Bailes de salón, con Paul Arizin
Un pequeño 'accidente' en un partido desencadenó la presentación de un recurso tan extendido hoy en día: el tiro en suspensión. La entrada Bailes de salón, con Paul Arizin se publicó primero en NBAManiacs. Source: NBAManiacs


La aterrada mirada de los primeros propietarios de la NBA seguía muy de cerca la evolución de aquella competición todavía en pañales y sonajero para mantenerla con vida. En mercados potentes como el de Boston o New York, sustentados sobre la pionera visión de ciertos magnates, la recién estrenada paternidad era mucho más llevadera. Algunos incluso corrían ya. Sin embargo, lo más frecuente entonces era tropezar, tropezar y volver a tropezar. Tanto que muchas franquicias no consiguieron levantarse jamás y desaparecieron.
En todo caso, no fue el dinero ni el poder —o no tanto como cabríamos esperar— lo que salió al rescate de la competición durante finales de los 40 y principios de los 50 del siglo pasado. En algunos casos, un simple acordeón resultó suficiente para salvar a la que, a la postre, se asentaría como una de las franquicias más laureadas de la historia. En otras no hizo falta acordes sino la incorporación de nuevos recursos, tan ordinarios hoy en día, pero totalmente revolucionarios en una NBA en blanco y negro a ritmo de locomotora a vapor.
Ahora alucinamos con la visión de juego de Nikola Jokic, la longevidad de LeBron James y el neotipo estructural todavía por descifrar que acompaña a la irrupción de Victor Wembanyama. Todo ello mientras los hermanos Thompson proponen un nuevo paradigma y asoma ya por el horizonte Cooper Flagg con la intención de reclamar su porción del pastel. Por el contrario, en los años 50 se consideró subversivo —casi una herejía— el simple hecho de lanzar a canasta tras despegar ambos pies del suelo.
En una época en la que el desarrollo del lanzamiento a canasta, tan estandarizado y versátil en nuestros días, se encontraba todavía en fase embrionaria y la velocidad del juego era más bien escasa y reducida, Paul Arizin revolucionó la ofensiva del baloncesto con un repertorio de habilidades y recursos sin parangón que incluyó un movimiento nunca antes visto hasta entonces: el tiro en suspensión. Si bien es cierto que jugadores universitarios como John Miller Cooper o John Christgau, o su coetáneo en la NBA, Joe Fulks, ya lo habían presentado en sociedad, ninguno apostó de forma tan decidida por él como Arizin, quien, además ponía mucho más sobre la mesa.
Además de su inigualable precisión en el tiro, la cual le otorgó una efectividad en tiros de campo superior al 40% en una época donde apenas unos pocos privilegiados podía superar siquiera el 30%, Pitchin Paul, como era conocido dentro del seno de la liga, disfrutaba de una capacidad atlética impresionante para los estándares del momento, un elegante y refinado control del balón y unas capacidades defensivas que desquiciaban a cualquier rival. Para poner nombre, una versión anticipada de lo que serían en décadas venideras estrellas como Michael Jordan, Sidney Moncrief o, más acorde a nuestros días, Kawhi Leonard.
Volviendo al tema que nos incumbe, fue ‘gracias’ a su entrenador en el instituto que la NBA pudo disfrutar de una forma de lanzar a canasta que revolucionó la concepción de la técnica individual en el mundo de la canasta norteamericana.
Nacido en Philadelphia en 1928 fruto del matrimonio entre una pareja de emigrantes francés e irlandesa, Arizin sufrió el desprecio de su coach en La Salle High School. Después de tres temporadas cumpliendo un papel meramente residual, el entrenador, quien nunca confió en sus posibilidades, decidió cortar al imberbe jugador en su año senior, en una decisión que amenazó seriamente con poner punto y final a su carrera baloncestística antes incluso de haber dado comienzo. Obviamente, no fue así.
Pese a su nueva condición de repudiado, el amor de Arizin por el baloncesto no hizo más que reforzarse hasta límites casi enfermizos. Su talento, a pesar de su salida por la puerta de atrás de La Salle, había alcanzado el estatus de fenómeno deportivo en todos los rincones de la ciudad. Y el talento siempre encuentra callejones y vías secundarias por las que extenderse.
Inmediatamente se unió a varias ligas independientes de la urbe, llegando a formar parte de hasta seis equipos a la vez, lo que se traducía en jornadas maratonianas de hasta dos partidos por noche. «Solo lo hice porque amaba jugar al baloncesto», reconocería años después.
Uno de esos innumerables encuentros fue el privilegiado escenario para un movimiento que, pese a lo habitual en nuestros días, supondría una auténtica revolución en el baloncesto de la década de los 40. Ante la inexistencia de recintos preparados para acoger partidos de esta disciplina, mucho de los duelos se jugaban sobre resbaladizas pistas de baile, tan de moda en la geografía norteamericana del momento.
En un instante dado, y debido a la vertiginosa velocidad que alcanzaba cuando le poseía la inspiración, un resbalón en el momento de lanzar lo obligó a, inmediatamente, equilibrar su cuerpo en el aire antes de completar el tiro. El balón, por supuesto, entró, pero lo realmente importante fue la ejecución del mismo: el tiro en suspensión había firmado su carta de presentación ante los perplejos ojos de los aficionados y de sus propios compañeros y rivales. Hoy en día el vídeo hubiera irrumpido con fuerza en tu cuenta de Instagram, TikTok o YouTube. Pero el término viralizar usaba entonces esmoquin y fumaba en pipa.
Pese al susto a causa de lo repentino e improvisado del momento, este recurso terminó por convertirse en su seña de identidad. «Cuanto más lo hacía, mejor me sentía. Antes de que lo supiera, prácticamente todos mis lanzamientos eran tiros en suspensión», recordaría Arizin.
Por lo tanto, no es de extrañar que tanto aficionados como periodistas deportivos abrazaran con entusiasmo el elegante y descarado estilo de juego de Arizin. Su tiro en suspensión —según las crónicas de entonces— era imposible de defender y ni siquiera jugadores como Dolph Schayes, Bob Pettit o George Mikan, considerablemente más altos que Arizin (1,93) podían frenarlo. Piensa en el Sky-hook de Kareem Abdul-Jabbar o el fade-away de Dirk Nowitzki para que nos entendamos mejor.
Anotador incansable desde todos los rincones de la cancha y acérrimo amante del buen trato a la pelota, Pitchin Paul se asentó como uno de los jugadores más acrobáticos y espectaculares de su época. Su superioridad ofensiva fue tal que, entre otros tantos logros y gestas, destacaron sus 85 puntos en un encuentro ante la Philadelphia Naval Air Materials Center cuando militaba en las filas de los Wildcats, estrenar el All-Star Game o sus más de 20 puntos por partido en nueve de sus diez temporadas en la liga, todas ellas en las filas de los Philadelphia Warriors, con los que se proclamaría campeón en 1956.
De hecho, en el momento de su retirada en 1962, con apenas 33 años tras promediar 22,1 puntos a lo largo del curso, Arizin se situó como el tercer máximo anotador de la historia de la NBA (16.266) tan solo por detrás de otras dos leyendas del calibre de Dolph Schayes (18.438) y Bob Cousy (16.955).
Por todo ello no es de extrañar que la NBA recompensara su, por otro lado, impagable legado en la competición con su inclusión en el Salón de la Fama y en la prestigiosa lista de los 50 Mejores Jugadores de la Historia y, más recientemente, de los 75 Mejores Jugadores de la NBA.
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