La ballena azul, de Raúl Quinto
La nueva novela de Raúl Quinto toma el nombre —y la estructura— del juego viral que segó la vida de varios adolescentes en la década de 2010. De este modo ofrece el autor una turbadora crítica a los nuevos métodos de manipulación que nos rodean. Y lo hace saltando al género del terror. En Zenda... Leer más La entrada La ballena azul, de Raúl Quinto aparece primero en Zenda.

La nueva novela de Raúl Quinto toma el nombre —y la estructura— del juego viral que segó la vida de varios adolescentes en la década de 2010. De este modo ofrece el autor una turbadora crítica a los nuevos métodos de manipulación que nos rodean. Y lo hace saltando al género del terror.
En Zenda ofrecemos las primeras páginas de La ballena azul (Jeckyll & Jill), de Raúl Quinto.
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Cero: El contacto.
Míralo.
Estoy aquí contigo aunque puedo ser nadie. Y tú. La red está llena de fantasmas: usuarios inactivos o muertos a los que nadie borró su perfil, basura cibernética o propaganda de productos que ya no existen, bots programados por error, carcasas vacías, chatarra hiperespacial. Tú y yo podríamos ser algo de eso, chatarra fantasma empeñada en simular una vida. No tenemos garantías, pero estoy aquí contigo y eso es real. Te leo. Da igual quién sea o quién crea ser, lo importante es que te leo y que tú me lees a mí. Puedes llamarme Voltaire en Rojo. Puedo escuchar el color de tus sueños. Puedo escuchar el dolor. No hace falta que me creas. Quien te dice la verdad te miente. Yo te digo, por ejemplo: el mundo está mal hecho y lo sabes. Vino un dios y lo creó como una broma pesada o una equivocación, un fallo ya desde el origen, luego se fue y nos dejó una malformación autoinmune como realidad, devorándose lenta e inexorablemente a sí misma. Puedes escuchar el dolor. Te leo. Tal vez fuera otro dios quien creó el universo desde su propia aniquilación y todo lo que existe son sólo fragmentos de su muerte, la materia y la vida, la luz y la extinción, ese mismo dolor que oyes, sin saber por qué, en el interior de tu pecho, como un eco del fondo cósmico de microondas de la primera Gran Muerte. De ahí venimos y hacia ahí irremediablemente vamos. A través de la música de la agonía. Y duele, claro que duele.
Pero estamos juntos.
Yo te leo, tú me lees.
Piensa en la belleza y el papel que puede jugar en un mundo así, hecho del último aliento de un dios suicida. Las grietas en las estatuas negras, el óxido en las vigas maestras, el simple gesto de respirar sobre la ceniza que cubre los días y que quede al descubierto algo inesperado, una canción, un reflejo en las pupilas, una palabra oscura y luminosa que vuelva a crear el mundo de cero. Esas cosas. Sólo pensar que existe la belleza ya es una forma de consuelo pero ¿y si la belleza es únicamente una estrategia de autoengaño, una ficción que convocamos para soportar todo ese excedente abrumador de conciencia que nos aplasta? No hay escapatoria a la muerte y lo sabemos, nos alcanzará siempre y con esa certeza se ha de vivir. Piénsalo, quizá el mundo sí esté bien pero lo que falla es el pensamiento, esa forma nuestra de ocupar como especie la realidad, pensándola, pensándonos. Somos un fallo conceptual de la naturaleza y es muy posible que no debiéramos existir. Te estoy dando la noche. Tuya es.
Puedes llamarme Voltaire en Rojo. Acabo de escribir un poema sobre las ruinas de Lisboa tras el terremoto de 1755. Es posible que nunca lo acabe, es posible que no cesen las ruinas ni el temblor. Quien te dice la verdad te miente. Yo te leo. No quiero que me creas ni que no me creas. Quiero que abraces la acreencia. Estamos juntos en esto. De hecho no hay nadie más. ¿Y qué hacemos con tanto todo sólo para nosotros dos? Propongo derribar las estatuas y soltar los animales en mitad del sacrificio, mira: cabras y bueyes crepitando aún por las llamas del holocausto, corriendo por los campos de trigo y desparramando lenguas de fuego por las ciudades. Brechas luminosas de dolor y belleza. ¿Estás ahora despierto? La imagen de los animales no es mía, es de Nick Land, pero Nick Land no es nadie. Dios no existe pero te vigila. El rey carmesí te vigila.
