Anatomía de lo ligero
¿Por qué entonces una literatura incardinada en su tiempo no iba a obedecer a las mismas leyes? Se trata, entonces, de literatura ligera o aligerada al máximo de lo que puede decirse con menos, y de lo que no pueda decirse, limitarse a señalar, a indicar, cuando no a callar, como recomendaba Wittgenstein, maestro del... Leer más La entrada Anatomía de lo ligero aparece primero en Zenda.

Es un hecho que el mundo que nos rodea apunta, progresiva y decididamente, hacia la ligereza. Ligereza de lo material: aleación de nuevos materiales, microchips del tamaño de un grano de sal; zapatillas ultraligeras que hoy harían volar a Sebastian Coe o Saïd Aouita sobre el tartán o propulsar a Michael Jordan y Dominique Wilkins definitivamente hacia las estrellas; ¿han probado alguna vez a conectar un drive con la tosca raqueta de madera con que jugaban Orantes o Borg? No se lo recomiendo, a menos que tengan cerca a un fisioterapeuta especialista en lesiones de muñeca. La grácil elegancia con que negocian curvas en carreteras remotas los nuevos automóviles en los anuncios televisivos precipitaría al abismo los auténticos tanques motorizados que conducían nuestros padres en los años 70. Aquellos ordenadores portátiles de hace veinte años se han convertido en artilugios poco menos que aéreos.
Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es un escritor europeo radicado en el corazón del Eixample. A Vila-Matas, quizá por fotos de hace unos años, siempre lo he asociado con el uso indumentario de la gabardina y, en menor medida, con el del sombrero borsalino. Es este un detalle aparentemente banal, pero, como nos tiene acostumbrados el narrador barcelonés desde su Historia abreviada de la literatura portátil, fundamental para inscribir su literatura en un ecosistema de intenciones, préstamos, querencias y logros.
Así pues, Enrique Vila-Matas pertenece, en nuestra clasificación hecha un poco a la ligera, como no podía ser de otra forma, a la categoría de escritores europeos intencionadamente leves, ataviados con gabardina y eventual borsalino. El gran Umberto Eco perteneció también a esta categoría fantasmal. Sus novelas, aunque más trabadas de desarrollo argumental, están asimismo consteladas de referencias librescas y protagonizadas por personajes obsesionados por el Libro. Otros ilustres integrantes de esta familia transfronteriza podrían ser Claudio Magris, del que no se sale indemne tras la lectura de su monumental El Danubio, Leo Perutz y su Praga crepuscular, Franz Kafka, por supuesto, el checo Milan Kundera y el búlgaro Elias Canetti.
De este último, especialmente de su Auto de fe, lo mismo que de Kafka y su faceta más breve, hay muestras de rendido homenaje a lo largo del flamante nuevo libro de Vila-Matas.
Tras estas digresiones, podemos afirmar que Canon de cámara oscura es una narración ligera (en el sentido indicado anteriormente), compuesta de fragmentos y que combina el desarrollo de tres hilos argumentales que desembocan en un final no cerrado, sino abierto, como corresponde a los escritores de la estirpe del barcelonés.
El protagonista coincide en una fiesta a lo rive gauche celebrada en un piso barcelonés, tras años sin verse, con una antigua compañera de correrías literarias. Ambos, como los personajes de Eco en El péndulo de Foucault, integraban la cuadrilla poética capitaneada por Altobelli, una suerte de mâitre à penser cultivado, bohemio y firme propugnador del fracasismo, corriente o modo literario que, como su nombre indica, consiste en fracasar sin paliativos y desaparecer.
Eso sí, antes de hacerlo él mismo, encargó al narrador la elaboración de una suerte de canon literario compuesto, con delicadeza y dedicación benedictina, por fragmentos de obras que pacientemente deberá ir seleccionando de entre la ingente biblioteca que le dio en herencia, e irlos colocando en una suerte de cámara o antesala previa a su integración definitiva en el canon (imposible no pensar en el Kein de Canetti).
En paralelo, lo que parecía un encuentro nocturno y banal con su antigua conocida deriva, en la conciencia del protagonista, en la eclosión de antiguas sospechas y certezas acerca de su verdadera condición de androide, perteneciente, como su amiga, a la serie Denver.
Mientras ocupa su tiempo en la elaboración del minucioso y esquinado canon, cuyos fragmentos selecciona Vila-Matas con la maestría y el humor noir que le caracteriza, el Autor (aquí Pirandello y Beckett) se consume en la espera del regreso al domicilio paterno de su hija, fruto de la relación que tuvo el protagonista con Aiko, su esposa japonesa que se precipitó voluntariamente al vacío en su presencia.
Del mismo modo que en la seminal Blade Runner Ridley Scott iba sembrando dudas sobre el origen replicante de Deckard (otro del club de la gabardina) y de su bellísima aliada Rachael, el narrador vilamatiano las alberga más que razonables no solo de ser un Denver, sino de formar parte de aquellos que, siéndolo, quizá escaparon al perecedero designio que les esperaba (unos cuantos años de vida programada) y de ese modo trascendieron su condición de androide para abrazar otra dotada —el fantasma en la máquina— de conciencia y de alma plausiblemente humanas.
El amor que siente por su hija y su deseo de legarle un canon, tal y como su mentor Altobelli hizo con él, son acaso el perfecto ejemplo de que, aunque Denver, es bien capaz, como el inolvidable Rutger Hauer bajo la lluvia, de ser y mostrarse humano, demasiado humano.
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Autor: Enrique Vila-Matas. Título: Canon de cámara oscura. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros.
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