'Sirat' en Cannes 2025: todo arde en el desierto techno de Oliver Laxe
La película del cineasta gallego que compite por la Palma de Oro es una explosiva aventura en el desierto.

Después de Mimosas (2016), Oliver Laxe vuelve al desierto marroquí en su nueva película tras los laureles recibidos por Lo que arde (2019). Su cuarto largometraje es una road movie a través de los paisajes desérticos del sur de Marruecos.
Sergi López interpreta a un padre que, junto a su hijo pequeño, busca a su hija desaparecida hace cinco meses, con la sospecha de que puede encontrarla dentro de una comunidad de gente que baila durante raves infinitas en el desierto.
Crítica de 'Sirat'
Han pasado casi diez años desde que Oliver Laxe filmó en el desierto marroquí Mimosas (2016), un acercamiento al western de aventuras asomándose a los vacíos argumentales de Monte Hellman que parecía muy deudor de las corrientes de slow cinema entonces imperantes en el cine de autor internacional. Había entre sus imágenes una muy vibrante en la que una hilera de coches atravesaba a toda velocidad el manto de arena y polvo del desierto.
Hay muchas imágenes así de poderosas en su cuarto largometraje, Sirat, su mejor película y un avance notable, cuyos protagonistas se mueven por el desierto marroquí con sus camiones y furgonetas como los personajes de Mad Max, pero a la búsqueda de la última rave en el fin del mundo; la Tercera Guerra Mundial parece haber estallado, pero a ellos solo les importa en qué rincón apartado conectar sus imponentes altavoces.
A estos raveros encarnados por actores naturales, cuya riqueza de rostros y gestualidad siempre ha sido uno de los puntos fuertes del cine de Laxe junto a la construcción de profundas atmósferas de envolvente sonido y majestuosidad paisajística, se unen los intérpretes profesionales Sergi López y Bruno Núñez (el Enric niño de La Mesías): un padre que, junto a su hijo pequeño, busca a su hija desaparecida y se unen a la caravana con la sospecha de que la encontrarán en el mundillo de las raves.
Si bien la primera mitad de la película se puede considerar que se mueve por los parámetros esperables en el cine de observación de comunidades y cocción lenta argumental de Laxe, junto a la siempre destacable labor de Mauro Herce en la fotografía, lo que habría venido a configurar una variación sobre la búsqueda que vertebraba Centauros del desierto (1956), un punto de giro argumental cambia radicalmente el registro y lleva la narración por derroteros más relacionados con la tensión y el suspense de El salario del miedo (1953).
No es el recurso de guion (firmado a cuatro manos por Laxe y su colaborador habitual, Santiago Fillol) más sutil del mundo, y genera graves desajustes en la actuación de los protagonistas, pero como poco después traslada la película de lleno al terreno del cine de género, donde la amenaza late bajo tierra ante un inmenso espacio vacío, hace que el atrevimiento sea muy loable.
En esa segunda mitad, los personajes que habíamos estado conociendo previamente pasan a vivir su propia película de aventuras, un relato de supervivencia y dolor al límite de lo soportable que acaba convirtiendo Sirat en una parábola de lienzo en blanco, donde cada espectador podrá concluir que está hablando de la búsqueda espiritual, el desprendimiento de los lastres materiales y sentimentales como manera de disolver la angustia existencial o lo que sea. Como un beat de música techno en el fin del mundo.