¿Deben los colegios ser responsables de la conciliación familiar? "No somos guarderías, nuestro trabajo no es cuidar"
En ocasiones puntuales extraordinarias, pero también cada final o incluso principio de curso, los centros educativos abren, pero sin dar clase, y la labor de custodia cae en el profesorado, que se cansa de ejercer una labor que no le corresponde y que, opinan, deberían cumplir otros profesionalesLa mañana en los colegios tras el apagón total: “No iba a traerlos porque teletrabajo pero es una gran ayuda” No es que pase cada semana, pero cada cierto tiempo se da en colegios e institutos una situación extraña: abren, pero no para dar clase. Se convierten por un día (o más) en una especie de guarderías en las que depositar a los estudiantes, incluidos los de 17 años, para que padres y madres puedan trabajar. Se hace, no hay alternativa en este momento, a costa del profesorado. Y los docentes están cansados de ser utilizados como el recurso para todo, de realizar funciones que no están en su descripción de trabajo y para las que no tienen por qué estar formados. La última vez sucedió el día después del apagón, el pasado 29 de abril. “Debido al apagón y ante la falta de conocimiento sobre cuándo se va a recuperar la luz, no habrá actividad lectiva, pero las instalaciones estarán abiertas con el profesorado suficiente para garantizar la atención de los alumnos de las familias que lo necesiten”, leía la instrucción que mandó la Comunidad de Madrid a sus centros el mismo día que cayó el suministro. No difiere mucho de la que enviaron otros Gobiernos regionales, como el de la Comunitat Valenciana. Pero no siempre pasa por circunstancias excepcionales: cada fin de curso se da esta situación durante una o dos semanas. No hay clase, pero los colegios abren. Aquel día, como otros, la respuesta de algunos docentes fue automática ante una situación que ven recurrente. “El gobierno de España ha dicho que en Murcia abrirán los colegios pero sin actividad lectiva. El gobierno de Murcia dice que abrirán para conciliar. Los colegios no son parkings de niños ni los docentes monitores de ocio y tiempo libre. ¿Nos toman el pelo? ¿Acaso le piden a los médicos que limpien las habitaciones de sus pacientes?”, se preguntaba una docente en un mensaje que firmarían muchos colegas (y que replicaron con alguna variante en X). “Se llama ‘centro educativo’, pero hoy es más ‘centro de entretenimiento y custodia'. Esto no es una crítica a las familias. La realidad es que sin un plan de conciliación serio, cuando surgen situaciones excepcionales, los niños acaban dependiendo de los colegios o de los abuelos para ser atendidos. La escuela no puede ser siempre la solución de emergencia”, reflexionaba otra. En estos dos razonamientos se resume la protesta docente ante estas situaciones. El día después del apagón fue sobrevenido y excepcional, pero esta situación se da de alguna manera cada final de curso en la semana o dos que suelen quedar entre el último examen del año académico, a mediados de junio, y el final del curso escolar, cuando acaba el mes. “¿Va a venir un alumno de 17 años siete horas a matar el rato?” Los docentes consultados para elaborar este artículo entienden que el debate es complejo y que el sistema exige a los trabajadores que acudan a su puesto en casi cualquier circunstancia, pero defienden que no es el rol del profesorado atender cualquier imprevisto que surja. “Nosotros estamos por la labor de ayudar, pero no entiendo que un centro educativo sea una guardería y es lo que pasa estas ocasiones”, opina Toni González Picornell, presidente de Fedadi, la federación de asociaciones de directivos de centros de Secundaria. De hecho, cuenta, así se lo admitió tal cual el ayuntamiento de Alcoi: “[Los trabajadores] tienen que conciliar”, cuenta. “Este es un tema que siempre sale en algún momento del curso. En un centro no se está por estar. A lo mejor hay que cambiar el concepto y meter educadores sociales para cuando no haya clase”. Todos coinciden en separar la apertura del centro de los profesionales que deben hacerse responsables los días que no se imparta clase, como propone González Picornell. “No sé si da para abrir un debate”, sostiene Sonia García, portavoz del sindicato de profesores ANPE, “pero a lo mejor sí haría falta una coordinación y un protocolo [para estos casos]. Se confunde mucho el horario lectivo que tiene el profesor, estipulado por ley, y la parte asistencial y de conciliación. Una cosa es que esto recaiga en el centro educativo, que puede ser, pero no en los docentes. El centro puede ofrecer extraescolares, por ejemplo. Pero eso hay que pagarlo, y entonces la administración recurre al profesorado que ya está ahí. No debería pasar. Lo nuestro es el proceso de enseñanza-aprendizaje, no en lo asistencial”. Tampoco parece muy natural meter a todo el alumnado en el mismo saco como se hizo el día del apagón, tercia Rosa Rocha, directora del IES Guadarrama y presidenta de Adimad, la sección madrileña de Fedadi: “Se adop