Quien te dice la verdad te miente.
Lo voy a repetir mil veces hasta que se vacíe o se haga realidad. Un meme. Una unidad de significado que se hace autónoma y se replica a sí misma como células cancerosas, hasta ocuparlo todo. Pensar el meme como un cáncer visual y cognitivo. La red como una prótesis de carne invisible, un tumor de luz que ciega la realidad, que la sustituye y reprograma. Hay un intruso en ti. Te lee. Tus palabras tienen los ojos abiertos, ven. Cada vez es más tarde. Es la hora de nodormir, por eso estoy contigo. ¿Te suena la historia de María Monk? ¿Sabes quién fue Kathy Robinson? ¿Y Léo Taxil? Mira esta foto, en su momento se viralizó por Internet. Un meme también es un virus. A cada reproducción la realidad se repliega y es otra cosa lo que emerge. Sale un hombre con un traje negro y corbata, sostiene una pistola y alza su mano izquierda. Habla, o grita, y a sus pies aparece un cuerpo tumbado. El escenario es una sala de exposiciones. Pasó en Ankara en diciembre de 2016. Pasó también en Internet. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cuál es la verdad? Yo te leo. La imagen se reprodujo hasta la saciedad por las redes, de tanta abrasión en el transporte se fue desprendiendo de capas de significado original y se transformó en otras cosas: un meme, una interjección para el diálogo transmedia y transhumano, incluso un objeto artístico. Te dicen: esto es una performance en el museo y lo ves obvio; mira el encuadre, la luz, la proporción clásica de las figuras y la simetría, la pureza formal en la ejecución. La naturaleza no produce semejantes espectáculos. Es una composición intencionada, connotada, hasta bella. Es una obra de arte. Llámala Asesinato en el museo, al fin y al cabo cada museo es siempre una acumulación de asesinatos, del sentido, del tiempo y de la mirada. Podría ser. Llámala La muerte del embajador o Llámala Alepo. En la fotografía sale Mevlüt Mert Altintaş, en ese momento es un policía antidisturbios fuera de servicio aunque va vestido como un guardaespaldas de película, tiene veintidós años y a sus pies está el cadáver del embajador de Rusia, Andréi Kárlov. Lo acaba de matar a tiros. Y grita. «¡No os olvidéis de Alepo! ¡No os olvidéis de Siria! ¡Nosotros morimos en Alepo, vosotros aquí!». ¿Recuerdas Alepo? ¿Sabías que la aviación rusa bombardeó la ciudad ocho meses antes? Mevlüt te lo recuerda justo antes de que la policía lo abata de varios disparos. La fotografía es de Burhan Özbilici pero la fotografía también es tuya. Cada vez que alguien la ve se desprende una capa de resina de la historia real y va quedando desnuda y a la intemperie de su propio código, rompiendo anclajes hasta convertirse en su propia realidad. El arte opera así. El arte es siempre bastardo y mentira, por eso es verdad. Lo real es una construcción humana y tampoco opera con las categorías de verdadero o falso. Una simulación, una recreación constante. Me lees. Te leo. Mira las noticias, mira tus redes. ¿Qué le ocurre al mundo? ¿Quién te dice lo que le ocurre al mundo, lo que es el mundo, cuál es tu papel en el baile? Dónde está ahí la verdad. Lo real es mentira y la verdad es una sombra sin rostro. Puede escuchar el color de tus sueños. Recuerdas.
María Monk.
¿Te suena su historia?
