Doce horas atrapado en el AVE 05110 por el gran apagón

Esta es la historia de Emilio Escudero, periodista del diario ABC, pero podría ser la de cualquiera de los alrededor de 300 pasajeros que este lunes se quedaron atrapados en el AVE 05110 que circulaba camino de Valencia tras haber salido apenas media hora antes de Madrid. Un tren que, de repente, en medio de La Mancha más cercana Villarrubia de Santiago, se detuvo sin llamar atención. Parada rutinaria, parecía, que se alargó durante más de doce horas. Se paró para no volver a moverse. Eso no lo sabían en ese momento sus 300 pasajeros, por entonces centrados solo en lo suyo. María y Manuel (por respeto todos los nombres de este reportaje serán ficticios, no así sus historias), con su bebé recién nacido; Laura preparando su conferencia de cosmética; o Jorge y Marina, con cara de cansancio aún tras haber corrido horas antes el maratón de Madrid. Cada vagón de tren es un contenedor de historias que casi nunca se entrelazan. Viajeros de aquí y de allá que confluyen en asientos contiguos y que rara vez se intercambian la palabra. Pero esta vez es distinto, porque esa parada que parecia rutinaria se alargó sin horizonte temporal y eso convirtió al tren en un lugar de encuentro y de palabra. De ayuda desinteresada. Y de paciencia infinita. Sobre todo por la falta de información, que, si llegaba, era a través de los móviles. Los responsables de Renfe estaban sobrepasados por la situación. «Dice mi mujer que se ha ido la luz de casa», alertaba un pasajero. »Es en toda España y parece que también en Europa», decía otro. La noticia del apagón no tardó en recorrer todos los vagones para ejercer de pegamento y entrelazar cada historia. Conversaciones que fluían mientras la temperatura empezaba a hacerse complicada en el interior. Después de casi dos horas de bloqueo, el personal de Renfe empezó a abrir las puertas para que se renovara el aire. Prohibido bajar del tren. Por entonces, la cafetería era ya un erial. Agotados todos los productos, incluidos esos que están en el expositor y que casi nunca se renuevan. Los menos precavidos tuvieron que conformarse con un bote de aceitunas. «Había que estar más listo» , bromeaba José mientras repartía su comida a los que ya empezaban a ser rostros conocidos. Ante la falta de información, las prohibiciones también se relajaron y ya pasadas las tres de la tarde los más impacientes empezaron a bajar del tren. Un paseo de dos minutos separaba el principio del final del convoy, en cuyo último vagón viajaba una delegación del PP, con Alicia García, portavoz en el Senado, y Noelia Núñez, vicesecretaria de Movilización y Reto Digital , además de varios eurodiputados, que debían participar estos días en el Congreso de Valencia. Imposible llegar hasta allí. Ni ellos ni el resto de pasajeros, ya habituados a caminar por el apeadero, convertido en un lugar de encuentro. Raquel dibuja con una piedra en el suelo, mostrando su destreza como artista. Retratos que quedarán grabados unos días como señal de vida. «Yo estuve aquí . Fui uno de los 300 pasajeros atrapados en el tren 05110». La exploración exterior descubrió otro convoy más corto parado casi en paralelo. Éste con destino Madrid y origen Alicante. Otros 200 viajeros varados. Pasaban ya las seis de la tarde y no había solución ni se esperaba . Y las noticias no hablaban de este tren. Tampoco la lista hecha pública por el ministro de Transportes, Óscar Puente, donde no salía reflejado el convoy. Un tren fantasma y olvidado. Más desasosiego. Algunos pasajeros se las habían apañado ya para que les vinieran a recoger en medio de la nada aprovechando el agujero abierto en la valla de seguridad que se había tenido que romper para evacuar a un enfermo de diabetes. Patricia es la mamá de Tatiana, a la que trata de localizar a gritos desde el otro lado de la verja