El cheli, la jerga madrileña que resucita gracias a 'El Principito'
'El Principito', el cuento para adultos con el que los niños miran estrellas y que sigue siendo un superventasConservación lingüística - "El chaval principeras" no es una parodia, sino una adaptación lingüística que reivindica una forma de hablar con historia y códigos propios. Si alguien dijera que El Principito se ha convertido en un chaval de extrarradio con zapatillas desgastadas, camiseta del Rayo y litrona en la mano, acertaría más de lo que parece. Porque, en esta versión, no vive en un asteroide, sino en un bloque con vistas al descampado, y su orden de prioridades está claro: primero los colegas, luego el barrio y, después, lo que venga. Para hablar así, solo hay una lengua posible: el cheli. Se trata de un sociolecto que fue seña de identidad en los márgenes de Madrid y que hoy, arrinconado entre recuerdos y alguna canción de Ramoncín, se resiste a desaparecer del todo. Y ahora, contra todo pronóstico, uno de los libros más leídos del mundo ha terminado hablándolo. La versión más castiza de la obra de Antoine de Saint-Exupéry La criatura se llama El chaval principeras y no es una versión paródica ni un homenaje nostálgico, aunque tenga un poco de ambas cosas. Es la traducción de El Principito al cheli, publicada en 2022 por la editorial Desde Tuma. El autor, Álvaro de Benito, periodista metido en asuntos lingüísticos desde hace años, se propuso adaptarlo con la lógica de quien sabe que no hay traducción literal posible. Como él mismo cuenta en una entrevista con Madrid Secreto, “en inglés puedes traducir bien o mal, pero el cheli solo puedes adaptarlo: no es cuestión de hacerlo bien o mal”. Esta obra aparece en una colección poco habitual que también ha rescatado hablas como la palra del Rebollar o el cántabro, siempre con la misma intención: mantener vivo un patrimonio lingüístico en peligro de extinción. La elección del cheli tiene algo de homenaje y algo de desafío. De Benito no se limita a reproducir palabras sueltas, sino que reconstruye un universo con sufijos como -ata, -era o -aca, que dan lugar a términos como segurata, volateras o naturaca. El resultado, como señala él mismo, ha provocado reacciones divididas: “Ha habido gente que me ha comentado que es exactamente cómo lo hablaba, mientras que otros dicen que les ha costado leerlo”. Aunque ya no se escuche con frecuencia en las calles, el cheli dejó huella. Francisco Umbral fue quien bautizó el término en los 80, en el mismo Madrid en el que La bola de cristal convivía con los fanzines y el cine quinqui. Ramoncín también arrimó el hombro con sus diccionarios, uno publicado en 1993 y otro en 1996, tras más de una década de trabajo. De ahí salió parte del léxico que sirvió de base para El chaval principeras, igual que antes sirvió para traducir una versión castiza del Nuevo Testamento bajo el título El Chuli, los colegas y la basca, obra del capellán de la cárcel de Carabanchel. El cheli no llegó a consolidarse como lengua propia, pero tuvo una función social evidente: marcar distancias, crear comunidad y, de paso, dejar fuera a quien no fuera del barrio. “El cheliparlante establece una barrera para que nadie se entere de su conversación, le da un aire de superioridad”, explicó la investigadora Margarita de Hoyos en su análisis Una variedad del habla coloquial. Algunas palabras llegaron incluso a la RAE. Con la traducción de El Principito, ese universo callejero revive, aunque sea de forma puntual y testimonial. La idea no es inventarse un Madrid alternativo con rótulos bilingües y películas subtituladas, como si fuera una comunidad autónoma con lengua propia. Es más bien un gesto de reconocimiento a una identidad popular, quizás desdibujada, pero no olvidada. En palabras de De Benito, “el cheli está de capa caída”, aunque hay expresiones que siguen colándose en las conversaciones como tronco, menda o zurrar. El chaval principeras encaja justo en ese resquicio, como un volantazo simpático en mitad del castellano estándar, dejando claro que ese Madrid que soltaba frases con retranca y hablaba como le daba la gana, aún tiene algo que decir.

