De hipsters con barba a ‘hipZters’ en oversized: así se transformó el crush aspiracional de la Gen Z
Hace no tanto, el hombre deseable era un barista blanco de barba perfecta, camisa de franela, bici vintage y tatuajes discretos que citaban a Bukowski. El hipster era el canon: alternativo, artesanal, sensible, y con una obsesión estéticamente incómoda por Latinoamérica. Pero el tiempo pasó, Instagram cambió y ahora el nuevo crush cultural es otro, […]

Hace no tanto, el hombre deseable era un barista blanco de barba perfecta, camisa de franela, bici vintage y tatuajes discretos que citaban a Bukowski. El hipster era el canon: alternativo, artesanal, sensible, y con una obsesión estéticamente incómoda por Latinoamérica. Pero el tiempo pasó, Instagram cambió y ahora el nuevo crush cultural es otro, los hipZters: uno con bigotito setentero, rulos perfectamente desordenados, tote bag con mensaje irónico y ropa que parece robada del clóset de su papá divorciado. ¿Qué fue lo que pasó? Cambió lo que entendemos por aspiracional.
Del hipster blanco al hipZters, ¿cuál es la diferencia?
El hipster tenía una estética artesanal pero exigente. Sabía más que tú, escuchaba mejor música que tú, y tomaba café como si fuera un ritual sagrado. Era una masculinidad alternativa, pero con el mismo aire de superioridad con el que crecimos en los 2000. Todo tenía que verse auténtico: el pan hecho en casa, la bici restaurada, las fotos en película. Pero con el tiempo, esa estética se volvió fórmula, se volvió marca… y se volvió cringe. La Gen Z lo notó y dijo: gracias, next.
Ahora el nuevo canon alternativo es más blando, más vulnerable, más… mojado por dentro. El famoso “niño brócoli” —llamado así por su copete esponjado— es una evolución estética pero también emocional. Tiene uñitas pintadas, muchos anillos, collar de cuentas y referencias visuales que mezclan Tumblr 2013 con TikTok 2024.
Ya no quieren parecerse a un leñador canadiense, sino a un personaje secundario de una peli de A24. Medio indie, medio triste, medio cool. Con uñas pintadas, perlitas, collar de cuentas, y mil anillos vintage que suenan cuando agarran su matcha. Y aunque parezca que no le importa nada, su look es una coreografía cuidadosamente armada para parecer espontáneo.
Más que ropa: el estilo como narrativa emocional
Esta no es solo una moda, es una forma de narrarse. La estética se volvió una extensión del yo: tu outfit dice cómo te sientes, cómo piensas y qué tan conectado estás con lo alternativo, lo vintage, lo irónico, lo emocional. Ya no se busca parecer exitoso, sino parecer interesante. El éxito es tener sensibilidad, buen gusto, playlists de bedroom pop y una foto llorando que parezca portada de disco.
Pero no hay que romantizar todo. Este nuevo look también es producto de lo viral, del algoritmo, de lo que es reconocible online. Lo que antes era una identidad contracultural, ahora se volvió categoría visual: goblincore, sad beige, indie sleaze, clean boy aesthetic. Y sí, hay curaduría detrás. Mucha. Aunque te vendan que “solo agarré lo primero que vi”.
¿Revolución estética o mismo cuento con otro filtro?
El cambio es real, pero también hay que preguntarse si no estamos viendo el mismo fenómeno con otro envoltorio. El hipster también empezó como reacción a lo mainstream y terminó en catálogo. Hoy el niño brócoli corre el mismo riesgo: ser parte de una nueva homogeneidad disfrazada de autenticidad.
¿Eso lo invalida? No. Pero sí nos obliga a mirar con más atención cómo operan las modas aspiracionales, cómo se relacionan con la clase, con el capital cultural y con la idea de pertenecer. Porque al final, esta estética también excluye, también tiene reglas, también responde a un contexto privilegiado donde puedes tomarte tiempo para “buscarte” entre tote bags, vinilos, polaroids y anillos vintage.
Lo aspiracional ya no es ser un adulto funcional con dinero: es ser un adulto medio confundido pero con un gran estilo.
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