mientras abandona su BMW blanco. Como puede, a gritos, explica que está buscando a su hija, que ha visitado Adif en Cuenca, llamado a la Guardia Civil y a los alcaldes de los pueblos cercanos y que nadie le ha dado respuestas. Madre e hija no tardan en fundirse en un emotivo abrazo que se alarga en el tiempo y se empapa de lágrimas. Pero en el coche hay sitio para más y con ellas se va otra madre y su hija de solo siete años que solloza liberada de lo que ya empezaba a ser una pesadilla. Casi al mismo tiempo del 'rescate' aparece por la vía otra locomotora. «¡Estamos salvados!«. Falsa alarma, porque el intento de remolque se estrella con la mecánica . A esa hora, pasadas las siete de la tarde, los baños eran ya zona de exclusión . Una experiencia desagradable a la que se veían obligados a recurrir, sobre todo, las personas más mayores, incapaces de bajar del tren por su propio pie. José Antonio, un paraguayo que no había probado bocado en todo el día, se acerca a ver si ya había algo de comer y se hace con un colacao caliente, cobrado con inesperada rutina por parte de la camarera. El agua, después de agotarse a mediodía, volvía al tren en forma de garrafas que trajo la Guardia Civil. P

Abr 29, 2025 - 08:34
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Doce horas atrapado en el AVE 05110 por el gran apagón
Esta es la historia de Emilio Escudero, periodista del diario ABC, pero podría ser la de cualquiera de los alrededor de 300 pasajeros que este lunes se quedaron atrapados en el AVE 05110 que circulaba camino de Valencia tras haber salido apenas media hora antes de Madrid. Un tren que, de repente, en medio de La Mancha más cercana Villarrubia de Santiago, se detuvo sin llamar atención. Parada rutinaria, parecía, que se alargó durante más de doce horas. Se paró para no volver a moverse. Eso no lo sabían en ese momento sus 300 pasajeros, por entonces centrados solo en lo suyo. María y Manuel (por respeto todos los nombres de este reportaje serán ficticios, no así sus historias), con su bebé recién nacido; Laura preparando su conferencia de cosmética; o Jorge y Marina, con cara de cansancio aún tras haber corrido horas antes el maratón de Madrid. Cada vagón de tren es un contenedor de historias que casi nunca se entrelazan. Viajeros de aquí y de allá que confluyen en asientos contiguos y que rara vez se intercambian la palabra. Pero esta vez es distinto, porque esa parada que parecia rutinaria se alargó sin horizonte temporal y eso convirtió al tren en un lugar de encuentro y de palabra. De ayuda desinteresada. Y de paciencia infinita. Sobre todo por la falta de información, que, si llegaba, era a través de los móviles. Los responsables de Renfe estaban sobrepasados por la situación. «Dice mi mujer que se ha ido la luz de casa», alertaba un pasajero. »Es en toda España y parece que también en Europa», decía otro. La noticia del apagón no tardó en recorrer todos los vagones para ejercer de pegamento y entrelazar cada historia. Conversaciones que fluían mientras la temperatura empezaba a hacerse complicada en el interior. Después de casi dos horas de bloqueo, el personal de Renfe empezó a abrir las puertas para que se renovara el aire. Prohibido bajar del tren. Por entonces, la cafetería era ya un erial. Agotados todos los productos, incluidos esos que están en el expositor y que casi nunca se renuevan. Los menos precavidos tuvieron que conformarse con un bote de aceitunas. «Había que estar más listo» , bromeaba José mientras repartía su comida a los que ya empezaban a ser rostros conocidos. Ante la falta de información, las prohibiciones también se relajaron y ya pasadas las tres de la tarde los más impacientes empezaron a bajar del tren. Un paseo de dos minutos separaba el principio del final del convoy, en cuyo último vagón viajaba una delegación del PP, con Alicia