Carmen Nubla, Federico y el Pez Luna
“Del olivo / me retiro, / del esparto / me aparto / del sarmiento / me arrepiento / de haberte querido tanto”. Y Carmen Nubla, una luna en una mejilla y en la otra una estrella, volvía a cantar con su guitarra de agua. Y tres lágrimas de azúcar le caían. “Mariposa del aire, /... Leer más La entrada Carmen Nubla, Federico y el Pez Luna aparece primero en Zenda.

“Del olivo / me retiro, / del esparto / me aparto / del sarmiento / me arrepiento / de haberte querido tanto”.
Y los niños sonreían. Los niños eran niños de cuatro y cinco y seis años. Sentados y descalzos en el suelo, señalando con el dedo, algún gritito se escapaba, y aplaudían, y aplaudían, y aplaudían.
“Mariposa del aire, / qué hermosa eres, / mariposa del aire / dorada y verde. // Luz del candil, / mariposa del aire / ¡quédate ahí, ahí, ahí!… / Mariposa ¿estás ahí?”.
Veinte, treinta niños se volvieron aún más niños escuchando, asombrados, los poemas de Federico para los niños. Y los padres volvieron a ser niños niños, de cuando tartamudeaban.
Y Carmen Nubla, la más niña de todas las niñas, con su camiseta de Venezia, sus pantalones pirata, su voz de fuente y la sonrisa de jazmín, les hablaba, a niños y padres, de Federico, les llevaba y les traía, entonaba poemas y les mecía en un colegio, como Alicia en un país de amapolas.
“La Tarara, sí; / la tarara, no; la Tarara, niña, / que la he visto yo. // Lleva la Tarara / un vestido verde / lleno de volantes / y de cascabeles. // La Tarara, sí; / la tarara, no; / la Tarara, niña, / que la he visto yo”.
Durante una hora Lorca se hizo más niño en un colegio de niños (La Estrella del Pez Luna, Escuela Internacional de Educación Activa de El Plantío, Madrid) al ritmo de Carmen Nubla (nacida Carmen Gutiérrez, 47 años, hoy en Silvi Marini, cerca de Pescara, y antes vivió en Bolonia, Los Ángeles, Barcelona, Trujillo… Y estudió Pedagogía y Arte Dramático).
Y luego, en el jardín, un niño señalaba: “Mira, mamá, una botella de agua en el árbol”. Y otros se dejaban caer por el tobogán junto a farolas como de juguete, y otros hojeaban un libro de dibujos enormes, lleno de colores, de payasos con caras de harina y conos como sombreros, con las letras de Federico.
Todos fuimos un poco Federico durante una hora.
Y debajo de unos pinos gigantes, unas sillitas de colores de enanitos junto a una piscina olvidada en la tarde fría de marzo, y un estanque, y un almendro en flor, y un plátano triste, y unos troncos de árbol de tres palmos como asientos.
“El lagarto está llorando. / La lagarta está llorando. // El lagarto y la lagarta / con delantalitos blancos…”.
Carmen Nubla ha traído desde Italia su canto, y un acordeón, y un clarinete que hace sonar como si anunciara el día, despertando los pajarillos, coloreando la mañana. Carmen Nubla, con una sábana roja a sus espaldas a modo de telón y otra blanca enrollada en el suelo con unas lucecitas para marcar el escenario. Y del techo, suspendidos, unos banderines multicolores.
Y los niños corren, saltan, se agitan. Y se llaman Inés, y Jorge, y Rebeca, y Leo (el hijo de Carmen), y Adrián, y Jorge, y Luisa, y Nazareth, y Andrés, y Enriqueta.
“…Han perdido sin querer / su anillo de desposados. ¡Ay, su anillito de plomo, / ay, su anillito plomado!”
La hiedra revolotea y trepa por el chalé de piedra y chimenea junto. Y cerca, una mesita de piedra para escuchar cuentos, para cantar fantasías. Y al lado, un balón deshinchado. Y un sol cansado y dormido, como los caracoles. Y un sendero, y unas sombras que suben y bajan, que se escapan y aparecen, y que cantan como las ardillas.
“Un cielo grande y sin gente / monta en su globo a los pájaros. // El sol, capitán redondo, / lleva un chaleco de raso. // ¡Miradlos qué viejos son! / ¡Qué viejos son los lagartos! // ¡Ay, cómo lloran y lloran, / ¡ay! ¡ay! cómo están llorando!”.
Y dice luego Carmen Nubla: “Leí de niña a Lorca en un libro de mi madre, en las obras completas de Aguilar, aquella de tapas de cuero marrón. Y desde entonces…”. ¿Leería: “Quiero dormir el sueño de las manzanas, / alejarme del tumulto de los cementerios. / Quiero dormir el sueño de aquel niño / que quería cortarse el corazón en alta mar”?
Su madre iba a la ópera, a los conciertos, se vestía en casa y bailaba y bailaba junto a un viejo gramófono en las tardes largas de Trujillo. Y la niña Carmen, que empezaba a ser Carmen Nubla, la miraba, abierta la boca y, a su modo, lloraba.
Y me acordé del espacio de Esther de Lorenzo Contando cuentos en Radio 5: cada día se inventa una historia. Y esta entrada: “Bienvenidos al reino de los cuentos. Cinco minutos de cuento han de bastar, para que brujas, ogros, madrastras y lobos os hagan pensar y vuestra fantasía volar”. Y aquel poema de Pedro Salinas a su primer nieto, recién nacido: “Hoy he visto cómo el niño / goza la rosa. La rosa / es una cosa redonda / que le dice algo a los ojos. / ¿Qué será? Sólo la mano / podrá saberlo. La toma: / anda, cede; con la mano / tan chica que no le cabe / en ella la rosa entera, / la estruja. Alegría, allí, / no hace daño, la moldea / con su voluntad sin rumbo”.
Los niños que han ido al espectáculo de este 14 de marzo, un viernes de sol de helado, ya tienen en su corazoncito una luna de sol. Qué suerte. Ya serán niños, para siempre.
“Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. / El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña. / Con la sombra en la cintura / ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, / con ojos de fría plata. // Verde que te quiero verde. / Grandes estrellas de escarcha, / vienen con el pez de sombra / que abre el camino del alba”.
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