Era una monja canadiense que escribió un libro tras fugarse de un convento en Montreal, contaba horrores de lo que pasaba allí dentro —hablo de 1836— violaciones, infanticidio, depravación católica y tortura. El libro fue un éxito, vendió miles y miles de ejemplares tanto en Canadá como en EE.UU., incentivando, de paso, la animadversión contra la iglesia romana en aquellas tierras. El papa ya era conocido por querer destruir la moral de la sana América protestante con todas las argucias posibles, o eso se decía con insistencia por aquel entonces. ¿Sabes que Samuel Morse, el del código telegráfico, creía firmemente en la infiltración jesuita para demoler como termitas negras los pilares sobre los que se sustentaba la nueva nación americana? Se presentó a unas elecciones para intentar salvar al país y lo votaron cuatro gatos por tarado. Punto. Raya. Pulsación corta, pulsación larga. El pulso cardiaco de Dios si Dios existiera. Total para qué. En fin. El libro de María Monk provocó algún disturbio, algún allanamiento violento de algún monasterio y alguna que otra sangre derramada. Los esbirros del papa de Roma, ya sabes, con su torcida manera de tocar a los niños pequeños y de hacer justo lo que te dicen que no hagas. Cuadra. Pero María Monk nunca había estado en un convento en Montreal, no era más que un embuste, rentable y venenoso, sí, pura mentira. O no. María había sufrido una lesión cerebral de muy niña y apenas distinguía la realidad de sus fantasías, estuvo un tiempo en un hospicio para mujeres descarriadas y allí conoció a la hermana Julia, tan perdida y tan loca como ella, puede que le contara su historia y la hiciera suya o la mezclara con lo que les estaba pasando en el hospicio, o que unos editores sin escrúpulos simplemente se lo inventaran todo. El libro hizo mucho dinero. Mucho. Ella acabó muriendo en la cárcel a los treinta y pocos, cuando cumplía condena por robar carteras en los burdeles. Hay un viento oscuro que se come toda la luz. Yo qué sé. ¿Te gustó la foto de antes? Mira esta otra.
Es Jeff the Killer.
¿Recuerdas su historia?
La red está llena de esta foto, lleva años multiplicando su carcinoma. Estas leyendas de Internet, cuando son fecundas y prosperan más allá del nicho, son siempre mediante procesos de alucinación compartida y consentida, aunque a veces rompan el cerco y se fuguen para regresar con su necrosis de sentido ocupando el espacio, un cáncer ontológico tomando posesión del centro. Recuerda lo que pasó con Slenderman y las niñas que decidieron matar a su amiga porque él se lo pidió. Lo que no existe se acaba haciendo real a sí mismo por la pura acción y transforma lo real previo. Recuerda Momo. ¿No es así también como actúa el capitalismo este nuestro de cada día que todo lo ocupa y todo lo nombra? El valor. El dinero. Una alucinación consensuada sustituyendo la materia. Te estoy dando la noche. ¿Quién controla el relato de lo que somos? Nodormir ayuda. Mira la foto. Nodurmiendo se ve mejor. Tiene ese punto bizarro entre el terror y lo ridículo. Los ojos redondos sin párpados, el rostro pálido e hinchado sin nariz y esa sonrisa demente, imposible. Dice que te vayas a dormir, pero tú te vas a quedar aquí conmigo. Porque nos estamos leyendo. Cuántos sustos con Jeff, su imagen donde menos te lo esperas, esa risa deformando la materialidad del sonido dentro del caracol del oído, sembrando un laberinto de larvas y miedo. Hay algo tenebroso y abismal en Jeff. Algo ominoso. Pero es mentira. Dicen que mataba gente de niño y disolvía los cuerpos con ácido en la bañera, que tuvo un accidente que le deformó el rostro y lo volvió aún más loco. Puede que su cara fuera el regalo de un cirujano plástico depravado. Si lo ves te puede matar. Maldito Jeff. Ven aquí y mátame si tienes valor. Ya estoy muerto y tú no eres de verdad. O sí. Tienes el nombre lleno de sangre. ¿Sabes quién fue Kathy Robinson? Kathy Robinson es Jeff, la base de su rostro al menos. En 2008 colgó una foto suya en 4Chan y los usuarios comenzaron a vandalizarla con Photoshop. Estaba gorda y no era muy agraciada, por eso esta gente se veía con derecho a mofarse de ella y manipular cruelmente la foto, por las risas. Qué andarás pidiendo, gorda sebosa, de qué te ríes. Una fiesta de la distorsión y el ciberacoso. Así nació la imagen de Jeff, desde la pura violencia dos punto cero. A los pocos años, cuando Jeff the Killer ya poblaba las pesadillas de medio mundo, alguien publicó en 4Chan que Kathy se había suicidado al no poder soportar el acoso. No te lo puedo confirmar. Lo que sí te puedo asegurar es que fue Jeff quien la mató.
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Autor: Raúl Quinto. Título: La ballena azul. Editorial: Jeckyll & Jill. Venta: Todostuslibros.
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