En ocasiones puntuales extraordinarias, pero también cada final o incluso principio de curso, los centros educativos abren, pero sin dar clase, y la labor de custodia cae en el profesorado, que se cansa de ejercer una labor que no le corresponde y que, opinan, deberían cumplir otros profesionales
La mañana en los colegios tras el apagón total: “No iba a traerlos porque teletrabajo pero es una gran ayuda”
No es que pase cada semana, pero cada cierto tiempo se da en colegios e institutos una situación extraña: abren, pero no para dar clase. Se convierten por un día (o más) en una especie de guarderías en las que depositar a los estudiantes, incluidos los de 17 años, para que padres y madres puedan trabajar. Se hace, no hay alternativa en este momento, a costa del profesorado. Y los docentes están cansados de ser utilizados como el recurso para todo, de realizar funciones que no están en su descripción de trabajo y para las que no tienen por qué estar formados.
La última vez sucedió el día después del apagón, el pasado 29 de abril. “Debido al apagón y ante la falta de conocimiento sobre cuándo se va a recuperar la luz, no habrá actividad lectiva, pero las instalaciones estarán abiertas con el profesorado suficiente para garantizar la atención de los alumnos de las familias que lo necesiten”, leía la instrucción que mandó la Comunidad de Madrid a sus centros el mismo día que cayó el suministro. No difiere mucho de la que enviaron otros Gobiernos regionales, como el de la Comunitat Valenciana. Pero no siempre pasa por circunstancias excepcionales: cada fin de curso se da esta situación durante una o dos semanas. No hay clase, pero los colegios abren.
Aquel día, como otros, la respuesta de algunos docentes fue automática ante una situación que ven recurrente. “El gobierno de España ha dicho que en Murcia abrirán los colegios pero sin actividad lectiva. El gobierno de Murcia dice que abrirán para conciliar. Los colegios no son parkings de niños ni los docentes monitores de ocio y tiempo libre. ¿Nos toman el pelo? ¿Acaso le piden a los médicos que limpien las habitaciones de sus pacientes?”, se preguntaba una docente en un mensaje que firmarían muchos colegas (y que replicaron con alguna variante en X).
“Se llama ‘centro educativo’, pero hoy es más ‘centro de entretenimiento y custodia'. Esto no es una crítica a las familias. La realidad es que sin un plan de conciliación serio, cuando surgen situaciones excepcionales, los niños acaban dependiendo de los colegios o de los abuelos para ser atendidos. La escuela no puede ser siempre la solución de emergencia”, reflexionaba otra.
En estos dos razonamientos se resume la protesta docente ante estas situaciones. El día después del apagón fue sobrevenido y excepcional, pero esta situación se da de alguna manera cada final de curso en la semana o dos que suelen quedar entre el último examen del año académico, a mediados de junio, y el final del curso escolar, cuando acaba el mes.
“¿Va a venir un alumno de 17 años siete horas a matar el rato?”
Los docentes consultados para elaborar este artículo entienden que el debate es complejo y que el sistema exige a los trabajadores que acudan a su puesto en casi cualquier circunstancia, pero defienden que no es el rol del profesorado atender cualquier imprevisto que surja. “Nosotros estamos por la labor de ayudar, pero no entiendo que un centro educativo sea una guardería y es lo que pasa estas ocasiones”, opina Toni González Picornell, presidente de Fedadi, la federación de asociaciones de directivos de centros de Secundaria. De hecho, cuenta, así se lo admitió tal cual el ayuntamiento de Alcoi: “[Los trabajadores] tienen que conciliar”, cuenta. “Este es un tema que siempre sale en algún momento del curso. En un centro no se está por estar. A lo mejor hay que cambiar el concepto y meter educadores sociales para cuando no haya clase”.
