Sobre la (enorme) necesidad de construir una sociedad 'off-line'

Hay que recomponer todo el tejido social que este lunes surgió de forma improvisada en forma de vecinos con radios a pilas, conductores que recogían a autoestopistas, en su mayoría muy jóvenes, que trataban de volver a casa, y tenderos de barrio que fiaban a los que compran allí cada día y a muchos otros que no Decía Jaron Lanier, el legendario autor de “Contra el rebaño digital', que jamás en la historia de la humanidad se había producido un fenómeno de dependencia tan rotundo y acuciante como el que sufre la civilización moderna versus internet; el filósofo y uno de las padres de la IA Dan Dennett iba un poco más lejos y me decía en Vancouver en 2014 que estaba convencido que en algún momento internet caería y lo único que podía salvar al mundo de adentrarse en un caos perpetuo era la red que formaban las comunidades de vecinos y los colectivos sociales. La mala noticia –decía el Dennet– era que éstas se habían reducido de forma alarmante o habían pasado a formar parte del universo digital. Para el filósofo, el gran antídoto contra fenómenos como el de ayer, que amenazan con convertirse en algo recurrente en el futuro sin que nadie sepa muy bien cómo evitarlos, era el tejido humano analógico que formaban personas cuya relación era completamente off-line: la civilización analógica era claramente más eficaz a la hora de lidiar con las consecuencias de cualquier crisis energética y podría ser la piedra de toque a la hora de salvar los muebles. Después de años contemplando Apocalipsis audiovisuales (gajes del oficio) cada vez más realistas, salir este lunes a la calle en mi barrio, Fort Pienc, a cuatro pasos de Poble Nou, el gran hub digital de la ciudad Condal, era recordar el escenario de 'El apagón' o el arranque de 'La guerra de los mundos': centenares de personas ocupaban las calles y en algunos cruces había corrillos reunidos en torno a un transistor cuyo sonido era el mejor ansiolítico contra el enorme flujo de desinformación que ya corría por las casas. Una vecina nos decía que no había luz en ningún lugar de Europa; otro que era mundial. Un tercero decía que “en Alemania no funciona nada”. Cuando uno preguntaba por el origen de la información, la respuesta era siempre un balbuceo porque ya se sabe que nunca debemos dejar que la verdad nos estropee una historia cojonuda. Es inevitable pensar que Dennett (que murió hace poco más de un año) tenía razón en –al menos– la segunda parte de su premisa: hay que recomponer todo el tejido social que el lunes pasado surgió de forma improvisada en forma de vecinos con radios a pilas, conductores que recogían a autoestopistas, en su mayoría muy jóvenes, que trataban de volver a casa indicando su destino en hojas de papel o trozos de cartón y tenderos de barrio que fiaban a los que compran allí cada día y a muchos otros que no, porque ayer el cash era la única moneda de cambio. No había internet, ni grupos de whatsapp, ni twitter, ni Facebook, ni siquiera la posibilidad de efectuar una simple llamada y tampoco había manera de comunicarse con nadie a menos que se conociera su ubicación exacta y se pudiera acudir al tête-à-tête de toda la vida. No sé cuál es la solución y ya me supongo que no será demasiado popular reivindicar al sereno, los tablones de información públicos o que alguien se suba en una tarima y transmita una versión más o menos oficial del incidente de turno, pero no estaría mal empezar a pensar en una estructura no-digital basada en circuitos puramente humanos que pueda ofrecer un refugio provisional a todos aquellos que lo necesiten cuando se produce algo tan extraordinario como lo del lunes. La sociedad off-line no es el vellocino de oro de las soluciones, pero –seguramente– ayudaría a gestionar la angustia de muchos/as que pasaron horas tratando de averiguar qué demonios estaba pasando. No es cuestión de volver a instalar cabinas telefónicas, fijar puntos de información que empezaran a funcionar en caso de eventos extraordinarios o reinstaurar el trueque, pero no sería mala idea reflexionar de forma colectiva sobre qué podemos hacer para remendar determinados agujeros y evitar así que se rompan las costuras de una sociedad que ayer se tensaron mucho más de lo que nadie hubiera podido prever. La buena noticia es que estas medidas pueden salir del propio tejido vecinal y de cualquier colectivo interesado en construir alternativas viables al entramado digital del que dependemos en términos absolutos y que –sea cual sea– la causa del tremendo evento que vivimos el lunes, la planificación de una respuesta que emerja de la sociedad civil puede ser exactamente la misma. No tengo ni idea de por dónde empezar, pero estoy convencido de que habría que empezar por algún lado: porque esperar que nunca vuelva a pasar algo semejante parece mucho más difícil que tratar de hacer algo al respecto. 

