El ambiente era ceniciento, grisáceo, diríamos que plomizo. No era para menos puesto que allí se hablaba del rearme -de plomo-, del apagón -de los plomos- y de Sánchez -un plomazo-. En definitiva, una mañana plúmbea en la que el presidente dedicó hora y media a dormir al respetable en una intervención con aires castristas en la que echamos de menos que, al menos, saliera vestido de militar. O en chándal. O, mejor aún, que no saliera y así no perdemos el tiempo. Porque Sánchez comparecía para dar explicaciones por el apagón y para explicar de dónde va a sacar el dinero para el rearme. Y noventa minutos después no había explicado ni una cosa ni la otra. De hecho,...
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