García, portavoz en el Senado, y Noelia Núñez, vicesecretaria de Movilización y Reto Digital , además de varios eurodiputados, que debían participar estos días en el Congreso de Valencia. Imposible llegar hasta allí. Ni ellos ni el resto de pasajeros, ya habituados a caminar por el apeadero, convertido en un lugar de encuentro. Raquel dibuja con una piedra en el suelo, mostrando su destreza como artista. Retratos que quedarán grabados unos días como señal de vida. «Yo estuve aquí . Fui uno de los 300 pasajeros atrapados en el tren 05110». La exploración exterior descubrió otro convoy más corto parado casi en paralelo. Éste con destino Madrid y origen Alicante. Otros 200 viajeros varados. Pasaban ya las seis de la tarde y no había solución ni se esperaba . Y las noticias no hablaban de este tren. Tampoco la lista hecha pública por el ministro de Transportes, Óscar Puente, donde no salía reflejado el convoy. Un tren fantasma y olvidado. Más desasosiego. Algunos pasajeros se las habían apañado ya para que les vinieran a recoger en medio de la nada aprovechando el agujero abierto en la valla de seguridad que se había tenido que romper para evacuar a un enfermo de diabetes. Patricia es la mamá de Tatiana, a la que trata de localizar a gritos desde el otro lado de la verja mientras abandona su BMW blanco. Como puede, a gritos, explica que está buscando a su hija, que ha visitado Adif en Cuenca, llamado a la Guardia Civil y a los alcaldes de los pueblos cercanos y que nadie le ha dado respuestas. Madre e hija no tardan en fundirse en un emotivo abrazo que se alarga en el tiempo y se empapa de lágrimas. Pero en el coche hay sitio para más y con ellas se va otra madre y su hija de solo siete años que solloza liberada de lo que ya empezaba a ser una pesadilla. Casi al mismo tiempo del 'rescate' aparece por la vía otra locomotora. «¡Estamos salvados!«. Falsa alarma, porque el intento de remolque se estrella con la mecánica . A esa hora, pasadas las siete de la tarde, los baños eran ya zona de exclusión . Una experiencia desagradable a la que se veían obligados a recurrir, sobre todo, las personas más mayores, incapaces de bajar del tren por su propio pie. José Antonio, un paraguayo que no había probado bocado en todo el día, se acerca a ver si ya había algo de comer y se hace con un colacao caliente, cobrado con inesperada rutina por parte de la camarera. El agua, después de agotarse a mediodía, volvía al tren en forma de garrafas que trajo la Guardia Civil. Por fin dejábamos de ser invisibles, pero seguíamos parados. Y seguiríamos aún un rato más. La puesta de sol resultó más bella de lo habitual, empeñada la naturaleza en mostrar unos instantes de disfrute, pues por entonces la lectura había dejado de ser un pasatiempo y los móviles agonizaban casi sin batería. El nombre de Pedro Sánchez resonaba en cada vagón, culpándolo unos y sacándole otros de la ecuación del apagón inesperado que algunos comparaban con Filomena. « ¡Qué más nos queda por vivir!». Pasadas las nueve de la noche, casi diez horas en el tren que había partido de Chamartín a mediodía, empezaron los rumores. «Nos mandan a Madrid, pero hay que cambiarse de tren». Una hora más tarde, una fila interminable de pasajeros y maletas dejaban atrás el AVE 05110 para cambiar de tren. Había llegado la información, aunque poca. «Vamos a Madrid y allí, pues ya veremos». La explicación, por escasa, aguzó la incertidumbre. Sobre todo de aquellos que no tenían claro dónde pasar la noche en la capital. Tuvieron tiempo de pensarlo, porque hasta pasadas las once de la noche no empezó a moverse de nuevo el tren. Tímidos aplausos que desembocaron en decepción al llegar a Atocha pasada ya la una de la madrugada, donde de nuevo hubo falta de información y de soluciones. Caos sellado con abrazos de aquellos que entraron pasajeros y se fueron como amigos.