Todos coinciden en separar la apertura del centro de los profesionales que deben hacerse responsables los días que no se imparta clase, como propone González Picornell. “No sé si da para abrir un debate”, sostiene Sonia García, portavoz del sindicato de profesores ANPE, “pero a lo mejor sí haría falta una coordinación y un protocolo [para estos casos]. Se confunde mucho el horario lectivo que tiene el profesor, estipulado por ley, y la parte asistencial y de conciliación. Una cosa es que esto recaiga en el centro educativo, que puede ser, pero no en los docentes. El centro puede ofrecer extraescolares, por ejemplo. Pero eso hay que pagarlo, y entonces la administración recurre al profesorado que ya está ahí. No debería pasar. Lo nuestro es el proceso de enseñanza-aprendizaje, no en lo asistencial”.
Tampoco parece muy natural meter a todo el alumnado en el mismo saco como se hizo el día del apagón, tercia Rosa Rocha, directora del IES Guadarrama y presidenta de Adimad, la sección madrileña de Fedadi: “Se adoptan decisiones que son las fáciles a nivel legal, se hace para todos, pero debería adaptarse. Hay que distinguir entre alumnos de Primaria, Secundaria, Bachillerato y FP”. Lo formulaba de manera más explícita otra docente en X: “¿Para qué va a venir un alumno de 17 años a mi instituto siete horas 'no lectivas' mañana? ¿A matar el rato? ¿Nos dedicamos a montar pachangas en el patio?”.
Rocha entiende el “malestar de algunos profesores”, que se vieron “cuidando niños”. “Es lo que estuvimos haciendo. ¿Esa es una de nuestras funciones? No, somos profesores. Nuestro terreno es educativo: enseñar y trabajar con el alumnado. Pero muchas veces estamos actuando para facilitar la conciliación”. García pide “planes de conciliación que no recaigan en la familia ni en el colegio”.
Ser personal esencial sin serlo
El profesorado también siente que en cierta manera se le ningunea cuando, sin que esté establecido que sean considerados personal esencial, se recurre a ellos como si lo fueran. El día posterior al apagón, reflexionan varios, se pidió a la población que limitase sus desplazamientos ante la incertidumbre sobre cómo transcurriría la jornada, pero a ellos se les convocó en sus centros. “Igual que había padres que a lo mejor no podían acceder a su puesto de trabajo podía haber profesorado que no pudieran hacerlo por las mismas circunstancias”, explica lo evidente García. Rocha cree que, dadas las circunstancias, debería incluirse al profesorado entre los servicios esenciales.
Jorge Delgado, director del CEIP Blas Infante de Écija y presidente de Fedeip, la federación de asociaciones de directores de centros de Primaria, explica que este debate es recurrente entre los profesionales, pero distingue circunstancias. “El apagón, estábamos en nivel 3 de emergencia, fue una cosa puntual y urgente y a lo mejor era una necesidad utilizar los centros educativos para la conciliación. Pero sí opinamos que un colegio no es un aparcaniños. Nosotros estamos para enseñar”.
Y aunque algunos puedan entender la urgencia y excepcionalidad de ese día, hay ocasiones en que se repite esta situación que no tienen nada de extraordinario. “Esto pasa también a final de curso, cuando los chicos no tienen exámenes. Los centros están abiertos, preparamos actividades, pero hasta las propias familias nos dicen que para qué. Vienen los alumnos porque no saben qué hacer en su casa”, lamenta Rocha. “Es todo un reto convertir los finales de curso en algo atractivo” también en Primaria, conviene Delgado, “pero hay un calendario que marca y nos tenemos que reinventar”.
Isabel Galvín, portavoz de CCOO en el Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid, advierte en ese sentido de la inflación de los calendarios escolares en algunas comunidades autónomas como la madrileña. “El año que viene tiene 180 días, la que más. Educación infantil, Primaria y Secundaria empiezan los primeros días de septiembre y el curso acaba muy tarde. El objetivo es abrir los centros sea como sea. Cada año es lo mismo. Aunque falten miles de profesores y no se pueda adelantar materia. Pero se trata de abrir para paliar la falta de políticas de conciliación. No nos parece mal que se abran los centros, incluso en vacaciones, pero con otros trabajadores. De hecho, la apertura de centros puede complementar la educación formal y, si se hace bien, también es una actividad educativa”, cierra.