Demasiados divos
En la película 'Matar a un ruiseñor', basada en la obra del mismo nombre, escrita por Harper Lee, el abogado Atticus Finch, papel interpretado por Gregory Peck, sienta en sus rodillas a su pequeña Scout, de ocho años y le dice: «Nunca comprenderás a la persona que tienes delante si no te pones en su lugar». Se ve que el presidente del Real Madrid no conocía el dato o, si lo conocía, lo olvidó. Si se hubiera puesto en el pellejo de Vinicius, jugador fundamental para ganar dos grandes títulos la temporada pasada, como fueron Liga y Champions, se hubiera imaginado cómo le sentaría el fichaje de Mbappé, que además venía cobrando más que nadie en la plantilla. De fuera vendrán que de casa nos echarán, dice un viejo aforismo castellano. En la megalomanía natural, presente en todo poderoso, creyó que con el fichaje del mejor delantero del mundo el Madrid tendría asegurada la Champions los próximos cinco años. La obra faraónica del Bernabéu iba en esa línea. Y bien se vio desde la llegada del astro francés que el discurrir del Madrid por Liga y Champions no tenía nada que ver con los sueños florentinos. No calibró que el fútbol es deporte colectivo y que, por tanto, necesita de la colaboración de los once jugadores, en ataque y en defensa, repartiendo equitativamente el trabajo, como hacen los equipos campeones, entre ellos, más que ninguno, el Madrid de hasta hace un año. En su 'Álbum de la juventud', avisa Robert Schumann a los jóvenes músicos: «Si todos quisiesen ser primeros violines no podría formarse una orquesta». El Madrid tiene a tres virtuosos del área: Vinicius, Rodrigo y Mbappé, citados por orden de llegada. Pero cada uno va a su bola, porque si da un pase de gol a otro la gloria no va para él sino para aquel que vino de fuera a ganar más que los demás. Esta egolatría deportiva es la que ha llevado al Madrid a pasar eliminatorias angustiosas, con prórroga y penaltis, ante equipos menores, como el Atlético de Madrid o la Real Sociedad. Pero los números son quienes mejor reflejan la realidad. No vale echar la culpa de todo a Ancelotti. No vendrá ningún entrenador prestigioso sin exigir una plantilla compensada, y con el probable añadido del traspaso de Mbappé o de Vinicius. No hay papel para tanto divo. Agustín de la Calzada. Madrid Decía Cándido Conde-Pumpido que «el vuelo de las togas de los fiscales no eludirá el contacto con el polvo del camino». Estas palabras supusieron tal manifestación y promesa de intenciones, y agradaron tanto, que se le designó para el puesto que ocupa. Pero los resultados de ese pensamiento se han desmadrado de tal guisa que merecería un nuevo texto 'ad hoc', algo así como: «Su toga ha sufrido tales arrastres entre los desechos de la Moncloa que lo ahoga y envuelve hasta la cabeza». Lorenzo Forero García. Madrid
En la película 'Matar a un ruiseñor', basada en la obra del mismo nombre, escrita por Harper Lee, el abogado Atticus Finch, papel interpretado por Gregory Peck, sienta en sus rodillas a su pequeña Scout, de ocho años y le dice: «Nunca comprenderás a la persona que tienes delante si no te pones en su lugar». Se ve que el presidente del Real Madrid no conocía el dato o, si lo conocía, lo olvidó. Si se hubiera puesto en el pellejo de Vinicius, jugador fundamental para ganar dos grandes títulos la temporada pasada, como fueron Liga y Champions, se hubiera imaginado cómo le sentaría el fichaje de Mbappé, que además venía cobrando más que nadie en la plantilla. De fuera vendrán que de casa nos echarán, dice un viejo aforismo castellano. En la megalomanía natural, presente en todo poderoso, creyó que con el fichaje del mejor delantero del mundo el Madrid tendría asegurada la Champions los próximos cinco años. La obra faraónica del Bernabéu iba en esa línea. Y bien se vio desde la llegada del astro francés que el discurrir del Madrid por Liga y Champions no tenía nada que ver con los sueños florentinos. No calibró que el fútbol es deporte colectivo y que, por tanto, necesita de la colaboración de los once jugadores, en ataque y en defensa, repartiendo equitativamente el trabajo, como hacen los equipos campeones, entre ellos, más que ninguno, el Madrid de hasta hace un año. En su 'Álbum de la juventud', avisa Robert Schumann a los jóvenes músicos: «Si todos quisiesen ser primeros violines no podría formarse una orquesta». El Madrid tiene a tres virtuosos del área: Vinicius, Rodrigo y Mbappé, citados por orden de llegada. Pero cada uno va a su bola, porque si da un pase de gol a otro la gloria no va para él sino para aquel que vino de fuera a ganar más que los demás. Esta egolatría deportiva es la que ha llevado al Madrid a pasar eliminatorias angustiosas, con prórroga y penaltis, ante equipos menores, como el Atlético de Madrid o la Real Sociedad. Pero los números son quienes mejor reflejan la realidad. No vale echar la culpa de todo a Ancelotti. No vendrá ningún entrenador prestigioso sin exigir una plantilla compensada, y con el probable añadido del traspaso de Mbappé o de Vinicius. No hay papel para tanto divo. Agustín de la Calzada. Madrid Decía Cándido Conde-Pumpido que «el vuelo de las togas de los fiscales no eludirá el contacto con el polvo del camino». Estas palabras supusieron tal manifestación y promesa de intenciones, y agradaron tanto, que se le designó para el puesto que ocupa. Pero los resultados de ese pensamiento se han desmadrado de tal guisa que merecería un nuevo texto 'ad hoc', algo así como: «Su toga ha sufrido tales arrastres entre los desechos de la Moncloa que lo ahoga y envuelve hasta la cabeza». Lorenzo Forero García. Madrid
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