Acaso el «ejemplar» más cotizado fue una mujer nama, pueblo denominado la Nación Roja por su tono de piel –causado por menores niveles de melanina–, procedente de Ciudad del Cabo. A esta mujer, bautizada como Sara Baartman, se la conocía como «la Venus hotentote». Sus descomunales glúteos y sus «monstruosos labios vaginales» servían de reclamo imbatible, y por un módico precio extra se permitía tocarlos. Hubo protestas en Londres por el modo en que se la trataba y finalmente (cuando ya esquilmaron el público posible) fue trasladada a París, donde de nuevo fue exhibida. Cuando el interés decayó, Sara no tuvo otra salida más que la prostitución, y murió con 25 años, sola y alcoholizada. Su cerebro, órganos genitales y su esqueleto se integraron en la colección permanente del Museo de la Humanidad, en París, hasta 1974, cuando sus restos se repatriaron a Sudáfrica. Muchas de estas personas, extirpadas de su lugar de origen, murieron en la travesía, por frío o enfermedades. Pero había que rentabilizar al máximo esos cuerpos, aunque fueran cadáveres: se disecaron decenas de ellos que también fueron expuestos.

Aunque las personas expuestas murieran en la travesía, se disecaban sus cadáveres para exponerlos

Los salvadoreños Máximo y Bartola se convirtieron asimismo en piezas cotizadas. Dos hermanos con microcefalia y discapacidad mental severa. Por lo general, a las personas que se exhibían se las mantenían en condiciones higiénicas deplorables, para intensificar su aspecto salvaje y peligroso. Dormían a menudo con las bestias, y recibían todo tipo de trato vejatorio, como latigazos para que obedecieran.

Madrid se quiso apuntar a la macabra moda y construyó el Palacio de Cristal del Parque del Retiro para albergar una muestra de vegetación filipina, junto con un puñado de decenas de indígenas, para los que se dispuso el estanque, dando veracidad a su hábitat original. Corría el año 1887. Según las crónicas, el trato que se dispensó a las «piezas humanas» distaba mucho del que recibían en otros países, ya que fueron recibidas por la reina María Cristina, y «solo» murieron cuatro de entre los cuarenta y cincuenta aborígenes expuestos.

En Barcelona no tardó en cundir el ejemplo, y acogió a nubios y africanos en la Ronda de la Universidad. La Exposición Iberoamericana de Sevilla, de 1929, contó con su particular zoológico humano, al igual que la de Valencia, en 1942. El Museo Darder de Bañolas, uno de los más antiguos de Gerona, tuvo expuesto un africano embalsado, conocido como «Negro de Bañolas», hasta el año 2000.

No solo solazaban los ciudadanos de una próspera Europa, sino que los zoológicos humanos resultaron un negocio lucrativo que mostraban al «otro» como un monstruo, lo cual –de paso– contribuía a legitimar su colonización.

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