Ana, la mujer que inspiró a Cervantes para su Dulcinea

Nunca pudo imaginar Miguel de Cervantes que uno de los personajes recreados en su inmortal novela, 'El Quijote', la imaginada Dulcinea sirviera de inspiración para abrir un museo que ha recuperado a su figura, su época y que se proyecta desde la localidad de El Toboso (1.725 habitantes), como un espacio «único» que abrió sus puertas en 1967 como filial del Museo de Santa Cruz de Toledo. Con motivo de la celebración del Día Internacional de los Museos, conversamos con el director del Santa Cruz, Antonio Dávila Serrano, para conocer la trayectoria de un espacio, emplazado en un edificio del siglo XVI que fue rehabilitado y que se cree que perteneció a la familia Martínez Zarco de Morale s, que tenía una hermana, llamada Ana, que fue la que inspiró al personaje de Dulcinea en 'El Quijote'. Antonio Dávila explica que en este museo lo que se recrea, es una casa de un hidalgo manchego. «En cierta forma es imaginar como podría ser la casa de Don Quijote», aclara el responsable del Museo Santa Cruz. Así, el visitante puede contemplar una serie de estancias que recrean a una vivienda del siglo XVI. «Eran hidalgos que vivían mejor que sus vecinos, pero no eran grandes señores» , remarca. La casa de Dulcinea cuenta con una residencia, en la que se ubica la cocina, dormitorios, así como las zonas de trabajo, en las que están el almacén con tinajas, una prensa para el vino, una almazara para el aceite, un palomar y un pozo, así como un patio que servía de escenario para todo tipo de celebraciones. La decoración está hecha con piezas originales y algunas reproducciones, sobre todo, el mobiliario. También hay libros, cuadros y objetos de uso cotidiano, «creando una casa del siglo XVI de un hidalgo o labriego», repite el director del Santa Cruz. «Hay cuadros de santos, pero también hay un bodegón de Sánchez Cotán», comenta el director del Santa Cruz. Lo que más llama la atención son los objetos que componen el universo de casa. Está un mueble que exhibe las lozas para el cocinado, en el piso superior hay un aparador-vitrina y textiles, arcas donde se guardaba la ropa. También se pueden ver camas con donceles, un despacho en donde podía desarrollar su trabajo el dueño de la casa. También se recupera el espacio donde las damas se reunían para tejer, sentadas a la morisca, en una especie de tarima que se cubría con alfombras y cojines para su mayor comodidad. Se completa el espacio con una pequeña arqueta -de época- con decoración de Taracea. «Es una casa que está muy bien vestida y muy completa». El director considera que uno de los hándicap que tiene esta casa-museo es la distancia y la ubicación a la hora de recibir a los visitantes, quizá mucho menor que las cifras que registran tanto el Museo de Santa Cruz, el de los Concilios o el Taller del Moro. «Al Toboso hay que ir a propósito, pero eso sí, todos los visitantes que llegan hasta esta población tienen parada obligada en la Casa de Dulcinea», matiza. Entre los visitantes habituales están los escolares, las excursiones de tercera edad y jubilados, así como familias y personas que deciden hasta acercarse a la localidad, para conocer esta casona que se ha proyectado como un referente a artístico y cultural, además de haberse convertido en la vivienda de la inolvidable protagonista literaria del hidalgo caballero. Antonio Dávila Serrano también habla de otro de los espacios que mayor afluencia de público registran en Toledo, como es el Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda , ubicado en la antigua iglesia de San Román, así como el Taller del Moro. Por debajo del Museo de Santa Cruz, que el año pasado recibió a unas 160.000 personas, se encuentra el Museo de los Concilios con más de 112.000 visitantes. Es un museo que gusta mucho al público -remarca Dávila-, al que acuden grupos de «todo tipo y de otros países». Llama la atención el continente, la iglesia de San Román, uno de los edificios más singulares de la arquitectura del siglo XIII de la ciudad, en el que se exhiben algunos de los vestigios de lo que fue la antigua capital del Reino Visigodo y de la época tardoromana de Toledo. Se exhiben murales, los ajuares encontrados en la necrópolis de Carpio de Tajo, así como excelentes reproducciones de las coronas votivas del tesoro de Guarrazar. Hay lápidas funerarias de esa época, joyas, piezas de orfebrería y numismática, entre otros. Finalmente, el Taller del Moro que registra cada año menos visitas (unos 30.000 visitantes en 2024), está emplazado en un edificio singular del siglo XIV, ejemplo excepcional de la arquitectura civil de este momento, que fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1931. Adquirido por el Estado, fue abierto al público como museo en 1963. Es uno de los espacios menos conocido que se sale de la ruta de museos que alberga Toledo. Sin embargo, en este palacio destacan los artesonados y las yeserías, decorado según el estilo andalusí, manteniendo ese gusto por lo islámico en el mundo cristiano. Se pueden ver piezas del arte mudéjar en este

May 18, 2025 - 02:58
