"Sin gasolina. Llamar al 622": un relato desde dentro del coche sobre la caótica entrada por carretera a Madrid por el gran apagón
La capital ha estado sin electricidad durante casi 10 horas.

El sol luce limpio, ataviado con apenas unos faldones que son un suspiro de nubes inofensivas, un sol primaveral, intenso pero no homicida, que contrasta con una ciudad, Madrid, apagada y, este lunes, extraordinariamente caótica. En un día normal, a pesar del característico tráfico capitalino, apenas se tarda en cubrir el trayecto entre la localidad de Pozuelo de Alarcón y el barrio de Argüelles unos 15 o 20 minutos. Hoy, quienes hayan salido de este opulento municipio a las 14.00 horas, no habrán conseguido llegar a la histórica zona madrileña hasta pasadas las 17.30 horas.
La sensación es idéntica a la que sufre un viajero durante una Operación Retorno o una gran nevada que lo sorprende en la autovía. Los vehículos apenas avanzan seis o siete metros cada cuatro o cinco minutos. La gran diferencia es que quienes en ellos se encuentran no pueden escribirle a la esposa para avisarle de que están en un atasco ni llamar por el manos libres a algún amigo con el que matar el tedio que produce el asfalto. Es más, quienes en ellos se encuentran, seguramente, hace horas que no saben nada ni de la esposa ni de ese amigo. Tampoco de sus hijos, a quienes tienen que recoger del colegio, ni de sus madres, que hoy tenían cita con el cardiólogo.
Las comunicaciones no funcionan, la DGT ha de actuar a ciegas porque las cámaras que controlan los principales accesos a la ciudad no funcionan. Como pueden, los coches de la Policía tratan de sortear las largas filas de vehículos en la M-40 con el objetivo de poner orden en el caos. La banda sonora de esta tarde en Madrid son las sirenas, y solo el sonido del locutor de la radio, que hoy ha vuelto a demostrar por qué es inmortal, evita que el ciudadano se sugestione por el sonido de las ambulancias que piden paso y suben las pulsaciones.
La entrada al parque del Oeste ofrece una estampa de contrastes. Varias personas con el torso descubierto observan desde el césped en cuesta la hilera de coches en la carretera mientras toman el sol. A la derecha, sobre un camino de tierra, descansa un camión de transportes de una tienda de sofás. Su conductor coloca un cartel en la ventanilla izquierda: “Sin gasolina. Llamar al 622…”. Se saca un cigarro, lo enciende y, resignado, echa a andar en dirección a Pintor Rosales. Más adelante, un coche de Policía camuflado abandona la fila y comienza a ascender por ese camino de tierra provocando una niebla de polvo que hace toser a un joven que viste ropa deportiva.
Son muchos los que aprovechan cualquier hueco en la carretera para estacionar su vehículo de manera poco ortodoxa y continuar el camino a pie ante las escasas esperanzas de que el tráfico se agilice. Otros, a los que el mayor momento de caos les ha pillado en algún taxi o VTC, pagan la carrera y se bajan del vehículo en medio de la carretera. Algunos viandantes observan la situación y esbozan media sonrisa que es más de perplejidad por lo que ha provocado este apagón nacional masivo que de voluptuosidad por la cara de hartazgo que observa en los conductores.
A lo largo del recorrido por la calle Princesa y Alberto Aguilera, varios ciudadanos, de brazos cruzados, esperan en la marquesina a un autobús que no llega y que, si lo hace, está repleto de personas. Ya en la capital, la Policía trata de regular el tráfico en sus principales arterias. No obstante, hay calles y avenidas a las que no llegan y en las que, por tanto, los peatones han de apostar todo a la generosidad de los conductores, que, debido a que los semáforos están inservibles, reducen la velocidad a su llegada a los pasos de cebra. Hay algún que otro susto, como un joven que, entre protestas, tiene que pararse precipitadamente en mitad del cruce porque un taxista conduce a una velocidad imprudente para la situación que se vive y no le cede el paso.
La estampa a lo largo de las diferentes calles madrileñas es similar: las terrazas están abarrotadas de personas que toman un refresco al sol mientras comentan lo que ocurre, varias parejas portan bolsas con víveres en su interior después de visitar supermercados atestados y familias enteras de algunas colonias de Madrid, como las ubicadas en las zonas de Serrano y Concha Espina, se meten en su vehículo para cargar el móvil y escuchar la radio.
Han sido casi diez horas de incertidumbre y caos en la capital que han concluido con un encendido imprevisto en torno a las 22.00 horas acompañado a modo de eco de la celebración y los vítores de quienes, barrio a barrio, veían como la electricidad volvía a iluminar sus casas mientras cenaban a la luz de las velas.