Aromas, emociones e inteligencia artificial: la frontera sensorial que nos hace humanos
En la era de la inteligencia artificial, donde las máquinas aprenden, razonan y hasta imitan comportamientos humanos, surge una pregunta poderosa: ¿puede una inteligencia artificial oler como nosotros?

Y más aún, ¿puede una máquina sentir lo que un aroma evoca en nuestro interior? Esta intersección entre tecnología y sentidos humanos abre una conversación fascinante para el mundo del marketing: la brecha emocional que los aromas siguen representando frente a cualquier avance tecnológico.
El sentido olvidado en la era digital
Vivimos en una economía visual y auditiva. La mayor parte del contenido digital se diseña para ser visto o escuchado: videos, textos, pódcast, reels, anuncios, música. Sin embargo, en esta hiperconectividad digital, el olfato sigue siendo el gran ausente. Las pantallas no huelen. Y aunque la inteligencia artificial puede analizar textos, imágenes y sonidos con precisión asombrosa, el mundo de los aromas sigue siendo, hasta hoy, territorio esencialmente humano.
La inteligencia artificial avanza… pero no huele
La IA ha demostrado habilidades sorprendentes: diagnosticar enfermedades, componer música, escribir novelas, crear obras de arte. Pero cuando se trata de percibir y asociar aromas con recuerdos, experiencias o emociones, las máquinas están muy lejos. El olfato humano está directamente conectado con el sistema límbico, el centro de las emociones y la memoria. Por eso un aroma puede hacerte llorar, sonreír o transportarte en el tiempo sin previo aviso.
Una IA puede reconocer un aroma desde el punto de vista molecular, pero no puede comprender lo que ese aroma significa para una persona que olió pan recién horneado en la cocina de su abuela. Ahi radica la magia.
Aromas y emociones: un lenguaje sin traducción
El neuromarketing ha demostrado que el olfato influye hasta en el 75% de nuestras emociones diarias. Un aroma puede incrementar el tiempo de permanencia en un espacio, mejorar la percepción de una marca y elevar la intención de compra. Sin embargo, su mayor poder radica en su capacidad para crear conexiones emocionales profundas.
Mientras la inteligencia artificial optimiza datos, los aromas despiertan memorias. Mientras los algoritmos predicen comportamientos, una fragancia puede transformar la percepción de un espacio o producto en segundos.
Esto representa una ventaja competitiva brutal para las marcas que entienden el poder del marketing olfativo.
El futuro es sensorial
En un mundo donde la IA dominará cada vez más aspectos de la estrategia, automatizando tareas y personalizando experiencias, el marketing sensorial se posiciona como el contrapeso humano. Una forma de diferenciarse en lo emocional. El branding del futuro no solo deberá hablarle al cerebro, sino al corazón. Y para eso, los sentidos seguirán siendo claves.
El aroma tiene la capacidad de anclar una experiencia positiva en la mente del consumidor de forma involuntaria. Cuando una marca crea un aroma propio y lo integra en su experiencia de cliente (tiendas, hoteles, productos, eventos), está sembrando un recuerdo emocional imborrable. Aún ninguna IA puede replicar eso.
IA y marketing olfativo: aliados, no enemigos
No se trata de oponer la tecnología con la sensorialidad, sino de integrarlas inteligentemente. La IA puede ayudar a analizar patrones de comportamiento del consumidor, detectar emociones en tiempo real, identificar momentos clave para impactar sensorialmente. Con esos datos, los expertos en marketing olfativo pueden diseñar estrategias aún más efectivas.
Por ejemplo, cruzar la información de comportamiento digital con reacciones fisiológicas permite saber cuándo y dónde usar un aroma específico para provocar determinada respuesta emocional. La IA puede mapear el viaje del cliente; el marketing sensorial lo convierte en una experiencia memorable.
Casos de éxito: cuando el aroma supera al algoritmo
Algunas marcas ya han entendido esto. Starbucks, por ejemplo, cuida meticulosamente el aroma a café en sus tiendas. No es casualidad que se prohíba recalentar alimentos que puedan interferir con ese olor. Su objetivo es que el aroma del café sea parte de su identidad sensorial. Una experiencia que no puede digitalizarse ni automatizarse.
Abercrombie & Fitch logró que sus tiendas fueran reconocidas a metros de distancia gracias a su icónico aroma. Y hoteles como Westin han creado fragancias exclusivas que hacen que los clientes asocien el olor con descanso, lujo y bienestar.
En todos estos casos, la IA puede ayudar a optimizar recursos, pero el impacto emocional lo genera el aroma. Un impacto que ninguna inteligencia artificial puede replicar… porque no se trata de datos, sino de sensaciones.
La inteligencia artificial está transformando el marketing, sí. Pero el olfato sigue siendo nuestra ventaja humana más poderosa. Mientras las máquinas aprenden a imitar la inteligencia, nosotros tenemos la capacidad de conectar emocionalmente a través de los sentidos.
En un mundo dominado por la tecnología, las marcas que logren crear experiencias sensoriales auténticas, únicas y memorables tendrán el poder de quedarse grabadas no solo en la mente, sino en el corazón del consumidor.
Porque, al final, una marca que huele, emociona. Y una marca que emociona, permanece.