La anticipación es un atajo dichoso

De algún modo, el otoño ya está de nuevo aquí. Llamó a la puerta luego de la última ola de calor, con noches de repente más frescas, con una suave humedad en los crepúsculos y con ese inconfundible cambio en el perfume del aire, que ahora recuerda a la hojarasca y, en ocasiones, a la infancia. A mí, si me permiten el acorde menor, me sigue trayendo a la memoria los días de la guerra, de cuyo comienzo se cumplen hoy 43 años.Hubo muchas guerras, pero el párrafo de arriba se entiende sin mucho esfuerzo. Lo mismo que el otoño. Es contextual. En otras latitudes están saliendo del invierno para navegar la exultante primavera. E incluso esto es relativo, porque todos hemos tenido primaveras de dolor y desesperanza. Se sabe, no hay pesar más grande que el de quien recuerda los tiempos felices en medio de la desgracia.Pero volvamos a nuestro otoño, pausa dócil antes de entrar en el vacío del invierno. No lo digo metafóricamente, y quienes siguen esta columna ya conocen mi sesgo a favor del verano. Es astronomía pura y dura. El frío que nos aguarda en los próximos meses no es sino el reflejo del hostil, inhóspito y letal páramo cósmico que rodea nuestro pequeño y pálido punto azul. Lo de pálido punto azul, para los que puedan estar pensando que las vacaciones no me sentaron del todo bien, se refiere a la abrumadora foto que la sonda Voyager 1 tomó de nuestro planeta a 6400 millones de kilómetros y que inspiró el libro homónimo del gran Carl Sagan. A esa distancia –ínfima, sin embargo, a escala universal–, todo nuestro mundo ocupa menos de un pixel (0,12 pixeles, para ser exactos).Pasa algo extravagante con el tiempo. El tiempo, no el clima, que dicho sea de paso sigue dando malas noticias. La NASA publicó el jueves que el polo norte tocó un mínimo histórico de cobertura de hielo desde que la agencia empezó a monitorear el Ártico, medio siglo atrás. Es preocupante, porque el hielo refleja el calor del sol de vuelta al espacio, mientras que el agua lo acumula, lo que podría acelerar aún más la pérdida de cobertura de hielo.Decía que pasa algo extravagante con el tiempo. Aparte de que el presente es el límite entre algo que todavía no existe y algo que ya no existe, tenemos la sensación de que el pasado es inalterable, mientras que el futuro de algún modo nos pertenece. Las frases que aseguran que lo que vendrá depende de nosotros son tan motivadoras como imposibles de probar. Dudo que sea así, pero pongamos que el futuro nos pertenece. El caso es que cuando llega, se congela, se vuelve inalterable, enseguida es pasado, y si uno no estuviera tan ocupado tratando de controlarlo todo (incluido el futuro), podría sentir cierto tufillo a inevitable en las cosas que nos van ocurriendo. Oh, sí, claro, cierto, somos arquitectos de nuestros destino y todo eso, pero entre las miles de millones de posibilidades que existían antes de que volcaras ese vaso de agua, cuando salías a trabajar, ocurrió solo esa; volcaste el vaso de agua y por ese motivo llegaste a todos los siguientes eventos tres minutos más tarde. Uno de esos eventos, que de otro modo te habrías perdido, cambió tu vida para siempre. O al revés.Proyectar es una de las destrezas más profundamente humanas que existen. No voy a abogar por el fatalismo. Pero el hombre propone y Dios dispone, y se me ocurre que deberíamos ser un poco más humildes respecto de nuestros planes. Por humildes me refiero a no juzgar lo que nos pasa con el rasero del ahora. Lo que nos duele hoy quizá contiene la semilla de un mañana luminoso. Haya o no un plan, exista o no el destino, el control es una ilusión. Quizá por eso proyectar es una dicha, y de todas las formas de la felicidad ninguna iguala a la anticipación. Es un atajo virtuoso y delicado entre lo que fue, lo que vendrá y lo que va siendo a cada instante, y la razón por la que el amor, el amor verdadero, es lo único inmarcesible. Es decir, invulnerable al paso del tiempo.