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Ana, la mujer que inspiró a Cervantes para su Dulcinea
Nunca pudo imaginar Miguel de Cervantes que uno de los personajes recreados en su inmortal novela, 'El Quijote', la imaginada Dulcinea sirviera de inspiración para abrir un museo que ha recuperado a su figura, su época y que se proyecta desde la localidad de El Toboso (1.725 habitantes), como un espacio «único» que abrió sus puertas en 1967 como filial del Museo de Santa Cruz de Toledo. Con motivo de la celebración del Día Internacional de los Museos, conversamos con el director del Santa Cruz, Antonio Dávila Serrano, para conocer la trayectoria de un espacio, emplazado en un edificio del siglo XVI que fue rehabilitado y que se cree que perteneció a la familia Martínez Zarco de Morale s, que tenía una hermana, llamada Ana, que fue la que inspiró al personaje de Dulcinea en 'El Quijote'. Antonio Dávila explica que en este museo lo que se recrea, es una casa de un hidalgo manchego. «En cierta forma es imaginar como podría ser la casa de Don Quijote», aclara el responsable del Museo Santa Cruz. Así, el visitante puede contemplar una serie de estancias que recrean a una vivienda del siglo XVI. «Eran hidalgos que vivían mejor que sus vecinos, pero no eran grandes señores» , remarca. La casa de Dulcinea cuenta con una residencia, en la que se ubica la cocina, dormitorios, así como las zonas de trabajo, en las que están el almacén con tinajas, una prensa para el vino, una almazara para el aceite, un palomar y un pozo, así como un patio que servía de escenario para todo tipo de celebraciones. La decoración está hecha con piezas originales y algunas reproducciones, sobre todo, el mobiliario. También hay libros, cuadros y objetos de uso cotidiano, «creando una casa del siglo XVI de un hidalgo o labriego», repite el director del Santa Cruz. «Hay cuadros de santos, pero también hay un bodegón de Sánchez Cotán», comenta el director del Santa Cruz. Lo que más llama la atención son los objetos que componen el universo de casa. Está un mueble que exhibe las lozas para el cocinado, en el piso superior hay un aparador-vitrina y textiles, arcas donde se guardaba la ropa. También se pueden ver camas con donceles, un despacho en donde podía desarrollar su trabajo el dueño de la casa. También se recupera el espacio donde las damas se reunían para tejer, sentadas a la morisca, en una especie de tarima que se cubría con alfombras y cojines para su mayor comodidad. Se completa el espacio con una pequeña arqueta -de época- con decoración de Taracea. «Es una casa que está muy bien vestida y muy completa». El director considera que uno de los hándicap que tiene esta casa-museo es la distancia y la ubicación a la hora de recibir a los visitantes, quizá mucho menor que las cifras que registran tanto el Museo de Santa Cruz, el de los Concilios o el Taller del Moro. «Al Toboso hay que ir a propósito, pero eso sí, todos los visitantes que llegan hasta esta población tienen parada obligada en la Casa de Dulcinea», matiza. Entre los visitantes habituales están los escolares, las excursiones de tercera edad y jubilados, así como familias y personas que deciden hasta acercarse a la localidad, para conocer esta casona que se ha proyectado como un referente a artístico y cultural, además de haberse convertido en la vivienda de la inolvidable protagonista literaria del hidalgo caballero. Antonio Dávila Serrano también habla de otro de los espacios que mayor afluencia de público registran en Toledo, como es el Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda , ubicado en la antigua iglesia de San Román, así como el Taller del Moro. Por debajo del Museo de Santa Cruz, que el año pasado recibió a unas 160.000 personas, se encuentra el Museo de los Concilios con más de 112.000 visitantes. Es un museo que gusta mucho al público -remarca Dávila-, al que acuden grupos de «todo tipo y de otros países». Llama la atención el continente, la iglesia de San Román, uno de los edificios más singulares de la arquitectura del siglo XIII de la ciudad, en el que se exhiben algunos de los vestigios de lo que fue la antigua capital del Reino Visigodo y de la época tardoromana de Toledo. Se exhiben murales, los ajuares encontrados en la necrópolis de Carpio de Tajo, así como excelentes reproducciones de las coronas votivas del tesoro de Guarrazar. Hay lápidas funerarias de esa época, joyas, piezas de orfebrería y numismática, entre otros. Finalmente, el Taller del Moro que registra cada año menos visitas (unos 30.000 visitantes en 2024), está emplazado en un edificio singular del siglo XIV, ejemplo excepcional de la arquitectura civil de este momento, que fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1931. Adquirido por el Estado, fue abierto al público como museo en 1963. Es uno de los espacios menos conocido que se sale de la ruta de museos que alberga Toledo. Sin embargo, en este palacio destacan los artesonados y las yeserías, decorado según el estilo andalusí, manteniendo ese gusto por lo islámico en el mundo cristiano. Se pueden ver piezas del arte mudéjar en este lugar que ha recuperado su encanto.