El químico mexicano que ayudó a salvar al mundo: La historia del ozono y la victoria de la cooperación global

La historia es evidencia de que la ciencia puede prevenir cambiar el destino de la humanidad.

May 7, 2025 - 09:53
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El químico mexicano que ayudó a salvar al mundo: La historia del ozono y la victoria de la cooperación global

En 1928, el mundo necesitaba una solución. Las neveras, los aires acondicionados y los aerosoles eran tan útiles como peligrosos. Funcionaban con gases como el amoníaco o el dióxido de azufre, altamente tóxicos y, en muchos casos, inflamables. Bastaba una fuga para convertir la cocina en una trampa mortal.

Thomas Midgley Jr., un ingeniero químico estadounidense, creyó haber encontrado el gas perfecto: los clorofluorocarbonos, o CFCs. Inodoros, no tóxicos, no inflamables, y sobre todo, estables. Por primera vez, las familias podían refrigerar sus alimentos sin miedo, y el mundo entraba en una nueva era de comodidad y seguridad. La estabilidad química de los CFCs los convirtió en un producto estrella.

Pero esa misma estabilidad, aplaudida por la industria, escondía una amenaza invisible.

La capa de ozono es una delgada barrera de gas, suspendida entre 15 y 35 kilómetros sobre la superficie de la Tierra, su función es filtrar la radiación ultravioleta del sol, la misma que puede causar cáncer de piel, ceguera y dañar cultivos, animales y ecosistemas enteros.

Los CFCs, liberados desde millones de dispositivos cotidianos, viajaban lentamente hacia esa capa superior. Durante años, nadie prestó atención a lo que ocurría en la estratosfera. Pero bajo la radiación solar, las moléculas de CFCs comenzaban a romperse. De esa ruptura surgía cloro.

El cloro, en esas condiciones, reaccionaba con el ozono. Una sola molécula de cloro podía destruir hasta cien mil moléculas de ozono antes de desaparecer. Y durante ese tiempo, el escudo que protegía la vida en la Tierra se debilitaba sin que nadie lo notara.

Científicos descubrieron que la capa de ozono había comenzado a abrirse, literalmente, sobre la Antártida.

El agujero crecía año tras año. Si no se detenía, si la emisión de CFCs continuaba, el daño habría sido irreversible. Habríamos enfrentado un planeta más hostil, con una radiación solar capaz de transformar la vida humana, agrícola y marina en formas imposibles de sostener.

Estuvimos, sin saberlo, a pocas décadas de provocar un daño irreversible, capaz de transformar la Tierra en un lugar hostil para la vida humana. Un futuro donde el cáncer de piel, la ceguera masiva y el colapso de cultivos y ecosistemas marinos habrían sido parte de la nueva normalidad.

El mexicano que ayudó a salvar al planeta

En 1974, Mario Molina, un mexicano que trabajaba en la Universidad de California, junto con Sherwood Rowland, fue quien descubrió que esos gases “perfectos” subían intactos hasta la estratosfera. Allí, la radiación ultravioleta rompía sus moléculas, liberando cloro, que a su vez destruía el ozono.

Molina y Rowland no solo lo descubrieron, sino que lo denunciaron. Su artículo, publicado en la revista Nature, advertía que si no se frenaba la producción de CFCs, el mundo enfrentaría una crisis ambiental sin precedentes.

La magnitud del descubrimiento fue tal que, en 1995, Mario Molina, mexicano, recibió el Premio Nobel de Química, convirtiéndose en el primer científico nacido en México en ganar este honor por una investigación que literalmente cambió el rumbo del planeta.

Cooperación global histórica

Frente a la evidencia, el mundo hizo algo que parecía imposible: actuó unido. En 1987, 197 países firmaron el Protocolo de Montreal, comprometiéndose a eliminar progresivamente los CFCs. Fue un logro político y científico sin precedentes. Las industrias se adaptaron, se desarrollaron nuevos gases, menos dañinos, y se implementó un sistema global de vigilancia.

Y funcionó.

Desde entonces, la capa de ozono ha comenzado a recuperarse. Según datos de la ONU, si se mantienen las actuales políticas, se espera que el ozono vuelva a niveles saludables en 2065. Este esfuerzo colectivo ha salvado millones de vidas y demostrado que cuando la humanidad se alinea, puede corregir incluso los errores más grandes.

La historia es evidencia de que la ciencia puede prevenir cambiar el destino de la humanidad. Es también el recordatorio de que un solo hombre, un químico mexicano, pudo encender la alarma que detuvo el daño.

Hoy enfrentamos nuevos desafíos: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación, problemas políticos. Si unidos hemos vencido en ocasiones como esta, ¿qué nos impide hacerlo de nuevo para solucionar los retos más grandes de la humanidad?

Hasta la próxima, Manuel.