May 1, 2025 - 06:32
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Sobre la (enorme) necesidad de construir una sociedad 'off-line'

Sobre la (enorme) necesidad de construir una sociedad 'off-line'

Hay que recomponer todo el tejido social que este lunes surgió de forma improvisada en forma de vecinos con radios a pilas, conductores que recogían a autoestopistas, en su mayoría muy jóvenes, que trataban de volver a casa, y tenderos de barrio que fiaban a los que compran allí cada día y a muchos otros que no

Decía Jaron Lanier, el legendario autor de “Contra el rebaño digital', que jamás en la historia de la humanidad se había producido un fenómeno de dependencia tan rotundo y acuciante como el que sufre la civilización moderna versus internet; el filósofo y uno de las padres de la IA Dan Dennett iba un poco más lejos y me decía en Vancouver en 2014 que estaba convencido que en algún momento internet caería y lo único que podía salvar al mundo de adentrarse en un caos perpetuo era la red que formaban las comunidades de vecinos y los colectivos sociales. La mala noticia –decía el Dennet– era que éstas se habían reducido de forma alarmante o habían pasado a formar parte del universo digital.

Para el filósofo, el gran antídoto contra fenómenos como el de ayer, que amenazan con convertirse en algo recurrente en el futuro sin que nadie sepa muy bien cómo evitarlos, era el tejido humano analógico que formaban personas cuya relación era completamente off-line: la civilización analógica era claramente más eficaz a la hora de lidiar con las consecuencias de cualquier crisis energética y podría ser la piedra de toque a la hora de salvar los muebles.

Después de años contemplando Apocalipsis audiovisuales (gajes del oficio) cada vez más realistas, salir este lunes a la calle en mi barrio, Fort Pienc, a cuatro pasos de Poble Nou, el gran hub digital de la ciudad Condal, era recordar el escenario de 'El apagón' o el arranque de 'La guerra de los mundos': centenares de personas ocupaban las calles y en algunos cruces había corrillos reunidos en torno a un transistor cuyo sonido era el mejor ansiolítico contra el enorme flujo de desinformación que ya corría por las casas. Una vecina nos decía que no había luz en ningún lugar de Europa; otro que era mundial. Un tercero decía que “en Alemania no funciona nada”. Cuando uno preguntaba por el origen de la información, la respuesta era siempre un balbuceo porque ya se sabe que nunca debemos dejar que la verdad nos estropee una historia cojonuda.

Es inevitable pensar que Dennett (que murió hace poco más de un año) tenía razón en –al menos– la segunda parte de su premisa: hay que recomponer todo el tejido social que el lunes pasado surgió de forma improvisada en forma de vecinos con radios a pilas, conductores que recogían a autoestopistas, en su mayoría muy jóvenes, que trataban de volver a casa indicando su destino en hojas de papel o trozos de cartón y tenderos de barrio que fiaban a los que compran allí cada día y a muchos otros que no, porque ayer el cash era la única moneda de cambio.

No había internet, ni grupos de whatsapp, ni twitter, ni Facebook, ni siquiera la posibilidad de efectuar una simple llamada y tampoco había manera de comunicarse con nadie a menos que se conociera su ubicación exacta y se pudiera acudir al tête-à-tête de toda la vida. No sé cuál es la solución y ya me supongo que no será demasiado popular reivindicar al sereno, los tablones de información públicos o que alguien se suba en una tarima y transmita una versión más o menos oficial del incidente de turno, pero no estaría mal empezar a pensar en una estructura no-digital basada en circuitos puramente humanos que pueda ofrecer un refugio provisional a todos aquellos que lo necesiten cuando se produce algo tan extraordinario como lo del lunes.

La sociedad off-line no es el vellocino de oro de las soluciones, pero –seguramente– ayudaría a gestionar la angustia de muchos/as que pasaron horas tratando de averiguar qué demonios estaba pasando. No es cuestión de volver a instalar cabinas telefónicas, fijar puntos de información que empezaran a funcionar en caso de eventos extraordinarios o reinstaurar el trueque, pero no sería mala idea reflexionar de forma colectiva sobre qué podemos hacer para remendar determinados agujeros y evitar así que se rompan las costuras de una sociedad que ayer se tensaron mucho más de lo que nadie hubiera podido prever.

La buena noticia es que estas medidas pueden salir del propio tejido vecinal y de cualquier colectivo interesado en construir alternativas viables al entramado digital del que dependemos en términos absolutos y que –sea cual sea– la causa del tremendo evento que vivimos el lunes, la planificación de una respuesta que emerja de la sociedad civil puede ser exactamente la misma.

No tengo ni idea de por dónde empezar, pero estoy convencido de que habría que empezar por algún lado: porque esperar que nunca vuelva a pasar algo semejante parece mucho más difícil que tratar de hacer algo al respecto. 

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