Carta a Raúl del Pozo

Te escribo el martes 29 de abril. Ayer fue el “gran apagón”, como sabes. De hecho todavía no he podido hablar contigo, aunque ayer mismo habíamos quedado tú y yo con nuestro amigo Rafael Ramonet para comer. Me apetecía mucho, pero no pudo ser. Justo cuando salía de mi casa notamos que faltaba la electricidad,... Leer más La entrada Carta a Raúl del Pozo aparece primero en Zenda.

May 8, 2025 - 00:05
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Carta a Raúl del Pozo

Querido Raúl:

Te escribo el martes 29 de abril. Ayer fue el “gran apagón”, como sabes. De hecho todavía no he podido hablar contigo, aunque ayer mismo habíamos quedado tú y yo con nuestro amigo Rafael Ramonet para comer. Me apetecía mucho, pero no pudo ser.

Justo cuando salía de mi casa notamos que faltaba la electricidad, y ya en la calle el portero y algunos vecinos iban dando las primeras noticias. Noticias llenas de sorpresa y de incertidumbre. Decían que tampoco había electricidad en Francia, y me parece que ya fallaba en Portugal.

Se me ha ocurrido escribirte esta carta por muchas razones. Una de ellas es porque tú siempre dices que periodista es el que sale a la calle y cuenta lo que pasa. Yo nunca me he sentido tan periodista como ayer, cuando salí a la calle y vi lo que pasaba. No me podía comunicar contigo pero sí con Ramonet, al que llamé por teléfono (todavía funcionaba el móvil). Quedé con él en que iría a su casa. Subí cinco altos pisos de una casa antigua de Madrid para verlo, para hablar con él. Pero antes vi el panorama.

Madrid estaba sin semáforos, pero coches y viandantes nos manejábamos bastante bien para circular. Yo sentía sin embargo que flotaba en el ambiente un ligero aire de Apocalipsis, o en cualquier caso de que algo pasaba. Algo serio. Recordé el principio de La estrella misteriosa, de Tintín. Por el ambiente de las calles, supongo. En ese comienzo se habla y se describe el fin del mundo, una forma del fin del mundo, que al final no llega a realizarse.

Me llama mucho la atención que lo que antes sólo vivíamos en la ficción, y muy especialmente en la ciencia-ficción, en novelas y películas, ahora es parte habitual de nuestra vida. La pandemia, la gran nevada de Filomena, lo de ayer, y en general nuestras vidas, que ya han dejado muy atrás a los novelistas que leía con admiración hace años, como George Orwell, por ejemplo.

No sé lo que ocurrirá en el futuro, pero será difícil que estemos preparados para ello porque da la impresión de que la realidad siempre está dispuesta a superar a la ficción, y lo consigue. Como diría Oscar Wilde, la realidad imita al arte; siempre lo ha hecho y lo sigue haciendo. Pero cada vez el modelo es mayor, el punto de partida es mayor, y el fruto de esa imitación, de esa inspiración, por decirlo de algún modo, es más exagerado.

Yo pensaba tener una amenísima comida contigo, de conversación variada, en la que sin duda hablaríamos mucho de la muerte del papa, de sus funerales, del cónclave… porque Ramonet es especialista en ello y porque sé que a ti te interesan mucho estos temas como periodista. A mí también.

Pero no pudo ser. Por eso se me ha ocurrido escribirte esta carta-artículo, y para contarte lo que no te pude decir ayer cuando ocurrió todo.

Aunque he dicho que en Madrid había cierto aire de Apocalipsis, la verdad es que no dejaba de ser agradable, a su manera, porque los coches y los viandantes nos manejábamos muy bien para circular, como ya he dicho, aunque no había luz en los semáforos. Parecía que reinaba el sentido común y la buena voluntad. Esto me gustó.

Luego sí que han dicho que se han registrado incidentes, que muchos se quedaron en trenes a mitad de trayecto, y en el metro, que los tuvieron que evacuar. También sé que mucha gente tuvo que dormir en la estación de Atocha, en Madrid, por ejemplo, y que esto generó problemas. Sé que los aeropuertos, mal que bien, pudieron funcionar. No tengo toda la información aunque utilicé una radio de pilas que disfruto mucho en mis paseos por el Retiro. Ayer me fue muy útil, y dijeron luego en la tele que hasta el rey Felipe andaba con una radio de pilas.