'El Principito', el cuento para adultos con el que los niños miran estrellas y que sigue siendo un superventas
Conservación lingüística - "El chaval principeras" no es una parodia, sino una adaptación lingüística que reivindica una forma de hablar con historia y códigos propios.
Si alguien dijera que El Principito se ha convertido en un chaval de extrarradio con zapatillas desgastadas, camiseta del Rayo y litrona en la mano, acertaría más de lo que parece. Porque, en esta versión, no vive en un asteroide, sino en un bloque con vistas al descampado, y su orden de prioridades está claro: primero los colegas, luego el barrio y, después, lo que venga.
Para hablar así, solo hay una lengua posible: el cheli. Se trata de un sociolecto que fue seña de identidad en los márgenes de Madrid y que hoy, arrinconado entre recuerdos y alguna canción de Ramoncín, se resiste a desaparecer del todo. Y ahora, contra todo pronóstico, uno de los libros más leídos del mundo ha terminado hablándolo.
La versión más castiza de la obra de Antoine de Saint-Exupéry
La criatura se llama El chaval principeras y no es una versión paródica ni un homenaje nostálgico, aunque tenga un poco de ambas cosas. Es la traducción de El Principito al cheli, publicada en 2022 por la editorial Desde Tuma.
El autor, Álvaro de Benito, periodista metido en asuntos lingüísticos desde hace años, se propuso adaptarlo con la lógica de quien sabe que no hay traducción literal posible. Como él mismo cuenta en una entrevista con Madrid Secreto, “en inglés puedes traducir bien o mal, pero el cheli solo puedes adaptarlo: no es cuestión de hacerlo bien o mal”.
Esta obra aparece en una colección poco habitual que también ha rescatado hablas como la palra del Rebollar o el cántabro, siempre con la misma intención: mantener vivo un patrimonio lingüístico en peligro de extinción. La elección del cheli tiene algo de homenaje y algo de desafío. De Benito no se limita a reproducir palabras sueltas, sino que reconstruye un universo con sufijos como -ata, -era o -aca, que dan lugar a términos como segurata, volateras o naturaca. El resultado, como señala él mismo, ha provocado reacciones divididas: “Ha habido gente que me ha comentado que es exactamente cómo lo hablaba, mientras que otros dicen que les ha costado leerlo”.
Aunque ya no se escuche con frecuencia en las calles, el cheli dejó huella. Francisco Umbral fue quien bautizó el término en los 80, en el mismo Madrid en el que La bola de cristal convivía con los fanzines y el cine quinqui. Ramoncín también arrimó el hombro con sus diccionarios, uno publicado en 1993 y otro en 1996, tras más de una década de trabajo.
De ahí salió parte del léxico que sirvió de base para El chaval principeras, igual que antes sirvió para traducir una versión castiza del Nuevo Testamento bajo el título El Chuli, los colegas y la basca, obra del capellán de la cárcel de Carabanchel.
El cheli no llegó a consolidarse como lengua propia, pero tuvo una función social evidente: marcar distancias, crear comunidad y, de paso, dejar fuera a quien no fuera del barrio. “El cheliparlante establece una barrera para que nadie se entere de su conversación, le da un aire de superioridad”, explicó la investigadora Margarita de Hoyos en su análisis Una variedad del habla coloquial. Algunas palabras llegaron incluso a la RAE.
Con la traducción de El Principito, ese universo callejero revive, aunque sea de forma puntual y testimonial. La idea no es inventarse un Madrid alternativo con rótulos bilingües y películas subtituladas, como si fuera una comunidad autónoma con lengua propia. Es más bien un gesto de reconocimiento a una identidad popular, quizás desdibujada, pero no olvidada.
En palabras de De Benito, “el cheli está de capa caída”, aunque hay expresiones que siguen colándose en las conversaciones como tronco, menda o zurrar. El chaval principeras encaja justo en ese resquicio, como un volantazo simpático en mitad del castellano estándar, dejando claro que ese Madrid que soltaba frases con retranca y hablaba como le daba la gana, aún tiene algo que decir.