Abr 2, 2025 - 05:01
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La anticipación es un atajo dichoso

De algún modo, el otoño ya está de nuevo aquí. Llamó a la puerta luego de la última ola de calor, con noches de repente más frescas, con una suave humedad en los crepúsculos y con ese inconfundible cambio en el perfume del aire, que ahora recuerda a la hojarasca y, en ocasiones, a la infancia. A mí, si me permiten el acorde menor, me sigue trayendo a la memoria los días de la guerra, de cuyo comienzo se cumplen hoy 43 años.

Hubo muchas guerras, pero el párrafo de arriba se entiende sin mucho esfuerzo. Lo mismo que el otoño. Es contextual. En otras latitudes están saliendo del invierno para navegar la exultante primavera. E incluso esto es relativo, porque todos hemos tenido primaveras de dolor y desesperanza. Se sabe, no hay pesar más grande que el de quien recuerda los tiempos felices en medio de la desgracia.

Pero volvamos a nuestro otoño, pausa dócil antes de entrar en el vacío del invierno. No lo digo metafóricamente, y quienes siguen esta columna ya conocen mi sesgo a favor del verano. Es astronomía pura y dura. El frío que nos aguarda en los próximos meses no es sino el reflejo del hostil, inhóspito y letal páramo cósmico que rodea nuestro pequeño y pálido punto azul. Lo de pálido punto azul, para los que puedan estar pensando que las vacaciones no me sentaron del todo bien, se refiere a la abrumadora foto que la sonda Voyager 1 tomó de nuestro planeta a 6400 millones de kilómetros y que inspiró el libro homónimo del gran Carl Sagan. A esa distancia –ínfima, sin embargo, a escala universal–, todo nuestro mundo ocupa menos de un pixel (0,12 pixeles, para ser exactos).

Pasa algo extravagante con el tiempo. El tiempo, no el clima, que dicho sea de paso sigue dando malas noticias. La NASA publicó el jueves que el polo norte tocó un mínimo histórico de cobertura de hielo desde que la agencia empezó a monitorear el Ártico, medio siglo atrás. Es preocupante, porque el hielo refleja el calor del sol de vuelta al espacio, mientras que el agua lo acumula, lo que podría acelerar aún más la pérdida de cobertura de hielo.

Decía que pasa algo extravagante con el tiempo. Aparte de que el presente es el límite entre algo que todavía no existe y algo que ya no existe, tenemos la sensación de que el pasado es inalterable, mientras que el futuro de algún modo nos pertenece. Las frases que aseguran que lo que vendrá depende de nosotros son tan motivadoras como imposibles de probar. Dudo que sea así, pero pongamos que el futuro nos pertenece. El caso es que cuando llega, se congela, se vuelve inalterable, enseguida es pasado, y si uno no estuviera tan ocupado tratando de controlarlo todo (incluido el futuro), podría sentir cierto tufillo a inevitable en las cosas que nos van ocurriendo.

Oh, sí, claro, cierto, somos arquitectos de nuestros destino y todo eso, pero entre las miles de millones de posibilidades que existían antes de que volcaras ese vaso de agua, cuando salías a trabajar, ocurrió solo esa; volcaste el vaso de agua y por ese motivo llegaste a todos los siguientes eventos tres minutos más tarde. Uno de esos eventos, que de otro modo te habrías perdido, cambió tu vida para siempre. O al revés.

Proyectar es una de las destrezas más profundamente humanas que existen. No voy a abogar por el fatalismo. Pero el hombre propone y Dios dispone, y se me ocurre que deberíamos ser un poco más humildes respecto de nuestros planes. Por humildes me refiero a no juzgar lo que nos pasa con el rasero del ahora. Lo que nos duele hoy quizá contiene la semilla de un mañana luminoso. Haya o no un plan, exista o no el destino, el control es una ilusión. Quizá por eso proyectar es una dicha, y de todas las formas de la felicidad ninguna iguala a la anticipación. Es un atajo virtuoso y delicado entre lo que fue, lo que vendrá y lo que va siendo a cada instante, y la razón por la que el amor, el amor verdadero, es lo único inmarcesible. Es decir, invulnerable al paso del tiempo.