Poco a poco iremos sabiendo cosas. Esta “carta” la escribo en varios momentos. Ahora han pasado más horas. Escribo a primera hora del miércoles. Ayer apenas encontré momento para escribir, y el mismo lunes había demasiado que vivir como para escribir, si lo expreso de algún modo. Había que actuar, en la medida de mis posibilidades, que no eran muchas.

Yo pensaba hacer un artículo de nuestra comida, e incluso tenía en la recámara escribirte alguna carta, porque ya he escrito en Zenda, si no me equivoco, más de cuarenta, a escritores, personajes literarios y otras gentes queridas. ¿Por qué no te iba escribir a ti, que tan buen amigo eres y con todo lo que te admiro?

Eres un ejemplo de escritor, y en este caso yo te destacaría como modelo de periodista. El lunes vivimos un buen día para el periodismo, quizá porque ahora que lo pienso el periodismo donde mejor se mueve es en el terreno de lo excepcional, de lo extraordinario. Y ese terreno se puede dar de muchas maneras, positivas o negativas.

Desgraciadamente, en España, y en el mundo, lo excepcional y extraordinario, en este sentido, se va volviendo habitual, y más vale que nos habituemos a vivir en lo extraordinario. Sin embargo, la Historia y la experiencia me enseña también que el ser humano, como diría Homero de Ulises, es “rico en ardides”, “rico en ingenio”, que disfruta y ejerce una gran capacidad de adaptación, e intuyo que saldremos adelante con lo que se nos venga encima.

En fin, ya sé que esto no es tan sencillo, que algunos lo pasan o lo pasamos mal, y que la vida puede ser muy dura. Lo sé.

Me gustó, con todo, lo que vi cuando salí a las calles de Madrid, insisto. Vi tranquilidad, calma. Vi a la gente extrañada, hablando con unos y otros, buscando noticias, pero el ambiente en general era amable. Vi un buen espíritu colectivo. Me sentí orgulloso de ser humano, de ser persona, ahí sí, teniendo en cuenta que casi me sentía más un personaje de ficción que un ser real. Me sentía, y esto me ocurre a veces, más uno de los personajes que tanto he admirado y leído, como el mismo Tíntín, por ejemplo, incluso uno de mis propios personajes.

El escritor, me parece, admira más a sus propios personajes que a sí mismo. Es lector de la realidad, de la Historia, de los libros de otros. Es inventor de nuevas historias, de nuevos seres. Pero yo creo que se considera como una especie de intermediario, de médium, para que todo eso llegue a los lectores, lo reciban y lo disfruten, o lo asimilen. Él en el fondo no tiene mucha importancia, aunque ser escritor pueda sonar como algo muy importante, quizá por el material que uno maneja —la vida, las ideas, la imaginación— y por lo que llena escribir.

Pero es mucho más apasionante vivir la realidad, la Historia, incluso la “ficción”, si me lo permites, Raúl, y tú lo entenderás, como escritor, como periodista y como ser vivo.

Sin embargo, ser escritor y ejercer esta condición también tiene muchas ventajas. Muchísimas. Y también es apasionante.

Sí, poco a poco nos enteraremos de nuevas informaciones. Yo tuve mucha suerte de que no me ocurrió nada, ni a mí ni a mi familia. Mis amigos también me han dicho que están bien, aunque algunos han tenido algún percance, por supuesto, nada grave, gracias a Dios.

Raúl, cuando ocurrió esto quedamos incomunicados. Te llamamos pero no dimos contigo. También te escribimos. Rafael y yo decidimos no ir a nuestra comida porque no tenía sentido. El restaurante, pensamos, no podría cocinar y no tendría ni siquiera luz para iluminar a sus comensales. La comunicación en Madrid era difícil.

Hoy me has dicho que fuiste al restaurante, pero que te volviste a tu casa al ver la situación. Nos comprendiste muy bien. Gracias. Yo estaré pendiente estos días de lo que digas y escribas. Te deseo lo mejor, como siempre. Un gran abrazo.

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