Divagaciones y té con pastas

Con tartán. La potencial inexistencia de la vieja Caledonia me preocupa. La sospecha de que pueda ser un simple constructo crece por días y deja un rastro de desesperación en mi alma. ¿Es posible que haya consagrado más de cincuenta años a una fantasmada? “Nada es lo que parece”, reza un viejo adagio. “Y eso... Leer más La entrada Divagaciones y té con pastas aparece primero en Zenda.

May 2, 2025 - 23:58
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Divagaciones y té con pastas

Desde hace días me asalta la sospecha de que Escocia bien pudiera no ser otra cosa que una ambientación dramática.

Con tartán.

La potencial inexistencia de la vieja Caledonia me preocupa. La sospecha de que pueda ser un simple constructo crece por días y deja un rastro de desesperación en mi alma. ¿Es posible que haya consagrado más de cincuenta años a una fantasmada?

“Nada es lo que parece”, reza un viejo adagio. “Y eso incluye a Escocia”, añado yo, pese a que nada sea mucha palabra.

Como todo.

Escocia, en cualquier caso, ya nunca será lo que fue, es decir, lo que ha sido hasta ahora. Ya nunca lo que me ha venido pareciendo los últimos cincuenta años y que, de pronto, se revela sólo un vahído. Pero un vahído capaz de llenar una vida.

"Para sobrellevar adecuadamente semejante trauma, este pobre patriota servidor de ustedes necesitaría un tren de psiquiatras"

Para mí, Escocia constituyó ambición, lucha, ilusión y búsqueda, un cobijo para el alma y una llama que otorgaba trascendencia al futuro. Y no sólo al mío. Escocia ha proporcionado a mucho corazón ardoroso más de lo que nunca el tal corazón soñara: el canto de la cornamusa, el aroma agreste del brezo, sendas de amor, ríos de esperanza y un motivo existencial que, de pronto, se ve abocado a la irrelevancia y la carencia de sentido: un motivo existencial abocado a una quiebra espiritual ante la que incluso la más grave dolencia quedaría en nada. Para sobrellevar adecuadamente semejante trauma, este pobre patriota servidor de ustedes necesitaría un tren de psiquiatras. Y no hay tantos. Quizá en Buenos Aires, donde el polaco Goyeneche hizo fortuna diciendo con una verdad conmovedora la Balada para un loco, tango ya inmortal del gran Piazzola. “Loco yo, loco tú ¡qué más da!”. Servidor, en todo caso, que a lo largo de su vida ha vuelto a empezar varias veces, no se siente con fuerza para hacerlo de nuevo. Al menos en el caso de la old Scotland. Tengo otros mares que navegar, y en estos últimos tiempos, además, me estaba poniendo más roncha de lo conveniente. Y “eso”, dice mi médico, “sólo puede acabar en una mejora sustancial de la soledad”.

En una mejora sustancial, puntualicemos, de las “prestaciones” que la soledad procura a los agraciados. Y que son muy malas de llevar. En fin, que si la soledad ya incapacita de por sí, como para darle alas.

"El individualismo será lo que acabe con la especie inhumana, no la bomba atómica ni el proverbial meteorito"

Mi soledad, que se llama Fiona McDougall, es natural de Glasgow y muy escocesa; los fines de semana se pasea ufana por la High Street de Cahill exhibiendo una insoportable desvergüenza. Así la pillé hace unas semanas: exponiéndose a la vista de todos y dejándome en evidencia cuando iba derecho por la acera sin meterme con nadie a ver si adquiría unos consoladores vinilos de Eddie Cantor, que si no es Boecio, algo consuela también. Fiona McDougall, que es suficientemente destructiva, ahogadora y fuera de lugar por sí sola, no necesita compañía y no se la doy. La soledad, al fin y al cabo, tampoco es para tanto. Ni el solitario lo es tanto: sobre este asunto se ha exagerado mucho. La soledad “acompañada”, como la nombran, es un viejo tema literario del que tratan abundantemente redes, foros, tertulias y clubes de lectura. De ahí nacen expectativas y, al final, tanta cháchara convierte una nimiedad en asunto de Estado. Mojigatería y punto. Moralina y cotilleo. Que, por cierto, nunca hubo tanto como en estos tiempos en los que, paradójicamente, cada hijo de vecino hace de su capa un sayo: el individualismo será lo que acabe con la especie inhumana, no la bomba atómica ni el proverbial meteorito. La gente, “que se aburre mucho”, dice Wang Hu Cho, mi tendero del Tesco de la esquina. “Y así nos luce el pelo”, añado.

El de la dehesa, o sea.

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